Clásicos infantiles 26
¿Cuántos años tenéis? No, no se trata de una pregunta cotilla, sino de una cuestión para que reflexionemos cuántos libros han caído en nuestras manos desde entonces. Cuando somos pequeños no nos damos cuenta de los libros que formarán parte de nosotros para siempre, y vamos encadenando uno detrás de otro, para que, cuando ya somos adultos, hablemos de ellos con la nostalgia que da darnos cuenta de la variedad de letras y títulos que han sido compañeros de viaje, amigos en los peores momentos, o la respuesta a una pregunta que no sabíamos como responder. Y en ocasiones, la forma más sincera de divertirnos. Así que los clásicos infantiles de hoy vendrá de ahí, de esa diversión con la que pasamos las páginas y con la que encontramos, de improviso, una razón para seguir conociendo muchos más libros, que se conviertan en parte de nuestra historia.
Pocas son las veces en las que yo hablo de un libro después de haber visto una película o una serie. Por cosas de la vida, yo jamás me decidí a leer Pippi Calzaslargas hasta que no fue, años después, que encontré un ejemplar en la librería donde trabajo y lo cogí para ver qué de cierto tenía aquello que yo había visto en la serie de televisión de mi infancia. Apenas recordaba pequeños detalles, pero el caso es que la imagen de mí mismo merendando y viendo las aventuras de esta chica pelirroja, siempre ha sido una de las mejores que tengo y que atesoro cada vez que, si se da la ocasión, mis amistades y yo nos ponemos a hablar de las historias que nos marcaron cuando éramos pequeños. Lo importante aquí serán mis vivencias, eso hay que dejarlo claro, y también tener claro que, otro de los personajes que serán de vital importancia, es mi sobrino, que maneja mi tiempo últimamente como quiere, y que hace que mis lecturas infantiles tengan otra mirada, otro motivo, otras preguntas que las que me hacía cuando apenas había aprendido a leer.
Astrid Lingren creó a este personaje tan divertido que, a pesar de no tener padre ni madre, había vivido las mejores aventuras posibles, y estaba dispuesta a seguir viviéndolas. Ese es el corazón de esta historia, y eso es lo que le intenté inculcar a mi sobrino cada vez que leía alguna página para él. Si bien es cierto que él, más pequeño de lo recomendado para este libro, no entendía algunas cosas porque su mente todavía no le permite entender lo que significan las metáforas, o las imágenes abstractas que luego hay que explicarle, entendió que Pippi Calzaslargas era una niña tan increíble que le hubiera gustado tenerla de amiga, incluso diría que, a veces, me mira con una mirada llena de brillo y que él se imagina que ella está con él, con su inseparable señor Nelson y su caballo, y que están dispuestos a vivir junto a él las mejores historias y que nadie, absolutamente nadie, va a impedirlo. ¿No es maravilloso que un libro produzca eso? ¿No es lo que siempre buscamos aquellos que nos metemos de lleno en un libro y abrimos la primera página? Cuando un niño descubre un libro, es decir, lo descubre de verdad, es uno de esos momentos mágicos irrepetibles que se quedará con él para siempre, recordándolo una y otra vez, sin que pueda evitarlo.
Hay que invitar a que los niños descubran sus personajes favoritos. Si una cosa está clara es que Pippi Calzaslargas puede serlo durante aquellos días en los que la única obligación es divertirse, es jugar, y comprender que allá afuera el mundo puede ser un poco caótico, pero que nunca hay que perder la capacidad de soñar, de fantasear con algo distinto, con algo que produzca la emoción, la felicidad en definitiva, de vivir aventuras por doquier, de aventurarse por el mundo con los ojos de un niño que no tiene maldad y que vive en su propio mundo, un universo de fantasía y sobre todo compañía, que nos llevará a comprender lo que significa, realmente y para siempre, la lectura.