Brianda: Una bruja en tiempos de la Inquisición. El título de este libro de Mayte Esteban tiene dos palabras que me arrastraron a leerlo: bruja e Inquisición. Y nada más abrirlo, encontré otro elemento que me parece irresistible: Toledo. Gran parte de los hechos transcurren en esta ciudad, mi favorita de cuantas he visitado en España, porque sus calles y su historia tienen un encanto especial.
Brianda: Una bruja en tiempos de la Inquisición comienza en el siglo XXI, cuando Alonso y Amanda encuentran un libro antiguo en una finca que ella acaba de heredar en las afueras de un pueblo de Toledo. En la primera página, escrito a mano, tan solo hay un nombre: BRIANDA. Intrigados, comienzan a leer, y nosotros con ellos, la historia de esta bruja que vivió en los peores años de la Inquisición.
Así, Mayte Esteban nos sumerge en el Toledo del Siglo de Oro, concretamente en el año 1610, cuando nacen dos bebés con dones extraordinarios: Brianda en un hogar humilde y Luis en una casa señorial. Tocados con la misma gracia, aunque en principio no sean conscientes de ello, cada uno la utiliza de distinta forma: Brianda para hacer el bien y Luis para hacer el mal. Ella se convierte en una bruja de magia blanca y él, en su afán de hacer daño, en un miembro de la Inquisición. Y su enfrentamiento irá más allá de la época que les ha tocado vivir. Amanda y Alonso, los lectores de su historia cuatro siglos después, serán los encargados de ponerle fin.
La ambientación del siglo XVII está muy lograda, es fácil imaginar las penurias de los campesinos que vivían en los pueblos de alrededor de Toledo, el peligro que acechaba en los caminos solitarios, el bullicio de los eventos religiosos en la catedral, los secretos que escondían las callejuelas. E igualmente conseguida está la vida en la capital, Madrid, con sus obras de teatro en los corrales y sus reyertas en las tascas.
Si la ambientación es uno de los puntos fuertes de Brianda: Una bruja en tiempos de la Inquisición, el otro es el elenco de personajes, tanto los de clase alta como los de la baja, que nos hacen apreciar los contrastes de la época. Brianda, la protagonista, se hace querer, al igual que su mentora Oli, pero a mí me ha robado el corazón uno de los secundarios: el pícaro Sebastián. Sin embargo, Luis, el villano de esta historia, se me ha quedado corto. Me hubiera gustado leer más muestras de su maldad, sobre todo cuando se incorpora al Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición. Pese a que se les nombra en el título del libro, no se les ve en acción, y lo eché de menos.
Otro aspecto que me ha descolocado es el contraste entre la primera parte, ambientada en el Siglo de Oro, y la segunda parte, que transcurre en la actualidad. No es la primera vez que me pasa. En Semillas de amapolas me sucedió igual: me gustó tanto la ambientación del pasado que el presente me hizo perder interés. En Brianda: Una bruja en tiempos de la Inquisición, además, el cambio de tono es radical. La historia de Amanda y Alonso está cargada de humor y el conflictivo narrativo que une ambas partes, en mi opinión, se difumina. Eso me transmitió la sensación de estar leyendo dos novelas diferentes.
Por todo ello, Brianda: Una bruja en tiempos de la Inquisición ha sido para mí una lectura de altibajos. Sin embargo, ya han pasado unos cuantos días desde que la terminé y lo que queda en mi mente es su retrato del Siglo de Oro, repleto de detalles y curiosidades que me han hecho enamorarme un poquito más de la magia de Toledo y hasta de Madrid. Creo que quienes busquen una ambientación histórica bien documentada, pero con grandes dosis de fantasía y amor, disfrutarán de esta novela.