No sé si se ha escrito demasiado sobre el Che o, en esencia, se ha escrito en realidad poco. Lo que sí sé es que se ha hecho mucho y de muchas maneras. Se han rodado películas, series y documentales enteros. Se han compuesto canciones y se han escrito poemas. Cortázar, Neruda o Benedetti compusieron versos sobre él. No es para menos. Su imagen es una de las más icónicas del mundo.
Quizás por ello la proeza de Jon Lee Anderson resida precisamente ahí. En que es capaz de elevar su voz en medio de todo ese ruido, de toda esa marisma de pintadas, posters, fotografías y cuadros, de insignias, chapas, camisetas, llaveros y mecheros de uno o dos euros. Con razón, Che Guevara. Una vida revolucionaria (publicado por Anagrama) es considerada la mejor y más completa biografía del comandante. No en vano, el periodista, que contó con la colaboración de la viuda de Guevara, tuvo acceso privilegiado además a los diarios personales del Che y a otros archivos del gobierno cubano.
Y de esos barros… Prácticamente veinte años después, Jon Lee Anderson y el caricaturista mexicano José Hernández se atreven con la adaptación de su obra a novela gráfica. Una aproximación a la vida de Ernesto Guevara menos densa que aquella y, sin duda, profundamente artística. Y lo hacen con una trilogía que lleva por título Che. Una vida revolucionaria y que centra su historia en Los años de Cuba, aquellos que abarcan desde su embarcación a bordo del Granma hasta su viaje al Congo.
El resultado es esta novela gráfica donde, si se pone atención, uno puede escuchar la misma voz de Guevara, que susurra, con letra en cursiva y a la tenue luz de un flexo, a su madre y al propio Fidel. Sus actos son los que son. La verdad está llena de pequeños matices que son fáciles de perder. Pero a los autores de Che. Una vida revolucionaria no les interesa la leyenda, sino el hombre. Los claroscuros, los defectos, las ilusiones y las inquietudes que le hicieron humano.
Periódicos, correspondencias y documentos, más allá de los datos y los detalles, lo que llama ostentosamente la atención de esta novela es su capacidad evocadora y sugerente. El equilibrio entre el texto y sus ilustraciones está tan ajustado, tan conseguido, que uno tiene la sensación de que sus páginas no son estáticas y la historia fluye sola ante sus ojos. Las fantásticas ilustraciones de José Hernández, al menos, están llenas de texturas: de gotas de agua, de agujeros de balas, de cristales rotos, de sangre y del olor, incluso, de los habanos.
Los años de Cuba, al que se sumarán más tarde las travesías del Che por Centroamérica y Bolivia, es además una aproximación fiel y una historia fundamentalmente rigurosa y atractiva sobre la revolución cubana, las disyuntivas del Che y el acceso de Castro al poder. Un Fidel que, como aquel, a veces también tuvo sus claros.