11 ciudades, de Axel Torres
Pasión: eso es lo que desprende éste libro. Una cantidad inmensa de amor por tres aspectos que bien podrían sintetizar la vida del autor: fútbol, periodismo y viajes.
Cuando, dejando mi querida tierra argentina, vine a vivir a Galicia, me sorprendió el pésimo nivel del periodismo deportivo, con profesionales que se dedicaban a cotillear sobre la vida personal de los futbolistas en lugar de hablarme de técnica y táctica. La máxima capacidad que demostraban al aire consistía en una sobrevaloración de las estadísticas, como si realmente me sirviera de algo que equis delantero hubiera jugado 800 minutos o marcado diez de sus 20 goles con la pierna derecha… la situación me recordaba a ciertos periodistas deportivos argentinos que conocen el lugar de nacimiento de cada futbolista (como si eso sirviera de algo aplicado al análisis de un partido) pero nada de relevos y contraataques.
Hasta el día en que conocí a Axel Torres, quien con su capacidad de análisis, su visión de fútbol global (me informaba no solo de Barcelona yReal Madrid, sino también del fútbol argentino, japonés o belga) y su buen manejo de las redes sociales, me convenció de que no todo estaba perdido. Se convirtió en mi periodista deportivo preferido. Y por supuesto, cuando supe que había escrito un libro, no dudé en comprarlo.
El libro narra las enormes aventuras de este fanático de las historias futboleras “underground” a lo largo de 11 ciudades, siempre bajo el hilo conductor del fútbol visto desde su lado profesional, el periodismo, pero también desde la visión personal de quien afirma que su vida consiste en “enamorarme de chicas que no me hacen caso, amar a clubes que siempre pierden y simpatizar en las películas con el que acaba muriendo”
Sabadell, Londres, Múnich, Asunción y Tokio, entre otras ciudades, forman el equipo titular que sale al campo con historias diversas y muy bien contadas y que nos mostrarán claramente que el fútbol no es solo 22 personas corriendo detrás de una pelota, sino, sobre todo una forma más de arte, que nos acerca a las emociones más diversas que un ser humano, un aficionado al deporte rey, puede sufrir, disfrutar, vivir.
El fútbol como una hermosa excusa para sentir todo lo que engloba al antes, durante y el después de que un balón ruede sobre un verde césped. Y digo “excusa” porque creo que en todo el libro no se narran más que una o dos jugadas de un encuentro. No digo que a Axel Torres no le guste el fútbol en sí, pero creo no equivocarme si afirmo que le atrae mucho más todo lo que rodea a ese fenómeno mundial. Los viajes previos, la adrenalina al llegar a los alrededores del estadio, la emoción que desprenden los fanáticos en torno a un bar haciendo piña y animando a su equipo, el magnetismo que produce tener a esos atletas híper famosos tan cerca, la dignidad de los que siempre salen segundos, el amor por la camiseta más allá de todas las rachas negativas existentes. Y por supuesto el gol, el orgasmo del fútbol.
Particularmente me conmovieron dos historias, las que hacen referencia a las ciudades de Medvode y Éibar. La primera, porque demuestra cómo un hotel perdido en medio de un pueblo también perdido en un país casi desconocido puede convertirse en tu lugar en el mundo gracias a las personas que lo habitan (¡oh, bendita libertad que depara sorpresas al corazón!) y la segunda porque hace referencia al fenómeno del fútbol en cada uno de sus detalles más específicos. La escena (leer a Axel Torres es como ver una película) en la que el autor cuenta que mientras orinaba en el estadio pensaba “la próxima vez que mees ya sabrás si eres de segunda o sigues llorando derrotas dignas” me pareció absolutamente fabulosa porque me hizo pensar que no estaba loco (ni solo) aquella mañana de noviembre de 2000 en la que me pasó casi lo mismo mientras faltaban cinco minutos para que Boca Juniors derrotara a ese Real Madrid de los Galácticos por la final Intercontinental, en Japón. Axel Torres me estaba diciendo a mí, y a todos los fanáticos del fútbol mundial, mediante esa hermosa frase, que no estábamos solos, que comprendía nuestra bendita locura.
Roberto Maydana