Clásicos infantiles 5
Hay veces que, en un momento, en uno de esos momentos cuando eres pequeño, te das cuenta que con los libros puede suceder cualquier cosa. Son esos instantes, cuando no tienes más de ocho, quizá nueve años, en que descubres que la literatura, sea en el formato que sea, puede dar rienda suelta a tu imaginación y hacerte ver que estás viviendo dentro de las páginas.
Y ahí estaba yo, queridos lectores, una mañana, no recuerdo muy bien si era mayo o junio (en cualquier caso, hacía calor) leyendo un libro sobre otro niño pequeño que también iba al colegio. Puede resultar una historia simple, tal vez una de esas historias que se convierten en un tópico, pero eso no sucedía, eso, sin saber la razón, no me sucedía cuando me sentaba en mi sillón, con la luz del sol entrando por la ventana abierta, e iluminando las letras y los dibujos que aparecían ante mis ojos. ¿Queréis saber a qué me refiero? Pues sólo tenéis que hacer click para seguir leyendo y descubrir en esta nueva sección de Clásicos Infantiles que desde que somos pequeños, tendríamos que ser lectores.
Es curioso cómo vemos la vida los adultos. Obligaciones, deberes ineludibles, contratos que firmar, más obligaciones. Pasamos la vida mirando hacia delante y sólo dándonos la vuelta para ver quién nos ha pisado al andar. Por esa razón, entre otras, echo de menos mi infancia, cuando lo único de lo que tenía que preocuparme era de pasármelo bien, de estar con mis amigos y, en última instancia, de hacer mis deberes y pasar de curso de la mejor de las maneras posibles. Supongo que por eso “El pequeño Nicolás” se convirtió en una especie de apéndice, en una especie de extensión de mí mismo porque yo, niño apocado a no hablar demasiado y no decir una palabra más alta que la otra, veía en Nicolás un alter ego de todo aquello en lo que me gustaría convertirme. Sí, yo era un niño de los de antes, de esos a los que enseñaban que no había que decir una palabra más alta que la de nuestros padres, esos a los que el pan con mantequilla y chocolate nos encantaba, y que nos divertíamos con una pelota lanzándola una y otra vez contra la pared. Y Goscinny – Sempé, sin saberlo yo por aquel entonces, se convirtió en uno de esos autores con los que devoraba las aventuras de un pequeño niño como lo era Nicolás, que en realidad podía haber sido Sergio, es decir, yo mismo, o la verdad es que cualquiera de nosotros, porque todo aquello que vivía entre páginas lo habíamos vivido en algún momento, en mayor o menor medida. ¿Sabéis eso que se siente cuando te cosquillean las manos al querer botar la pelota cuando te han dicho que no puedes hacerlo? Pues eso mismo me pasaba a mí cuando iba leyendo lo que me contaba “El pequeño Nicolás” en cada uno de los libros que, como si fuera un juego del destino, tiempo después volví a reencontrar, siendo ya adulto, en las casas de más niños que, como yo, habían crecido al compás de toda la colección de libros que llenaron las estanterías, y las cabezas, de aquellos que queríamos divertirnos y, sobre todo, ser niños para siempre.
Hacernos adultos es perder parte de la inocencia, parte de la belleza de ser ingenuos por naturaleza. Y así me las veía yo cuando devoraba lo que le sucedía al Nicolás de las historias. Porque en realidad no era sólo eso, como suele suceder con todas aquellas historias que te tocan por dentro y siguen estando ahí durante tanto tiempo, sino que se trataba de toda una infancia, de toda una generación de chicos y chicas que navegaron por el océano de la juventud con un libro en la mano y una historia en el corazón. Eso es lo que hace grande a esta colección de cinco títulos que se convirtieron en lectura obligada por aquella época en la que empezábamos a conocer otras lecturas, otros mundos, otros personajes, fuera de aquello que estaba establecido.
Acabo ya haciendo un llamamiento a todos vosotros, lectores de este blog en general y, si se me permite, de esta reseña en particular: Si quieren ser niños para siempre, pasen por aquí y disfruten, no se arrepentirán. Porque en un momento, en un instante, como ya les he dicho al inicio, resulta que, como a mí, “El pequeño Nicolás” le puede abrir las puertas a descubrir lo que se estaban perdiendo, pero también les puede hacer recordar aquello que vivieron, aquello que sintieron, o aquello con lo que se emocionaron cuando todos éramos niños dispuestos a comerse el mundo, y que saboreaban las historias de Goscinny – Sempé como si fueran ese pan con chocolate que, cuando hacía calor, se resbalaba entre las migas y nos dejaba los churretes que relamíamos como si fueran aquellas aventuras que sólo un niño nos hizo sentir que la vida podía ser divertida.
Conocía el libro porque cada vez que voy a la biblio con mi pequeña lo veo en la estantería tentándome… Y ya con tu reseña me parece que no me voy a resistir más. El próximo día me lo llevo para casita.
Besotes!!!
Es uno de esos clásicos que no pasan de moda Margari. Además, lo bueno que tiene este libro es que si a ti o a tus pequeños les gusta, podéis seguir las aventuras de Nicolás con los libros que le siguen 🙂