Reseña del cómic “Bill Rayos Beta: Estrella Argéntea”, de Daniel Warren Johnson
Cuando se anunció que en la película de Thor: Love and Thunder Natalie Portman sería la digna portadora de Mjolnir estalló la polémica. Polémica concebida por seres unineuronales que tecleaban burradas en Twitter agazapados tras el anonimato que les brindaba la red social. Lo que nunca entendieron aquellos personajillos es que, a diferencia de ellos, Mjolnir no hace distinción de raza, ni de sexo, ni de credo, ni de nada de nada. Si vales, vales. No hay más. Por ello, el martillo del dios del trueno ha sido empuñado por mujeres como la Capitana Marvel o incluso la mismísima Wonder Woman durante el crossover DC vs Marvel, por hombres como el infame Deadpool, por heraldos venidos de más allá de las estrellas como Silver Surfer, por bestias pardas como Hulk y hasta por una simple rana que acabaría convirtiéndose en Throg. Mjolnir es especialista en escoger seres dignos de confianza, en encontrar el verdadero valor y a los héroes de corazón. De hecho, fue así como Bill Rayos Beta, el guerrero extraterrestre de la raza korbinita, que al principio fue concebido como un villano, acabaría convirtiéndose en un superhéroe. El personaje de Bill Rayos Beta creado por Walter Simonson en la década de los 80 acabaría alcanzando tal carisma ante los conciudadanos del panteón nórdico que Odín le forjaría su propio martillo de guerra: el Stormbreaker. Pero de eso hace ya bastante tiempo. Tocaba modernizar al korbinita sin olvidar su espíritu de cómic clásico. Tocaba apostar a lo grande. El encargado para tal tarea fue el guionista y dibujante Daniel Warren Johnson.
En Bill Rayos Beta: Estrella Argéntea (publicado por Panini Cómics) el korbinita está harto de vivir a la sombra de Thor. Después de currarse la defensa de Asgard contra el Dragón Negro Fin Fang Foom, es el dios de bello rostro y perfecta y rubia melena el que se lleva los halagos de la población. En cuestión de amoríos tampoco se puede decir que la cosa le vaya sobre ruedas, pues, desde la destrucción de su arma Stormbreaker, a Bill le es imposible mostrarse en su forma humanoide. Atrapado en una forma monstruosa, en un rostro equino, las féminas le rehúyen y hasta a él le cuesta mirarse al espejo. La huida de Asgard es inevitable. Daniel Warren Johnson escribe una aventura mitológica, cósmica, un road trip del espacio profundo donde los moteros viajan en naves espaciales y los bares son regentados por dioses retirados. El viaje goza de escenas épicas y acción a raudales, con una cantidad de gore muy por debajo de lo que nos tiene acostumbrados. Pero tras tanta fanfarria y fuegos artificiales de excelente calidad lo que vamos a encontrar es una historia de búsqueda, de encontrar la propia identidad, de recuperar la autoestima robada y de sentirse de nuevo completo física y mentalmente. Al periplo se le unirán otros segundones como el troll Pip o el villano rehabilitado Skurge, así como Skuttlebutt, una IA que, como un ángel de la guarda, siempre ha estado al lado de Bill y a la que el viaje, así como al propio lector, también transformará de una u otra manera.
Bill Rayos Beta: Estrella Argéntea es una lectura imposible de dejar. Finalizarla de un tirón se convierte en una compulsión necesaria. Daniel Warren Johnson escribe y dibuja un cómic cortito pero intenso que repasa la mitología del personaje creado por Simonson y la enriquece, que funciona como una aventura aparte (con su principio, su final y todas esas aclaraciones para entender quién es Bill y de dónde proviene) pero que no se olvida de dejar alguna referencia a la serie regular de Thor. Es un cómic que rebosa el disfrute de un autor que ha gozado haciendo su trabajo. No hay más que ver el arte. Johnson dibuja splash pages que son todo acción desenfrenada y todo belleza desbocada. Páginas y viñetas de las que es difícil despegar la vista. Con ese color, brillante, variado, exquisito y preciso que, una vez más, es trabajo de Mike Spicer y ese estilo que mezcla lo mejor del cómic indie y la acción más brutal del manga. En conjunto, el autor se marca una odisea con destino al mismísimo infierno de los dioses nórdicos, para tocar fondo de la forma más literal y así batallar con demonios y hallar la redención.