Hace poco que he descubierto de verdad las riquezas que esconden las novelas gráficas. Hasta hace unos meses jamás les había prestado la atención que merecían, pero Érase una vez y otras mentiras, de Andy Weir, me demostró que la combinación de ilustraciones perfectamente fusionadas con el texto al que acompañan puede ser una bomba a la que debemos mostrar mucho respeto.
Esa novela gráfica me conquistó plenamente. Y desde entonces, siempre que puedo, me hago con una. La última ha sido Cruzando el bosque, de Emily Carroll. Me decidí a leerla porque llevaba tiempo siguiéndole la pista y ya solo su portada me hizo vibrar. Una portada blanca como la nieve, negra como la noche, y roja como la sangre. Con una Caperucita que nos abre la puerta a un mundo oscuro lleno de cuentos que dan miedo de verdad, que prometen hacernos temblar en nuestra habitación bajo la luz de una vela.
Y una vez que dejamos la cubierta atrás, la autora nos presenta un prólogo, un preámbulo que se nos mete dentro haciendo que volvamos a nuestra infancia, a lo que nos asustaba cuando éramos pequeños para que nos quedemos allí, en aquella época, sintiéndonos de nuevo vulnerables. Nos abre una grieta para que dejemos entrar a sus cinco relatos de terror. Un terror gótico, un terror que se alimenta de los cuentos clásicos para asustarnos con unas historias bañadas en el miedo a la muerte, a lo sobrenatural y a lo desconocido.
Cinco historias escalofriantes que nos generan inquietud de forma muy rápida para sorprendernos con unos finales inesperados. Yo, personalmente, no me he podido sacar de la cabeza dos de ellas: La casa del vecino y El nido. Dos historias que me han provocado sensaciones extrañas dejándome la mente repleta de preguntas sin respuesta.
Por otro lado, si nos centramos en la composición de la novela, comprobaremos que el texto de cada cuento es sencillo, simple, lo justo y necesario para comprender lo que tenemos delante. En mi opinión, son el acompañamiento del plato principal: las ilustraciones.
Ellas son las auténticas protagonistas. Ellas nos transmiten lo que falta, las que de verdad van a quemar nuestra retina. Ilustraciones que se mueven dentro de un fondo negro donde resalta la tez blanca de los personajes. Unos rostros que de pronto nos avisan de que algo malo está en el aire al adquirir un rojo llamativo en las mejillas.
Así, todos los cuentos se acompañan de tétricas y lúgubres ilustraciones, a veces difuminadas, otras veces dispersas o solo mostrándonos un objeto, un detalle, una parte del cuerpo a recalcar. Algo que nos congele el corazón y nos corte la respiración por unos segundos. Algo que nos haga pensar en lo que acabamos de experimentar.
A mí eso me asusta pero me encanta. Adoro que una buena historia de terror me obligue a reflexionar sobre lo que he leído, que me haga pensar en ella durante varios días. Que me haga volver a ella para de nuevo intentar descifrar más cosas.
Todo eso he sentido con estos relatos que parecen haber sido extraídos de la oscuridad más profunda que habita en los bosques de los cuentos de nuestra infancia. Porque las cinco historias tienen como elemento principal el bosque. Un bosque donde siempre ocurre algo tenebroso, donde aguarda lo inimaginable, y principalmente donde las pesadillas se hacen realidad. Unas pesadillas que os aseguro van a luchar por escapar del papel e introducirse en vuestras cabecitas.
¿Y qué decir del epílogo? Creo que a mí es lo que más me ha impactado por la gran verdad que encierra. Un guiño a Caperucita Roja que va mucho más allá del cuento de la niña y el lobo. Un aviso para que tengamos cuidado en nuestra vida y no tentemos a la suerte, porque la maldad tiene muchas formas y es paciente, siempre dispuesta a asomarse ante cualquier descuido.
En conclusión, Emily Carroll ha dado en el clavo al querer contarnos cuentos de miedo en forma de novela gráfica. Porque una imagen vale más que mil palabras, y aquí se demuestra con creces. Por lo que, Cruzando el bosque no os llevará a casa de la abuela, no. Lo más probable es que acabéis perdidos en el dichoso bosque agradeciendo estar a salvo en casa y no dentro de las historias.