Reseña del libro “Canijo”, de Fernando Mansilla
«¿Enganchado? Yo no estoy enganchado, chaval. Yo estoy poseído.»
Así es como andaban los gitanos, los quinquis y drogadictos y toda esta pobre gente anónima en los años ochenta. Sin rumbo ni dinero ni futuro. Poseídos. ¡Estos sí que eran los ni-ni, hijos de la gran puta!
Los que se tiraban el día recorriendo el barrio de San Julián, la calle Feria o la Alameda, aunque muchas veces, si no conseguían nada, se pegaban la pateada hasta las tres mil sin nada en el estómago (ni en el brazo). El que sea de Sevilla lo sabe. Estos eran, sí.
Los que estaban casi siempre dando palos por aquí y por allá. Trapicheando, o huyendo de los maderos (y del cabronazo del casero de ese piso de mala muerte donde malvivían, que solo quería darles cuanto antes la patada en el culo). Estos eran. Los que vendían las cacerolas de sus viejas para conseguir quinientas pelas con las que poder ganarle un poco más de tiempo al espanto y la soledad (y el tembleque) que les invadía. Los que vivían esperando una luna (o un buen business con algún gitanillo del barrio), siempre apostados en cualquier banco del parque o en una soleada esquina; calentándose un poco el culo en pleno mes de enero y refugiándose del fuego que caía del cielo ya en agosto. En una Sevilla con musho malahe que se iba preparando para la vacilada (y el pelotazo) de la Expo.
Y así andaba esta gente. O incluso peor. Poseídos por la coca y la heroína. Capaces de darlo todo por un chute, como dice resignado el propio Canijo en alguna página del libro.
Y (si usted me sigue el juego, claro) así es como estoy ahora yo.
Poseído por el genio de Mansilla.
Totalmente enganchado a su literatura, a esa forma de contar tan descarnada como divertida. Tan tierna y trágica a la vez. Y tan honesta. (¡Joder, pero si es lo mismo que me pasó con Fante!)
¡Y ahora el que tiene el mono soy yo!
¡Un maldito gorila gigante que cuelga de mi puta chepa y que me pide más!
Más hiperrealismo mansillano.
Más personajes absurdos, frágiles y verosímiles de estos. Nada de caricaturas. ¡De los que están vivos! De los miedosos. De los ingenuos, los malvados y sufridos seres humanos de pacotilla que somos todos, moviéndose atolondrados por el día a día como las hormigas de Charlie Kaufman, recorriendo a pelo los pasillos peor iluminados de la vida y de la mente.
Más historias de peligros cotidianos al salir del supermercado, de amores crueles e imperfectos que gritan “¡te odio pero no te vayas!” desde el balcón. Más muertes grotescas, infames, tan ridículas como la de una rata atropellada. Más de esperanzas compartidas. De desesperación, de esfuerzos sobrehumanos por seguir un rato más de pie. De locura y de amistad inquebrantable. De no tener ni un puto duro. Y por no tener, de no tener ni donde caerse muerto.
Más relatos de sueños que se van y de otros que vienen sin avisar y que se vuelven a escapan.
Y menos héroes. Y más heroína(s).
Más días normales donde todo es jodidamente anormal e inexplicable. Donde nada queda nunca resuelto pero, en realidad, todo está visto para sentencia.
Más. Más, joder, más.
¡Más!
Sí. Ya lo ve (y si seguimos con la comparación y el juego literario, ¿ok?): estoy bien jodido.
Y, aunque no tengo mucho que ofrecer a cambio, si alguien tiene más mierda bonita de esta quizás podríamos hacer un trato. ¿Qué le parece un par de trilogías sobre niñas desaparecidas en el bosque? ¿Y dos o tres libros (quizás pueda conseguir hasta cuatro) sobre familias de la posguerra que más bien parecen Los Braddy o la Familia Adams del barrio de Salamanca? ¡Le juro que algunos de estos tienen mil páginas…! ¿Qué me dice? ¿Hay trato?
Se lo cambio todo por un buen cuento.
O por una novela como Canijo.
A nadie mata el frío, ni el sueño y no existe la sed, ni existe el mal ni la puta mierda que nos domina, dice el gran Mansilla en una de las canciones del álbum Dejad que los colgados se acerquen a mí, publicado por su grupo de ¿cabaret punk?, Mansilla y los Espías, en el año 2018, un poco antes de su muerte.
Pero él sabía que en esto no tenía razón. Que no todo es mentira. Que siempre hay buena mercancía. Solo hay que dar con el dealer correcto.
Aquella muerte antes de tiempo nos privó de un fantástico escritor, de un artista muy particular. Porque Mansilla también fue dramaturgo, poeta, músico y un sinfín de cosas más, y movilizó como nadie la escena cultural y underground del centro de Sevilla (aunque él era de Barcelona) desde los años ochenta. Ahora, nuestros amigos y nuestras amigas de la editorial Barrett, también de Sevilla y colegas de Mansilla, están rescatando poco a poco su obra (algunas de ellas las hemos reseñado ya por aquí) y nos están dando a conocer el talento descomunal y la mirada proletaria, extravagante y profunda de un personaje único de nuestra cultura independiente más reciente.
Fernando Mansilla. Otro que consiguió contar como nadie esa otra España nuestra.
Una que es idéntica al pájaro loco de la Expo.