Reseña del libro “Canción bajo el agua”, de Fátima Beltran Curto
Tengo sentimientos encontrados con Canción bajo el agua, de Fátima Beltran Curto. Comencé la lectura completamente predispuesta a que me encantara porque se trata de una saga familiar de realismo mágico, la combinación de los dos géneros literarios que más me apasionan. Pero en las primeras páginas ya hubo algo que me descolocó.
La novela comienza con Eladio Ferlosio regresando a Uldielbo en mayo de 1939, con la esperanza de que las casas, su familia y su amor platónico, Eleonora, hayan sobrevivido a la guerra. Pero se encuentra el pueblo hecho ruinas (los vecinos viven en cuevas y ni siquiera se han enterado de que se ha acabado el conflicto) y a Eleonora sin pierna derecha y sin visión en el ojo izquierdo por culpa de un bombardeo. Con Eladio va el espectro Teodoro Sacristán, el primer hombre al que mató en combate, pues, según la leyenda, está condenado a acompañarlo por siempre, como castigo y trofeo de la funesta hazaña. De Teodoro —exseminarista, pintor y libidinoso— iremos conociendo cómo fue su vida en Catasset, un pueblo levantino, antes de caer en el frente.
Hasta ahí, todo bien, ese vínculo entre los personajes prometía y la prosa de la autora era florida, algo habitual en el realismo mágico y que a mí me suele cautivar. Pero en el primer soliloquio del fantasma ya me chirrió la sobreadjetivación: en una sola página, catorce —¡catorce!— adjetivos para que sepamos que Eladio le parece aburrido y tonto, más otro puñado de símiles que reiteran la idea. Bueno, vale, el personaje estaba enfadado y era su forma de demostrarlo, me dije. Pero no. Durante toda la novela se ponen adjetivos y más adjetivos que quieren decir exactamente lo mismo; hay mucha rima interna que lastra el ritmo y, lo peor de todo, se cuenta una escena, se recapitula y se vuelve a contar, como si el lector fuera a olvidarse de lo que ha leído una página atrás (incluso dos frases más arriba). El énfasis ocasional embellece; el énfasis continuo agota.
No tengo problema en pasar por alto unas erratas o errores ortográficos, pero en Canción bajo el mar he echado de menos el trabajo de un corrector de estilo en cada página (quizá sea deformación profesional), lo que me ha impedido sumergirme en la lectura como yo deseaba. Con esa revisión, tal vez las doscientas setenta y nueve páginas se hubieran quedado en la mitad, pero estas habrían sido geniales. Porque la prosa de Fátima Beltran Curto apunta maneras; la historia es bonita; la ambientación de los pueblos, lograda; los personajes, entrañables; los toques humorísticos y dramáticos combinan bien y tiene un gran final. Y de ahí mis sentimientos encontrados. Canción bajo el agua es una historia que merece la pena y seguro que la disfrutaran los que no se suelan fijar en la forma, pero quienes, como yo, sí lo hagan, es probable que no logren disfrutarla del todo. No obstante, estaré pendiente de los nuevos libros de Fátima Beltran Curto. Espero que la edición esté a la altura de la novela la próxima vez.