Cuando sale la luna, de Gladys Mitchell
En estos tiempos en que tanto se habla de maridajes, hay que reconocer que hay cosas que no suelen combinar bien, y los niños y los cadáveres eviscerados son una de ellas. No obstante, cuando por obra y gracia de una escritora de talento como Gladys Mitchell armada con dosis infinitas de elegancia británica y humor sutil sí que lo hacen, el resultado es especialmente sabroso. Los niños-detective que protagonizan “Cuando sale la luna” merecen un lugar de honor en la no muy extensa nómina de personajes infantiles bien construidos, tan fieles a su condición de personajes literarios como a la de detectives como, y sobre todo, a la de niños. Aunque haya situaciones en las que parece imposible, la inocencia infantil (de una infancia diferente a la actual, todo hay que decirlo) se mantiene entre los crímenes y son sus destellos los que hacen de esta novela de Gladys Mitchell algo diferente y, por tanto, mejor.
Porque la intromisión de la lógica infantil en una investigación criminal, que a veces la ilumina y otras la embrolla, ejerce de motor narrativo en “Cuando sale la luna” y goza en la novela de más peso que el personaje de Mrs. Bradley la anciana asesora de Scotland Yard que en cualquier novela detectivesca de este tipo estaría llamada a ser protagonista absoluta; no obstante lo cual merece la anciana dama unas palabras aparte porque puede presumir de ser el único de los detectives asimilables, especialmente cuando son ancianas venerables sin descartar por ello a detectives belgas y otros imanes de la fatalidad, que no me resulta profundamente antipática. Y no es un mérito menor.
Pero para mi el mayor atractivo de “Cuando sale la luna” reside en el tono, la elegancia de una prosa en medio de la cual los más crueles asesinatos y la intriga inquietante transcurren con placidez, con apacibilidad, que es una palabra que me encanta. Gladys Mitchell construye una realidad educada, se investiga y se acierta o se yerra, pero con urbanidad. Y en una época en la que se confunden suspense con sangre y acción con sordidez resulta impagable encontrarse con un libro como este. Es una de esas ambientaciones tan británicas irresistiblemente atractivas que no sé a ciencia cierta si alguna vez han existido en algún lugar fuera de la literatura, pero que en ésta constituye, por derecho propio, un territorio independiente de obligada visita periódica.
No les voy a destripar nada (les ruego me perdonen por el verbo, pero es deliciosamente apropiado), aunque en realidad el atractivo de “Cuando sale la luna” no reside en saber si el asesino es el mayordomo o no, pero sí me voy a regalar una pequeña gamberrada: se permite Gladys Mitchell sembrar de pistas la novela, y les reto a encontrar una tan temprana como determinante que puede pasar desapercibida porque no se vuelve a hacer referencia a ella y que permite adivinar lo más sustancial del enigma, porque además el final no es en absoluto artificioso. Sin embargo, aunque se averigue, como ha sido mi caso, eso no disminuye un ápice el disfrute lector de “Cuando sale la luna”, porque de todas formas hasta que el propio devenir de la trama no confirma la hipótesis, no deja de ser eso, un juego más.
– Eso no me gusta nada –dijo-. Significa que pasamos a su lado, y que, en cuanto nos perdió de vista, se dirigió al circo y cometió el asesinato.
– Podría habernos asesinado igual de fácil a nosotros –dije; pero Keith no estaba tan seguro.
– Nadie asesina niños –dijo. Consideré esta idea muy reconfortante. Mientras observaba el estanque en busca de nuevos tritones removiéndose me asaltó la duda de si los niños serían demasiado valiosos o por el contrario insignificantes para ser asesinados y no logré llegar a ninguna conclusión […]
Andrés Barrero
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