Me atrevería a decir que Carne de ataúd es uno de los pocos libros genuinamente originales que puede encontrar uno en las librerías. Lo es porque confluyen dos circunstancias que redundan en esa originalidad, la relación del protagonista con los espíritus, lo que es de no poca utilidad en historias de crímenes, y una segunda que probablemente sólo tenga efecto en los lectores españoles, el lenguaje que utiliza el autor, tan mexicano, que enriquece, refresca y embellece nuestro idioma, lo viste de exótico y de fiesta.
El color del lenguaje no hace menos negra la novela, entiéndanme, es una historia con asesinatos, ambientes sórdidos, políticos corruptos, asesinos en serie y espíritus. Además tiene conexiones con hechos y personajes reales, es una recreación de unos asesinatos ocurridos entre los siglos XIX y XX en Ciudad de México. El protagonista es un reportero, Eugenio Casasola, que tiene una fluida relación con los espíritus, en particular con el de una de las víctimas, Murcia, una prostituta que además fue el amor de su vida. La novela transcurre en dos tiempos y es de esas que se leen con impaciencia, con necesidad por saber qué va a ocurrir o que ha ocurrido, incluso por saber cómo lo cuenta porque esa mezcla de novela policiaca y de terror abre mucho el campo, uno sabe que puede encontrarse con algo desconocido y por tanto atractivo.
Dice el autor de Carne de ataúd que en ocasiones ha cambiado alguna fecha o ha forzado un tanto la realidad (la histórica, se entiende, la otra ya se ve) con fines narrativos, lo cual no tiene mayor importancia si se avisa, como él hace, pero que ha sido muy cuidadoso en recrear el ambiente de la época y diría que ese es precisamente uno de los activos más importantes de la novela, por encima incluso de la trama o los personajes tan atractivos. Porque se trata de una época con una sociedad en ebullición, con una población que comienza a no asumir mansa y resignadamente la dictadura y con un poder que está dispuesto a cualquier cosa por continuar siéndolo. Nos acerca una parte de la historia de México, el porfiriato, que no nos es especialmente conocida pero que resulta sumamente interesante porque no sólo entretiene sino que tal vez, y digo tal vez porque no soy en absoluto lo experto que debería para afirmarlo con total certeza, contribuye a entender el México de hoy día.
El objetivo parece ambicioso: mezcla de temáticas, rigor histórico, denuncia social, trama adictiva, etc y tal vez Carne de ataúd llega a buen puerto porque aborda esa complejidad con sencillez, el estilo es directo y sencillo y la lectura resulta amena. Para mí, Bernardo Esquinca ha sido todo un descubrimiento y aunque no soy especialmente aficionado a la novela policiaca, ni a la de terror ni a la histórica, estoy deseando conocer más de la saga de este personaje, Eugenio Casasola, que promete grandes momentos.
Andrés Barrero
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