Menudo remedio para la inmensidad intentar poner por escrito los abrazos.
Tengo la casa llena de flores. He aprendido a entenderlas, a saber cuidarlas y a comprender qué necesitan en cada momento. Me ha pasado un poco como conmigo misma; hace años, planta que compraba, planta que se me moría. No sabía entender qué quería, no era capaz de interpretar las necesidades que me gritaba con voz muy alta. Igual que conmigo. No me escuchaba, no me comprendía, no me prestaba atención.
Victoria Mera, autora del libro del que vengo a hablaros hoy, no solo es que haya sabido cuidar una flor, es que ha construido un jardín inmenso del que ahora todos podemos disfrutar. Y supongo que ese jardín, recogido en Cuaderno de flores y otros delirios no fue algo fácil de cultivar. Y ya no solo hablo de lo bonito que es este libro, del mimo que ha depositado en cada una de las fotografías que se incluyen en él, en el gusto exquisito con el que ha sabido escoger las palabras y los versos. No, me refiero a la decisión difícil que todos los escritores debemos tomar alguna vez en la vida: abrirnos en canal y abandonar nuestros sentimientos al amparo del lector. Ay, Victoria, cómo me gusta que lo hayas hecho.
Cuaderno de flores y otros delirios (editado con Norbanova) es un compendio de relatos breves y poemas que conforman un cuerpo común, como si fueran pequeños huesos que van construyendo un esqueleto que después cobrará vida. Cada hueso —por diminuto que sea— es tan importante como el anterior, y las fotografías, que como dije antes acompañan a esas palabras, terminan de revivir el espíritu que yace en su interior. Leer este libro es viajar por la mente de Victoria, de comprender qué es para ella ser un continente o qué se siente cuando las flores brotan de su boca. Es bailar a ritmo de Cohen o fingir que estamos preparados para la lluvia. Porque nadie está preparado para la lluvia, eso es algo que aprendí hace mucho tiempo.
No os voy a engañar, las palabras de Victoria han llegado en un momento raro de mi vida, donde la lluvia —imprevisible y arrasadora— es la protagonista. Leer sus pensamientos ha hecho que me dé cuenta de que cada uno nos enfrentamos a nuestra propia tormenta. Sobre todo, gracias a estas palabras: Es verdad que al dolor hay que ofrecerle doble ración. ¿Escuece? Me curaré. ¿No escuece? Abro aún más mi herida, como si de ella fuera a brotar un enjambre de ideas y pasados, y dejo que el viento y los días la cubran de corales. Y no os voy a negar que, desde que leí ese relato, no paro de buscar corales con los que adornar mis charcos.
Sin duda, adentrarme en esos pensamientos ha sido una experiencia preciosa, cargada de sentimientos. No me gusta hablar de sentimientos negativos o positivos, creo que dentro de nosotros ambos confluyen y crean una sinergia indispensable. Y hay que saber que esto es normal, que también nosotros somos como las plantas: puede ser que en invierno se nos caigan los pétalos, pero eso no significará que hayamos perdido la batalla contra el frío.
En definitiva, embarcarme en este viaje junto a Victoria ha sido una maravilla, sobre todo porque por fin he podido disfrutar de su prosa —y su verso—, y con ello ha conseguido que me deslizara por un mundo repleto de continentes hechos personas y personas hechas flores.