Por muchos millones de guiris que, año tras año, vengan a veranear a nuestras playas, y por muchas maletas llenas de recuerdos y sombreros mexicanos que se lleven, los españoles tenemos una relación especial con nuestra costa, un vínculo que los guiris nunca compartirán. Las primeras excursiones a la playa con los amigos, de pie en el tren y corriendo de un vagón a otro, escondiéndonos del revisor; las agotadoras caminatas, toalla al cuello, desde lo alto de la montaña hasta la playa, cruzando entre ladridos de perros histéricos una urbanización vacía donde siempre había una pista de tenis agrietada y llena de hierbajos; ese niño espabilado, estilo Pancho, que, donde los demás vacacionamos, él crece, vive y se avejenta prematuramente ; esos momentos de impaciencia y torpeza sobre la arena que todos recordamos, y que en otros países tienen lugar en la cama; todo eso, que desde hace tres generaciones forma parte de nuestro inconsciente colectivo, les resulta tan ajeno a nuestros turistas como a nosotros la afición al balconing.
Pero hay excepciones, por supuesto. Una de ellas es El Don Guillermo, ilustrador de genial sobrenombre, nacido en Francia, y que pasa la mitad de su tiempo en España. Tanto es así que, después de leer esta estupendísima Dame un beso, al lector le cuesta creer que el autor no sea español y perdona de buen grado el despiste o licencia artística de dibujar una puesta de sol sobre el mar vista desde la costa catalana.
Dos chicos franceses que de niños veraneaban en España deciden, un buen día, coger el coche y cruzar de nuevo la frontera. Es temporada baja y todo está desierto. En la carretera no hay más que prostitutas y algún desolado supermercado. Llegan por fin al pueblo donde pasaban sus veranos. El lugar está también vacío y por sus calles sólo se ve un perro perdido, aunque también se pasea, quizá, la visión fugaz de una joven. Los dos chicos, cuyos nombres desconocemos, son pareja y, además de cama, comparten el hermoso recuerdo de Cristina, aquella chica española que se llevaba tan bien con ellos y a la que veían cada verano. Cristina, como ese niño espabilado del que hablábamos antes, era mucho más madura que ellos, y el día en que estos se pasaron de la raya en sus bromas, los dejó por otros chicos mayores.
Aquel mal final no fue trágico. Al fin y al cabo, en la vida de un niño los amigos vienen y se van, y los que perdemos son sustituidos por otros. Sin embargo, la espina de ese recuerdo agridulce sigue clavada. ¿Qué le dirías a Cristina si la volvieras a ver?, le pregunta el uno al otro. Y es en este momento donde comienza la historia de Dame un beso, una historia que es la de un viaje al pasado, a los recuerdos, a ese desarrollo alternativo de los acontecimientos que siempre tiene lugar a posteriori en nuestra imaginación y, sobre todo, a la relación entre los dos amigos, que ya no volverá a ser igual. El Don Guillermo nos cuenta esta pequeña y preciosa aventura con gran sentido del humor, sensibilidad, y con unas ilustraciones de estilo inconfundible, simpáticas, y en algunas ocasiones, de una belleza tan abrumadora que creo que me voy a hacer un poster con ellas.
En suma, a disfrutar de la lectura de Dame un beso, de su arte, y de esos veranos de nuestra infancia, que, ya lo veréis, fueron aún mejor que los recuerdos que guardamos de ellos.
Tengo que reconocer que pinché en esta entrada porque vi que el autor se llamaba igual que yo, pero por la reseña me ha gustado mucho, así que creo que acabo de descubrir mi siguiente lectura.
Gracias!
Gracias a ti, Don Guillermo 😉 Estoy seguro de que te gustará.