A lo largo de la historia del arte, la simetría ha sido uno de los pilares de la belleza. No hay más que visitar la Alhambra, el Taj Mahal, cualquier catedral gótica, o echar un vistazo al más conocido estudio de Leonardo sobre el cuerpo humano para ver cómo esa especie de propiedad matemática ha sostenido durante siglos nuestro concepto de la perfección.
Ello no significa, sin embargo, que la asimetría tenga que ser sinónimo de fealdad. De acuerdo, mi nariz torcida y mis dientes irregulares no hacen de servidor un Adonis, precisamente, pero, por suerte, existen en el mundo otros parámetros para medir la belleza, y gracias a ellos los asimétricos podemos reivindicar nuestra espectacular belleza interior.
Junto con Czeslaw Milosz, Wistawa Szymborska y Zbigniew Herbert, Adam Zagajewski es uno de los grandes nombres de la poesía polaca en los últimos 50 años, y si eso de la poesía polaca os suena a algo remoto que interesa a cuatro avejentados académicos y poco más, os diré que no sabéis lo que os estáis perdiendo. Si bien Milosz puede resultar relativamente “difícil”, signifique eso lo que signifique al hablar de poesía, lo cierto es que se me ocurren pocos poetas más inmediatamente accesibles a cualquier lector que Szymborska y el que hoy nos ocupa, Zagajewski. El impagable trabajo que está haciendo Acantilado con éste último me ha permitido leer maravillas como Mano invisible, Tierra del fuego, Deseo o este emotivo Asimetría, y cada uno de ellos me confirma aún más que estamos ante un grande.
Espero que nadie me pregunte en qué radica el carácter asimétrico del poemario, porque no sabré muy bien qué decir. Zagajewski nos habla en este libro ni más ni menos que de algunos de los temas eternos de la literatura, es decir del recuerdo, de la presencia del pasado en nuestras vidas o de la proximidad de la muerte, que poco a poco nos va arrancando pedazos de nuestra vida, hoy un amigo, mañana a nuestro padre. Nos habla de su relación con los poetas que han marcado su vida, y aunque sólo menciona el nombre de Ósip Mandelstam, los hace revivir a todos en un poema hermoso y, por raro que suene, simpático como “Mis poetas preferidos”:
Mis poetas preferidos / no se han encontrado nunca / Vivieron en diferentes países / y en diferentes épocas / Rodeados de la banalidad / por gente buena y mala / vivieron modestamente / como un manzano en un jardín / Amaron las nubes …
Encontramos también un canto elegíaco por la infancia perdida, en el bellísimo y sencillo poema “Infancia”:
Devolvedme mi infancia / la república de los locuaces gorriones, las infinitas selvas de ortigas (…) / Ahora seguro que sabría / cómo ser niño, sabría / cómo mirar la escarcha en los árboles / cómo vivir inmóvil.
Pero es sin duda el recuerdo de sus padres, siempre por separado, el que predomina. Esa extrañeza y esa sensación de abandono mezclado con liviandad que nos embarga tras la muerte de un ser querido abren el libro, con el poema “En ningún lugar” (“Fue un día en ningún lugar al volver del entierro de mi padre…“). mientras que “Acerca de mi madre” puede llegar a hacernos saltar las lágrimas:
Acerca de mi madre no sabría decir nada / cómo repetía vas a lamentarlo / cuando ya no esté, y yo no creía / ni en ya ni en no esté…
Que nadie piense, no obstante, que Zagajewski no hace más que mirarse embelesado el ombligo. Al contrario, lo que hace grande a este poeta es su pasmosa capacidad para fundir su experiencia personal con los sentimientos del lector, y para hacer de sus recuerdos más íntimos un referente de la historia de su país. Nos dice en “Autopista”:
Tendría unos doce años / En el desguace debajo del viaducto de la autopista construida / por Hitler buscaba huellas de aquella guerra, huellas / de la edad de hierro…
En pocas palabras, Asimetría es un libro hermoso, emotivo, ameno y hasta divertido. Zagajewski, un poeta enorme.
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