Diez de diciembre, de George Saunders
Las voces en la literatura – las diferentes, se entiende – son muy difíciles de encontrar. Así que cuando, como si fuera en una especie de sobresalto, nos damos de bruces con una de ellas, es como si intentáramos capturarla para nosotros y nos olvidáramos por un instante de que existe algo más allá de lo que nos esté proponiendo ese autor. Lo importante, en estos casos, es saber disfrutar de lo que se nos ofrece y poder meternos de lleno en lo que está escrito y no dejarnos llevar por miradas extrañas o por personas que te miran de forma extraña cuando lees algo que ellos desconocen por no estar envuelto en ese aire mainstream que tantos lugares comunes visita y que, para desgracia de algunos que nos apasionamos con la literatura, tanta decepción crea. Diez de diciembre fue un encuentro fortuito con un autor del que sólo había oído hablar en contadas ocasiones, en alguna crítica literaria, o en boca de algún editor que se mueve por las redes sociales y al que respeto por sus opiniones. Así que imaginaos cuál fue mi sorpresa cuando, una vez leída la primera página, y establecidas las premisas de lo que iba a encontrarme, supe desde el primer momento que me iba a encontrar algo diferente a lo que había leído hasta ahora. ¿Se equivocaron aquellos que hablaban maravillas de este libro? No, no lo hicieron. Pero como en todo, mi opinión buscar tener una historia detrás, y aquí voy a contarla.
Diez relatos que se mueven entre la realidad y la ciencia ficción, y que destruyen todos esos mitos en los que, para escribir bien, tiene que hacerse siguiendo las normas.
La librería donde trabajo tiene muchas cosas buenas, pero entre las malas está que los ejemplares que yo creo que tienen cierta calidad llegan en muy poca cantidad. Concretamente, Diez de diciembre llegó a mi casa, siendo el único ejemplar que había en la librería, y que llevaba ya unos meses ahí, llamándome desde la estantería, y al que no había decidido echarle el guante porque otras lecturas se cruzaron en mi camino. Craso error, a tenor de lo que me he perdido todo este tiempo – aunque alguno me diría que no es pérdida de tiempo, sino que no era el momento oportuno para que ese libro llegara a mis manos, a mi vida -. George Saunders sabe lo que hay que hacer para que el lector se siente lo más cómodo posible y vea cómo desfilan por sus ojos algunos de los personajes más traumáticos de una carrera literaria – el relato Cachorro, por ejemplo -, y que confluyan en un mismo paisaje, elementos más propios de las distopias – brillante el relato Escapando de la Cabeza de Araña – sin que ello suponga un menoscabo a la credibilidad de su voz. Son diez relatos que parecen diez saltos mortales, diez oportunidades para asomarnos a una piscina que sabemos vacía pero a la que queramos saltar a toda costa para poder disfrutar como debemos de ellos. Y sí, con esto quiero decir que estos relatos no son un camino de rosas, que juegan con el lector a través del lenguaje y de las formas en las que éste se utiliza, para crear escenarios que rezuman podredumbre, pero que es como esa clase de accidentes a los que no podemos dejar de mirar por mucho que lo intentemos. Son pequeñas joyas que en su interior tienen taras, pero que son precisamente las que le dan calidad a la historia.
Nunca es fácil describir un libro. Meterse en ellos, mucho menos. Quizá por eso, y siendo sincero conmigo como lector, no haya podido meterme en el último de los relatos, brillantemente escrito por otra parte, pero en el que mi mente no acabó de centrarse demasiado. Con todo ello, quedan otros nueve que hacen que me arrodille ante George Saunders con una devoción propia de los admiradores más estrambóticos, abrazando Diez de diciembre como uno de esos lugares en los que caer de vez en cuando, en el momento en que la fe en la humanidad decaiga, quizá no para hacerla resucitar, pero sí para entender que el alma humana no tiene que ser tan bella y pura como nos han vendido para que encontremos la perfección en, tan sólo, veinte o treinta páginas.