Clásicos infantiles 4
Hace tiempo, o quizá no tanto, que me fijo en los libros que suelen gustar a los niños. Es una de esas cosas que me gusta hacer cuando viajo por el mundo de las librerías, de las librerías con libros de temática infantil mejor dicho, en las que me paro a ver con qué lecturas abren esos locos bajitos, que diría Serrat, los ojos como si fueran un tesoro que acaban de descubrir desenterrado bajo el polvo de una estantería. Y casi siempre son los animales los que hacen que los niños abran su mente y encuentren un apasionante mundo tras las páginas y las imágenes de un buen libro. Y me dije, ¿por qué no hacer una reseña sobre algunos de los clásicos infantiles en materia de animales? Así que, una vez más, como cada domingo, os propongo un viaje por la literatura infantil de la mano de algunas de las historias con las que nosotros, los mayores, disfrutamos cuando éramos enanos, en definitiva, cómo éramos nosotros entonces y ahora lo son ellos: los niños que nos ofrecen con su mirada el mejor de los regalos.
¡Pasen, lean y disfruten, con las mejores Fábulas de Esopo! De seguro, no os defraudarán.
A todo aquellos que vivís en un mundo de fantasía cada vez que un libro aparece ante vuestros ojos, os doy la enhorabuena. Habéis encontrado un libro, aunque qué digo un libro, digo una obra maestra, una joya, uno de esos libros lleno de cuentos que nos hace entender el mundo de la literatura desde otro ángulo, con otra visión, con todos los sentidos puestos uno a uno, milímetro a milímetro, en aquello que conocemos y que siempre nos puede deparar una gran sorpresa. Porque las historias que aquí se cuentan son conocidas por todos nosotros, son clásicos que no pasan de moda, que no se olvidan, y que permanecen en nuestra mente, en nuestros recuerdos, como esas imágenes de la infancia que, como si estuvieran grabadas con el cincel con el que se crean las estatuas, dejan sus huellas sin querer irse a ningún lado.
Y es que las “Fabulas de Esopo” son momentos que pasamos en compañía de los animales, de la gallina de los huevos de oro, del zorro que intentaba por todos los medios coger las uvas, y la liebre y la tortuga prestas a echar la carrera que cambiará sus vidas. Porque en el fondo, los animales que aparecen en estos cuentos no son simplemente eso. Son consejos, con visiones de una realidad que los niños no llegan a captar y a los que tenemos que enseñar. Son ideas, pensamientos, reflexiones, para hacer de esas personas que corretean por los pasillos y gritan de emoción cuando abren un regalo, unas personas mejores. Porque de eso trata la literatura, eso llevan en su interior las fábulas que nos hacen recorrer caminos no imaginados, pero que sin duda están ahí, esperando que nuestros pies se posen en ellos para que conozcamos lo que nos estamos perdiendo. Sin duda, gracias a Blume y a sus autores, han conseguido crear un mundo en el que las fábulas nos saludan en cada una de las páginas, en el que los animales saltan de sus páginas para abrazarnos con sus palabras, con sus vidas de cuento (a veces de hadas, otras no) pero que siempre nos enseñan cómo es ser mucho mejor, cómo nunca dejar de serlo, y conocer que en este mundo hay que pensar y actuar, pero no al contrario, que con un poco de esfuerzo se pueden conseguir cosas inimaginables, que más vale saber pensar en vez de seguir los impulsos que nos llevarán al fracaso, o que la amistad es un bien tan preciado que todos, incluso nosotros los adultos, que parecemos haberlo olvidado, debemos preservar a pesar de todo, y gracias a ello.
Por eso decidí escoger este libro en el que Kees Moerbeek nos muestra que, como si de un engranaje en una maquinaria compleja, las fábulas nos esconden en su interior un sin fin de aprendizajes. Y, por qué no decirlo, además nos proporcionará un momento de compañía con nuestros hijos, viendo cómo se divierten con sus ilustraciones, con las historias que viven sus personajes, mientras nosotros recordamos, e incluso aprendemos de nuevo que más allá de nosotros mismos, mucho más allá de nuestra vida interior, existen las de otras personas con las que nos relacionamos, con las que vivimos e, incluso, a las que sentimos muy dentro y de las que habíamos olvidado su presencia a fuerza de la costumbre.
Hoy es un gran día para ello, así que os digo lo siguiente: coged este libro, apresadlo entre vuestras manos, dejad después que los niños lo sientan, y después, cuando penséis en él seguro que os dais cuenta, como yo lo hice, que sabiendo más cosas, que aprendiendo con lo que nos ofrecen las “Fábulas de Esopo” podréis construir (o reconstruir) un mundo, como siempre, mucho mejor.
Tenía un cuento de fábulas de Esopo y otra de las de Iriarte, cuando peque. Recuerdo que me parecía que las fábulas se escribían un poco raro, pero me gustaban también 🙂 Un gusto ver que no se ha perdido la tradición de ofrecer fábulas a los niños.
Y también de fábulas de Samaniego, que se me olvidaba 😉