Toda buena historia merece un buen final. Y el final de Ana Martí está escrito en Azul marino. Tras disfrutar con Don de lenguas y El gran frío, la trilogía de novela negra escrita a cuatro manos entre Rosa Ribas y Sabine Hofmann echa el cierre, para disgusto de algunos de sus seguidores, con la historia que hoy vengo a reseñar. Cualquiera que haya leído las dos primeras novelas habrá sucumbido a los encantos (literariamente hablando) de su protagonista, Ana Martí, la joven periodista barcelonesa que tiene que abrirse un hueco a codazos en una sociedad, la de los años 50, que no ve con buenos ojos la independencia que muchas mujeres intentan conseguir en el plano amoroso y/o laboral.
Corre el año 1959 cuando en el puerto de Barcelona permanece anclada la Sexta Flota norteamericana, lo que da tiempo a cientos de marines a conocer la Ciudad Condal, y con ello, sus bajos fondos. En un burdel del Barrio Chino, el Metropolitano, se produce el asesinato de uno de ellos. El inspector Isidro Castro, otro habitual de la trilogía, trata de esclarecer el caso junto a la sus “colegas” estadounidenses, por lo que acude a Ana para que haga las veces de traductora. La periodista, por su parte, sigue compaginando su carrera entre los ecos de sociedad de la revista Mujer Actual y los sórdidos sucesos de El Caso. Para el segundo de ellos tendrá que escribir sobre el suicidio de una trabajadora de un local de costura que acoge a mujeres descarriadas, regentada con orgullo por señoras de la burguesía pertenecientes a una congregación religiosa con unas ideas de la vida y de la mujer que chocan frontalmente con las de nuestra protagonista.
Tras dos novelas de alta calidad, era de esperar que esta tercera siguiera el mismo guion. Y así ha sido, para gozo del lector. Si escribir a cuatro manos tiene sus dificultades, no se nota leyendo las novelas de Rosa Ribas y Sabine Hofmann, cuya compenetración es tal que hace que ni la trama ni los diálogos ni los personajes se resientan por aquello de tener dos “madres” literarias distintas. Todo en esta novela fluye de forma tranquila y decidida, derivando en una brillante resolución del caso. Además, en esta ocasión nos permiten conocer un poco mejor la vida privada del inspector Castro, que verá como las malas compañías de su hijo ponen en peligro su carrera.
Una vez más, el fuerte de estas novelas negras se basa en la cuidada ambientación de la época en la que se desarrollan. Uno lee Azul marino y se convierte en un barcelonés de posguerra paseando por el Barrio Chino o bajando alegremente por la Rambla mientras militares americanos revolucionan al sector femenino de la ciudad. Las autoras tienen un don especial para definir a los personajes, haciendo igual de creíbles los comportamientos de un miembro de la alta burguesía que los de una prostituta o un traficante de baja ralea. El personaje principal también sirve para medir el nivel social y cultural de la época, con la férrea moral franquista siempre presente. Por eso la protagonista lucha contra viento y marea para encontrar reconocimiento dentro de una sociedad en el que la mujer está concebida para otros menesteres.
Con todo esto, confieso que soy de los que echará de menos a Ana Martí; incluso a su prima Beatriz y al inspector. Pero sobre todo a la joven periodista, cuyo personalidad hemos visto crecer en estas tres novelas, pasando de ser una asustadiza muchacha a una mujer decidida, como queda patente en Azul Marino. Por suerte, de Rosa Ribas siempre nos quedará el resto de sus novelas. Quizá no sea mala idea la de conocer los casos de la comisaria Cornelia Weber-Tejedor.
César Malagón @malagonc