Que un poemario llamado Días de abril haya visto la luz tras el mes de abril menos poético que se recuerda, por más que sea una casualidad y no haya alarma, confinamiento ni enfermedad en sus versos, no deja de ser una muestra de justicia kármica elemental. Que Manuel González le devuelva la poesía a abril y a nuestros días es algo que seguramente no sea capaz de agradecer suficiente en esta reseña, por eso quiero que vaya por delante, porque esa sensación de regreso a ese lugar confortable que según en qué contexto podemos llamar bien poesía o bien hogar, sin duda ha impregnado mi lectura de sensaciones positivas.
Pero Días de abril nada tiene que ver con ese primer párrafo introductorio, es un poemario afortunadamente alejado de la actualidad, tanto como cercano a la vida y dentro de ella al amor, lo cual no significa que sea un remanso de paz y de felicidad conyugal. La primera parte es más bien dolorosa, los poemas que la integran hablan de una ruptura y no de una acordada ni venturosa, sino de una de esas llenas de mentiras, engaño y dolor. Sin embargo me gusta mucho una idea que recorre esos poemas que mitiga la amargura, la relación se acaba pero el amor se queda. No el amor hacia la persona, sino la capacidad de amar:
mi tiempo contigo se convirtió en arena
pero encontré la forma
de que el amor se quedara conmigo
Puestos a repartirse los restos del naufragio, la posesión más preciada con la que uno debería quedarse es precisamente esa.
Tras estos Días de abril de dolor, que no por luminosos duelen menos, nos encontramos el reverso de la moneda, los de amor, las palabras enamoradas que no se entienden como un rio de una sola orilla. Amor correspondido, gratificante.
Contigo,
incluso los domingos
me sonríe la vida.
Partiendo de la base que un poemario no debe respetar el orden cronológico de los poemas, que ni siquiera deben necesariamente de haber sido vividos, sino sentidos, tengo que decir que se agradece especialmente que estos poemas optimistas vayan después de los otros. Todos ellos se disfrutan porque son hermosos y están brillantemente escritos, pero con esta disposición cierra uno el libro con una sonrisa mayor, más optimista.
De muchos de los poemas de Días de abril me gusta la brevedad, la concisión, esa forma de expresar algo bello con sencillez y algo sencillo con belleza. La expresión de sentimientos sin fuegos de artificio (creo recordar que Margarit hablaba de poesía transparente) ennoblece la ya de por sí noble poesía. Sólo quien no escriba no valorará el esfuerzo necesario para lograr esa sencillez, esa vocación por la esencia. No sólo debe valorarse la belleza del resultado, sino el mérito de llegar a él y Manuel González parece practicar eso mismo que promete en uno de sus versos: prometo no escribirte nunca en vano.
Dice el poeta que sólo él conoce el precio de su paz, y es algo que suscribo, cada uno conoce el suyo, pero si ese precio se pudiera pagar en poemas, con Días de abril habría conseguido pagar una parte de eso que no tiene precio. Prueben a leerlo, con suerte obraran el mismo milagro.
Andrés Barrero
@abarreror
contacto@andresbarrero.es