Améxica

Améxica, de Ed Vulliamy

amexica
¡Uf!
Si hubiese dejado ahora de escribir, si mi reseña de Améxica se hubiese limitado a esa palabra de dos letras que abre este texto, probablemente habría escrito la reseña más certera y ajustada de cuantas he redactado hasta ahora. Sin embargo no habría sido aceptable, y no sólo por las razones obvias, sino porque es de justicia tratar de adentrarse en esta obra más allá del lógico asombro por lo leído. Porque el texto y su labor de investigación trascienden sin duda esa intuitiva e intensa sensación que amenaza con eclipsar el resto de facetas de este magnífico y poliédrico trabajo.

Propongo un experimento: olvidémonos por un instante de México, de EE.UU., de la frontera, de la violencia, de las narcomantas, de los feminicidios, de la droga, de las armas y del dinero. Hay una dimensión en lo que aquí se cuenta que no es de índole periodística. Tal vez sea psicológica, o psiquiátrica, o tal vez sea eso que llaman interés humano, pero en cualquier caso es una cuestión que a mi se me antoja El recurso a la violencia es siempre, cuanto menos, discutible, pero asumamos que en virtud de las circunstancias que fuere un ser humano se ve en la tesitura de quitarle la vida a otro. El abismo que media entre ese hecho, la ejecución sumaria por así decirlo, y, por poner un ejemplo de los que aparecen en el libro, el desmembramiento, la decapitación y evisceración de la víctima, el empaquetado de los miembros en unas cajas que se abandonan en un lugar, del torso en otras que aparecerán en un lugar diferente y del cráneo en una tercera caja destinada a una nueva ubicación, es el abismo que separa la simple violencia de la implosión social que vive el norte de México, y constituye a su vez la herida terrible que este libro, imprescindible por otro lado, inflige a la conciencia del lector. Aclararé, por si quedaba alguna duda, que cuando digo cráneo en lugar de cabeza es porque es ése el término preciso, ya que una cabeza sin cara es un cráneo, mientras que una cara sin cráneo, aparecida finalmente en un cuarto lugar cosida a un balón de fútbol, desconozco lo que es en términos léxicos más allá de ser una metáfora perfecta de la ominosa sinrazón que se ha instalado en esta zona del mundo.
Pero centremos la cuestión, volvamos a México, a EE.UU., a la frontera, a la violencia, a las narcomantas, a los feminicidios, a la droga, a las armas y al dinero. El autor explica la situación de forma tan probablemente cierta como indudablemente desoladora, como una consecuencia de la apertura de los mercados, de la globalización, del NAFTA y de la «lógica empresarial», pero digamos que desde una óptica macroeconómica, no microeconómica. Santiago Mesa López, «el pozolero», convicto acusado de disolver en ácido a 300 personas en 2009, cobraba por su tétrica tarea un jornal de 600 dólares a la semana, unos 1600 euros al mes al cambio de la época. Tampoco parece una cantidad que justifique por si sola esta barbarie. El pozole, por cierto y nótese el nivel de humor macabro que hay en ello, es una sopa. Otros detenidos se justificaron en que cometieron sus crímenes «por diversión», que no es explicación especialmente más fácil de digerir que la monetaria. Hablo de otro dinero, volveré sobre ello más adelante.
Pero no quisiera convertir esta reseña de Améxica en un catálogo de atrocidades, eso no sería justo con la sociedad que, pese a todo, vive la situación que analiza la obra, ni lo sería con un libro que es mucho más que eso. Ed Vulliamy trata de comprender como paso previo a tratar de explicar, algo que parece una obviedad pero es en realidad una anomalía estadística, el autor abre bien los ojos y cuenta lo que ve, también lo bueno, e investiga, y en su viaje exploratorio recurre a la historia, a la geografía, a la psicología, a la religión (incluido el culto a la Santa Muerte), a la tradición, a la política, a la economía, etc. Y todo ello a ambos lados de la frontera, como una vía de dos sentidos, droga en uno, armas en otro («el río de hierro») y dinero en ambos.
Habla el autor de Améxica de los grandes negocios, pero también del mercado interior, de los cárteles y de las pandillas, de lo que se muestra y de lo que se esconde. Y no es demagogo ni efectista, cuanto expone lo hace con plena honestidad intelectual, sin el moralismo ni la afectada superioridad moral que gustamos exhibir desde la cara occidental de la moneda.
Quedan cosas sin responder, claro, unas porque son de respuesta imposible, como dije al principio, y otras porque son de respuesta difícilmente demostrable: volvamos al dinero. ¿Porqué no se sigue el rastro del dinero? ¿Porqué las autoridades mejicanas dicen perseguir a los narcotraficantes, no el narcotráfico?¿Porqué cuando se demuestra que un banco, Wachovia en este caso, blanquea dinero del narcotráfico se le impone una multa sin culpables?¿Cómo pueden 375.000 millones de dólares (se estima que sólo el 20% de los ingresos de los cárteles proviene ya de la droga) en billetes de 20, un peso de más de 700 toneladas, ser ingresados en el citado banco sin el menor control? Hace tiempo escribí un cuento sobre los feminicidios de Ciudad Juárez en el que decía que parecía que los autores parecían haber decidido ocultar sus crímenes bajo una montaña de muertos, que, por otro lado, era el mejor lugar donde esconder un cadáver. Ahora veo mi candidez. Es el dinero el mejor lugar donde camuflar los crímenes. 400.000 millones de dólares tapan 30.000 muertos como la más tupida de las cortinas. Y si no los ocultan parecen tener el mágico efecto de lograr que a nadie les importe demasiado. Pues a Ed Vulliamy le importan, y a mi, y a usted, si decide leer este libro, le puedo asegurar que también le importarán. Sólo por eso, por comprobar que pese a todo las manchas de sangre por fortuna no se limpian tan fácilmente, merecen la pena el esfuerzo y el dolor (porque este libro duele), ¿no creen?

 

Andrés Barrero
andres@librosyliteratura.es

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