Un profesor de mi carrera contó una vez que él, siempre que enseñaba la ciudad a alguien que venía de visita, lo llevaba a un hospital y a un cementerio. Y si él viajaba, también iba a estos lugares. Según su punto de vista, era la mejor forma de conocer cómo eran los lazos afectivos de una sociedad. Y es que, por donde la muerte ronda, los seres humanos muestran lo que de verdad les importa.
Yo nunca he puesto en practica lo de los hospitales, pero sí que he visitado alguna vez los cementerios de las ciudades a las que he ido de viaje. Soy de esas personas que leen los epitafios, contemplan las fotografías e imaginan qué historias se llevaron a la tumba cada uno de los eternos moradores del camposanto. Y Xavier Sardà —el mítico presentador de late night en España, ahora metido a tertuliano político— seguramente haga algo parecido, de ahí que le haya dado por escribir Adiós, muy buenas. Esta es la primera novela que leo de él y reconozco que tenía mis reservas, pero he conectado desde primer momento con su prosa florida y sus reflexiones sobre la muerte.
Adiós, muy buenas es una sucesión de narraciones que, antes o después, desembocan en un pequeño cementerio del litoral. Allí, Recasens, el enterrador, que lleva más de veinticinco años en el oficio, trata de inculcar a su ayudante y al jardinero el respeto que él profesa a los muertos, al ritmo de las canciones que cada día le pone a su madre, que en paz descanse. Mientras, las dos viejas que se pasan el día en el banco del cementerio contemplan una lápida tras otra y rememoran, inventan o retocan las vidas de los fallecidos. De este modo, Xavier Sardà entrelaza muertes del pasado y del presente, muertes trágicas, muertes absurdas, muertes inconfesables, muertes prematuras, muertes buscadas… Y nos demuestra que todas, de una forma u otra, resultan irónicas, la última burla del destino: verdugos y víctimas lápida con lápida o amantes separados por el miedo de los vivos al qué dirán.
Además del cementerio, en las páginas de Adiós, muy buenas también aparecen el tanatorio, la funeraria, el crematorio y demás servicios relacionados con la muerte. Y, al contrario que Recasens y sus compañeros, los profesionales de estos otros servicios (si es que se les puede llamar profesionales) abordan el proceso de la muerte con frialdad, cuando no con irreverencia. Y es que hay mil maneras de morir y mil maneras de enfrentar el momento y el duelo, y todas tienen cabida en este libro, que huye de la moralina.
Tal vez, con todo lo que he contado, no haya quedado claro que Adiós, muy buenas es una novela de humor, por momentos, surrealista, y que rebosa vida, pero así es. Xavier Sardà relata historias de vivos y de exvivos para que miremos de frente la muerte, husmeemos sus recovecos y, pese a todo, acabemos el libro con una sonrisa. Estoy convencida de que todos los que lean este libro acabaran paseando por los cementerios con la misma fascinación que yo.
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