El título de esta novela lo dice todo. Dice tanto, que parece el título de un microcuento, de esos en los que, al acabar, comprendes que todo encaja, que el título era la clave de la historia. Porque el sintagma “la violencia justa” condensa el tema de la novela y la esencia de sus dos protagonistas: Alexis Rodón, ex policía al que condenaron por torturar a un criminal y Teresa Olivella, víctima de violencia de género en busca de venganza.
Como ya he dicho por aquí en otro momento, me gusta la novela negra y criminal y por eso Andreu Martín no me viene de nuevo. Es uno de los autores nacionales más prolíficos en este género (es –casi– imposible haber leído todos sus libros) y el padre, a medias con Jaume Ribera, de mi detective juvenil favorito, Flanagan.
Pero volvamos a su última novela, La violencia justa. Esta novela habla de los límites morales, siempre difusos, de la violencia. Habla sobre el derecho que tenemos, o no tenemos, a hacer uso de la violencia de manera privada y sobre su monopolio por parte del Estado. Y lo hace encarnando dos actitudes opuestas en sus dos personajes principales, Teresa Olivella y Alexis Rodón. En teoría, Rodón defiende el monopolio de la violencia por parte del Estado y Olivella su derecho a hacer uso de ella de manera privada para vengarse y cerrar sus heridas. En la práctica, las cosas son mucho más complicadas y hay mucha menos palabrería. No olvidemos que esto es una novela negra y no un libro de filosofía.
La violencia justa comienza con Teresa Olivella, una cocinera divorciada y algo pirada –lo justo, como todos nosotros– , que empieza a fraguar una obsesión: Alexis Rodón. Una compañera del gimnasio le habla de él, de lo que hizo para acabar inhabilitado, y a Teresa se le ocurre un plan para enterrar su pasado de una vez por todas. Este plan, por supuesto, pasa por utilizar a Alexis Rodón. La trama enseguida pasa al punto de vista de Rodón que, tras el incidente que acabó con su carrera como policía, no se gana mal la vida como jefe de seguridad en unos grandes almacenes. Las cámaras de los almacenes pillan a una mujer robando y, cuando la llevan a su despacho para esperar a que llegue la policía, la mujer se derrumba y le ruega a Rodón que la dejé marchar porque la mafia que la explota prostituirá a su hijo de un año si ella no vuelve al local. ¿Cómo une Andreu Martín todos estos hilos? Los une, y magistralmente.
Y además, la novela tiene un juego de puntos de vista y unos personajes principales muy bien trabajados, que no caen nunca en el cliché (¡qué fácil hubiera sido convertir a Teresa en una femme fatale pérfida!), un trabajo de documentación minucioso pero que nunca llega a agobiar al lector con datos, muchísimo ritmo y unos cuantos tiros, incendios, cadáveres, accidentes de coche y destrucción en general. Por otro lado, además de ser negra, La violencia justa tiene toques de erótica, un par de escenas que, si os gusta el fútbol, os harán saltar de la silla y bastante humor (negro y del otro) sobre todo por parte del personaje de Teresa.
Antes de acabar quería comentar algo más. Pero tenéis que prometerme que no os asustaréis. La violencia justa también cuenta una historia de amor. Aunque, como pasa con la trama criminal, no es un amor convencional, de esos pastelosos que cantan por la radio. Es un amor interesado, a veces ruin, que no crees que vaya a funcionar pero, al final, puede que funcione. Es, en una palabra, imperfecto. Como los personajes de esta novela y su historia que no puedo dejar de recomendaros. Por si os preguntáis cuál de las dos violencias gana, solo puedo deciros que la novela ofrece algunas respuestas pero, como toda buena historia, deja al lector con más preguntas de las que tenía cuando empezó.
Laura Gomara
@lauraromea