Reseña del cómic “Daredevil: Amarillo”, de Jeph Loeb y Tim Sale
Pensar en Daredevil es pensar en rojo. Un Diablo Escarlata que ronda por los tejados de Hell’s Kitchen, el vecindario de clase trabajadora en el que se crio. Una fugaz mancha encarnada que se cierne sobre esa clase de criminales que una vez le arrebataron la vida a su padre. Pero hubo una época, antes de que los años ochenta lo oscurecieran todo, antes de que los superhéroes fueran alcanzados por la desesperanza y un sinfín de tragedias crueles, en la que Daredevil vistió el amarillo.
En 1964 los dibujantes Jack Kirby y Bill Everett le dieron el amarillo a Daredevil. El color era una herencia, además de un recordatorio, de la cruel muerte de su padre, el boxeador Jack “Batallador” Murdock. El traje duró un suspiro, pues en el séptimo número de la serie, y tras el cambio de dibujante, Daredevil adoptaría el clásico traje bermellón. El origen de ese héroe en plena edad de plata de los cómics, cuando todo era menos confuso y de las viñetas emanaba un aura de romántica inocencia, debió marcar sobremanera a Jeph Loeb y Tim Sale. Ya entrado el siglo XXI Loeb y Sale formarían un tándem artístico. El resultado de la unión de ese dúo sería Daredevil: Amarillo, cómic que ahora reedita Panini en su colección 100% Marvel HC, una obra que es una carta de amor al personaje, a sus inicios y al cómic de aquella maravillosa edad de plata en general.
“Querida Karen: tengo miedo…” Así empieza Daredevil: Amarillo. Cuatro palabras que desmontan el mito, que lo humanizan. El denominado Hombre sin Miedo sintiéndose cobarde por un pavor incapaz de controlar. Cuatro palabras que van dirigidas a Karen Page, la que fuera el interés romántico del protagonista a lo largo de cientos de páginas y aventuras. El inicio de una carta de amor que permite al lector descubrir al Daredevil más íntimo. Jeph Loeb nos encandila desde las primeras páginas con una narración nostálgica. Con una misiva que parece escrita por ese soldado que desde el frente de guerra echa de menos a su amada. Y aunque en las primeras viñetas veremos al héroe taciturno pertrechado de rojo, la narración rápidamente nos devolverá a los inicios, a cómo Matt Murdock se convirtió en abogado de día y defensor de la justicia de noche.
La miniserie de seis números no se deja nada en el tintero: recorre con agilidad los enfrentamientos más clásicos que el personaje tuvo con los villanos más recurrentes. Así, por las páginas de Daredevil: Amarillo veremos a Electro liándola en el edificio Baxter, al Búho haciéndoselas pasar canutas a Daredevil o a Killgrave poniendo en peligro a Karen Page y, de remate, consiguiendo que el lector contenga la respiración. El dibujo más indie que mainstream de Tim Sale se muestra como un magnífico aliado de la narración incisiva de Loeb. El efecto animado con el que Sale es capaz de dotar al héroe es casi mágico. Las transiciones, esas múltiples etapas de una sola acción en las que Daredevil recorre los tejados como un acróbata, son fluidas y un claro ejemplo de lo que se puede conseguir a nivel gráfico cuando se sabe explotar bien el medio.
Pero Daredevil: Amarillo es mucho más que una visión nostálgica del personaje, es también una comedia romántica con triángulo amoroso incluido que te mantiene en vilo más allá del final. A través de las reflexiones de Matt Murdock nos acercamos a su yo joven e inocente que se creía inmortal y al amor que le profesaba a Karen Page y a su padre. Pero también resulta una bonita historia de amistad: la que siempre lo unió a su inseparable colega Foggy. Por ello, Jeph Loeb no solo nos muestra la vida secreta de Matt Murdock, sino también su vida más pública. Y esta pasa por una partida de billar en la que el humor y el gamberrismo juegan una baza importante, así como en esa entrañable partida de bolos.
Si el poderío artístico de Tim Sale a la hora de mostrar a Daredevil está más que demostrado, a la hora de dibujar la vida diaria de Matt Murdock tampoco se queda atrás. En Daredevil: Amarillo Tim Sale mezcla los años cincuenta, tal vez incluso la década de los sesenta, con la actualidad. Karen Page, por ejemplo, no se aleja mucho de la belleza ni del estilo de Grace Kelly. Edificios, vestimentas, vehículos, todo parece un decorado de película del Hollywood más clásico, pero a su vez comparten escena con ordenadores portátiles. El dibujante y el colorista Matthew Hollingsworth pondrían el broche de oro a la hora de juntar tinta y color. Por un lado un entintado en aguadas y por otro un coloreado digital le darían al conjunto esa maravillosa y melancólica sensación de que las viñetas de Daredevil: Amarillo estaban dibujadas a acuarelas.