Dicen que los escritores dejan una huella autobiográfica en todas sus obras, en mayor o menor medida. Al fin y al cabo, suelen escribir de manera recurrente sobre los temas que les remueven por dentro, aquellos que marcan su existencia. En uno de los autores que más lo percibo es en Ernest Hemingway. He leído varias anécdotas sobre su vida, incluso una novela, Mrs. Hemingway en París, de Paula Mclain, que contaba la relación con su primera esposa y su estancia en París desde el punto de vista de ella. Eso me hace tener una imagen definida de Hemingway en mi cabeza y la proyecto en los protagonistas de sus historias involuntariamente: el pescador de El viejo y el mar, el soldado republicano de El viejo y el puente o el coronel, «criticón injusto y amargado», de Al otro lado del río y entre los árboles, una de sus novelas menos conocidas y de la que os voy a hablar hoy.
Publicada por primera vez en 1950, narra la estancia de un coronel en Venecia. Esta ciudad, tan bella y tan nostálgica, es el lugar idóneo para este hombre que ha dedicado su vida a la guerra y que se bate ya en retirada. Venecia y él mismo se despojan de exagerados romanticismos y muestran la crudeza que se esconde en el fondo.
El coronel ya ha pasado de los cincuenta años. Las cicatrices de su cara y los dolores de su cuerpo son el mapa de las batallas que ganó y sus pensamientos obsesivos, el de los errores que cometió. Una confianza alimentada a base de pastillas, unos paseos en góndola para cazar patos salvajes y comidas en restaurantes, acompañado por una bella mujer, apenas mayor de edad, son los pequeños placeres de los que disfruta mientras espera a la muerte. Con continuas referencias a acontecimientos y personajes históricos reales, lo cuestiona todo: sus mandos superiores; los supuestos enemigos; los escritores que escriben de la guerra sin haberla vivido; su país, Estados Unidos y sobre todo a sí mismo.
La trama de esta novela es lo de menos porque todo gira en torno a su protagonista, lo que piensa y lo que siente. Y en su brutalidad y su sensibilidad, en su pasión por la vida y su fijación por la vejez y la muerte, en su forma de vivir el amor y la guerra, yo no dejo de ver a Ernest Hemingway, que tenía la misma edad que su personaje en el momento en que la escribió.
No hay mejor manera de describir Al otro lado del río y entre los árboles que con las palabras de su propio protagonista: «solo un ruido entre las bambalinas de mi corazón. Mi puñetero corazón. Ese cabrón de corazón que es incapaz de resistirme»; una carta de despedida de un hombre que ama y odia la vida a partes iguales. Que cada cual valore si ese hombre es solo un personaje de ficción o también el mismísimo Ernest Hemingway. Yo, como os digo, lo tengo claro.