Cuando el olvido nos alcance, de Raúl García Reglero

Cuando el olvido nos alcanceEl sábado pasado estuve en un festival. Actuaba The Offspring, uno de mis grupos favoritos. Aprovechando un descanso entre concierto y concierto, mi amiga y yo nos fuimos colando entre la gente hasta conseguir primera fila. Repito: primera fila. Me dejé la garganta y el alma en ese concierto. Grité hasta quedarme afónica y al día siguiente estaba tan cansada que sentía que mi cuerpo ya no me pertenecía.

Podría decir que ha sido el mejor concierto que he visto, pero eso mismo es lo que digo cada vez que salgo de uno. Lo que sí ha sido es memorable. Inolvidable. Algo que espero que jamás se borre de mis recuerdos y que pueda contarlo todas las veces que quiera sin perder de vista ni uno solo de los detalles. Poder recordar cómo se me erizaba la piel cada vez que empezaba una canción nueva y cómo se me saltaron las lágrimas al escuchar una de mis favoritas.

Empiezo mi reseña de esta manera porque para mí, los recuerdos, lo son todo. Este concierto va a ser uno más entre los miles que se agolpan en mi mente y que quedan grabados a fuego. No solo las experiencias, también los sonidos o los olores son algo que consigue emocionarme. Porque yo soy una persona muy nostálgica, que ama recordar experiencias vividas y sonreír cada vez que lo hago.

Así que no sé si podría vivir en el mundo que propone Raúl García Reglero en Cuando el olvido nos alcance. En esta novela nos adentramos en un mundo distópico en el que existen hackers que manipulan la mente de toda la población. Los recuerdos pueden borrarse, las mentes pueden vaciarse y llenarse con historias y alusiones falsas. La gente puede cambiar de vida con la facilidad de chascar los dedos; solo hay que pedirlo y tu vida comenzará de cero. Por una parte, parece algo muy interesante. No haría falta estudiar una carrera, porque con hackear la mente podríamos introducir todos los conocimientos necesarios para ejercer una profesión. Si hemos vivido un gran trauma, podríamos olvidarlo de manera automática. Adiós sufrimiento. Así de fácil. ¿O no? Suena idílico, pero la verdad es que no todo es tan bonito como parece. Falta tiempo para que una organización comience a delinquir valiéndose del sistema de hackeo. Se pueden cometer miles de delitos y después usar de chivo expiatorio a una persona a la que le hemos introducido recuerdos falsos, haciéndole creer que fue ella quien realizó el delito. Se puede estafar, traficar, matar. Sin consecuencias. Por eso surge el movimiento de La Amapola, un grupo de personas que intenta acabar con el hackeo y regresar a ese tiempo en el que los recuerdos de la gente tenían mucho más valor que el económico.

¿Lo entendéis ahora? Vivir en la realidad propuesta en Cuando el olvido nos alcance sería una locura. Nunca llegaríamos a saber si nuestros recuerdos son los verdaderos o si están dentro de nuestra cabeza como consecuencia de una manipulación. Yo nunca podría llegar a saber si ese escalofrío que me recorre la espalda cada vez que recuerdo el concierto del sábado es real o alguien lo metió a la fuerza dentro de mi cabeza. Si fuera esta segunda opción, sería una verdadera lástima.

Lo que está claro es que Raúl García Reglero me ha dado mucho que pensar. Y cuando leo algo nuevo, es una de las cosas que más aprecio. Me encantan los libros que proponen un mundo distópico que bien podría representar nuestro futuro (véanse las locuras propuestas en Un mundo feliz, que hoy en día no son tan locura). Una idea muy original que, espero, no se me olvide en mucho tiempo. Pero no todo iban a ser cosas buenas, hay aspectos que, en mi opinión, son mejorables. Lo primero —y es algo en lo que yo no puedo evitar reparar— son las faltas de ortografía. No sé cuál ha sido el motivo, pero hay bastantes fallos que deberían corregirse. Cosa que choca con el lenguaje enrevesado que usa el autor. Raúl García hace uso de palabras poco comunes, de manera que los sinónimos confluyen por todo el libro. Yo, que soy muy tiquismiquis con lo de las faltas de ortografía, sentía que la lectura se iba paralizando cada vez que encontraba una. Y eso me daba rabia y pena, porque el escritor nos está narrando una gran historia que, inevitablemente, se ve interrumpida y escalonada por culpa de las faltas. Pero esto es algo que el lector debe juzgar y que adquirirá mayor o menor importancia dependiendo del nivel en el que se encuentre dentro de la escala de “tiquismiquis de la ortografía”.

