Guerras. Guerras absurdas. Guerras absurdas y sin ningún sentido. Todos los que aquí nos leemos – o casi todos, no sirvo para las generalizaciones – pensamos que las guerras tienden a ser absurdas y a planear por el planeta como si de aves migratorias se tratasen. No vemos ningún informativo donde no aparezcan, no abrimos un periódico en el que no aparezca alguna noticia, no escuchamos en la radio conversaciones que no tengan que ver con alguna de ellas. Guerras hay muchas, pero casi todas responden a intereses más absurdos todavía que las han creado. La realidad, que supera a la ficción en casi todo, nos regala a medida que va pasando la vida innumerables casos para que veamos cómo el ser humano ha caído en el mayor de los absurdos. Así somos y, me temo, así seremos. Ya lo decía Gila en ese maravilloso número cómico. Y quizás de eso beba mucho Crónicas de la guerra de Kumei, del absurdo de la realidad, mezclado con lo absurdo de lo surrealista, del humor negro, de la sátira y el sarcasmo que, en las manos de Diego María Heras se convierte en toda una experiencia que llevarse a los ojos, al cuerpo, a la mente, y si me descuidáis, al cañón de cualquier arma que se dispara por equivocación, con prisas, o incluso a conciencia. Guerras. Siempre nos han parecido absurdas o, al menos, casi siempre. Porque si de algo estoy seguro es que, cuando terminemos este libro, seguiremos pensando igual, pero al menos podremos ver que hemos encontrado una pequeña obra de arte.
Estamos ante microrrelatos. Hay que tenerlo en cuenta para que nadie se lleve a engaño. No estamos ante un ensayo sobre la guerra, no estamos ante una ficción alargada y con innumerables páginas que, de hecho, ya han sido escritas hasta la saciedad. Estamos ante pequeños textos – en forma, no en fondo – sobre una guerra, llamémosla Kumei, llamémosla en el mundo entero, donde a cada paso iremos descubriendo cómo el lenguaje, en palabras de Diego María Heras, se convierte en juegos de palabras, en ideas surrealistas, en pequeñas visiones de todo lo que conlleva en realidad una guerra pero estiradas a un absurdo que engrandece este pequeño libro – de nuevo, sólo en sus formas – mientras vamos degustando, píldora a píldora, todo lo que se nos ofrece. Y por si todo eso pudiera parecer poco, que no lo es, aparecen de improviso las ilustraciones de un gran Diego Blanco para supurar todavía más ese sarcasmo, ese humor negro, ese surrealismo, que se destila desde la primera página. El libro, al final, tratado como un objeto que va más allá de la simple literatura y que nos descubre algo más, aunque sea un simple detalle entre palabras que ya conocíamos.
¿Cómo se disfruta más este libro? Yo lo he disfrutado de golpe, devorándola con la poca seriedad de lo que se presupone en un lector culto, de esos que tanto odio, y con la voracidad de quien no puede parar. ¿Por qué? Porque cada una de las historias era mejor que la anterior. Crónicas de la guerra de Kumei nos adelanta por la escuadra, nos mete un gol en propia puerta sin que nos hayamos enterado, y nos vemos reflejados en todo ese entramado de imagen y texto. Porque si de algo estoy seguro es que, a pesar de la corta extensión, el trabajo que hay detrás de toda esta edición es soberbia. Porque hacen falta obras así, de completas y de originales, llamadme romántico si queréis, en las que todo el artefacto, todo lo que envuelve a un libro se convierte en atractivo para aquellos que paseamos por las librerías en busca de un libro que nos encuentre. Y este lo hizo casi sin darse cuenta. Se vino a casa, se abrió y se leyó casi sin pestañear, casi como las bombas que se lanzan sin pensar, que convierten en polvo vidas que antes habían amanecido. ¿Es, por tanto, una crítica contra la guerra? Podría verse así, pero yo prefiero verlo como una sátira afinada de aquello en lo que nos hemos convertido. Porque no hay que olvidar que tan bueno es hablar con seriedad de lo que nos ocurre, como hacerlo con el necesario sentido del humor que hace que no seamos seres corrosivos por naturaleza. Y eso Diego María Henares, acompañado de Diego Blanco, lo hace a la perfección.
Un soberbio libro de humor, pero también una soberbia edición de un libro que no debería, que no debe, que no tiene que pasar desapercibido.