Por otra parte, están los personajes. Vemos cómo tenemos varios protagonistas, en concreto, cuatro. Son hombres que viven en diferentes partes del país y con vidas completamente dispares. Y con vidas me refiero también a ideologías. Los hay que apoyan el sistema de hackeo mientras que hay otros que apoyan a La Amapola. Los cuatro tienen algo en común: que son muy canallas y muy mal hablados. Son hombres a los que la vida les ha enseñado mucho y cuyos ideales están arraigados a sus propias experiencias. Y esto se junta con el hecho de que ya sabemos que la memoria, en este libro, es voluble y los recuerdos y experiencias que uno cree tener no tienen por qué ser reales. ¿A que suena interesante? Pues imaginadlo en un entorno hostil, donde los baretos y los puticlubs son los escenarios habituales en los que se desarrolla la vida de nuestros protagonistas. Drogas, sexo, muertes, violaciones… todo vale. Y eso hace que la historia vaya adquiriendo interés página tras página.

Como decía, destaca el lenguaje malhablado de los personajes. Esto le da un toque bizarro (uso este término en contra de lo que dice la RAE, pero qué le vamos a hacer, nadie es perfecto) que le sienta muy bien a la novela. Esto me ha ayudado a imaginarme a los protagonistas como cuatro tíos macarras que bien podrían salir de Pulp Fiction o Sin City. Vale, es posible que me haya imaginado a los personajes como una versión de Bruce Willis. Pero si leéis la novela, me entenderéis. Son tipos duros que parecen no tener nada que perder en sus vidas. Y sus juergas e idas y venidas en los puticlubs de toda la ciudad lo corroboran. Y entre tanto macho, encontramos a Lia, un personaje que, aunque secundario, es imprescindible. Aporta la frescura que le falta a los otros protagonistas y es una pieza fundamental en la historia. Me la imaginaba al estilo Lisbeth Salander, de Los hombres que no amaban a las mujeres, por su gran inteligencia y su forma de ser. Aunque salvando las distancias, claro, porque no está tan trastornada como la informática sueca (¡y menos mal!)

El caso es que es un libro que me ha divertido bastante y que desde el primer momento me ha tenido intrigada. En cuanto leí la sinopsis supe que iba a ser mi estilo de libro —inciso: que me dé por leer de vez en cuando novelas romanticonas no quita para que me deleite con este tipo de literatura—. Y no me equivocaba. La historia me ha parecido muy original y la ejecución de la trama está muy bien. El autor sabe mantener la intriga cuando tiene que hacerlo y nos deja con la miel en los labios constantemente. Eso me encanta. Porque a mí no me gustan las novelas que te lo dan todo hecho. Quiero emoción, intriga, que me invada la curiosidad desde la primera hoja, que llegue la noche y esté deseando abrir el libro para ver si mis sospechas se confirman en el siguiente capítulo. Si la novela no es así, os aseguro que cuando me meto en la cama acabo cogiendo el móvil para cotillear Facebook o cualquier otra red social en vez de hacer lo que tengo que hacer. Y eso, es una pena.

Creo que no me dejo nada en el tintero. Como conclusión diré que estamos ante una novela muy entretenida, con una historia fácil de leer y que engancha desde la primera página, aunque, como casi todo en esta vida, mejorable. Mi deseo es que en las siguientes ediciones el aspecto ortográfico se corrija y, en cuanto a vosotros, lectores, que os dejéis llevar por el mundo propuesto por Raúl García, no vaya a ser que algún día los recuerdos falsos hablen por nosotros y ya no sepamos ni quiénes somos.

2 comentarios en «Cuando el olvido nos alcance, de Raúl García Reglero»

  1. No sé si es un guiño o una mala jugada del teclado, pero no deja de tener cierta gracia que la reseñista cometa uno de esos errores tipográficos que tanto detesta (y que son responsabilidad del editor y no del autor) en el título de la reseña. 😛

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