Divinos de la muerte, de Ralf König
¡Ay, cómo han cambiado los tiempos! Pero resulta que nosotros no lo hemos hecho tanto. Que si ahora están los Cds, pero antes era el VHS, más cuadrado eso sí, pero con el mismo contenido. Que si la eterna batalla entre carnívoros y vegetarianos, que si tú eres mi pareja pero miras a otros, que no digo yo que no estén buenos ni nada, sino, mira qué brazos tiene ese de ahí, que casi me puedo dar la vuelta a la cabeza como si fuera la niña del exorcista, pero ¡oye!, que tú eres mi pareja. Y siempre tendremos la penitencia, o eso vaya, que yo no entiendo mucho de aquello de a Dios rogando y con el mazo dando, pero seguro que poco tiene que ver con la religión, que ya ves tú, al final todos venimos de estar a cuatro patas y cuando decidimos, por una vez, hacer algo en condiciones y permanecer erguidos, vamos y nos metemos de lleno en el sexo. ¡Ay, cómo han cambiado los tiempos! Y qué tristes nos hemos vuelto nosotros…
Pero sonreíd hombre, que no se diga que el tiempo nos ha agriado el carácter. ¿Que seguimos con las mismas batallitas de siempre? Pues es cierto, pero quién dice que eso no es lo que nos da la vida entre tanta viñeta sin sentido, ¿eh?
Tened clara una cosa: si queréis reír, este es vuestro libro por varias razones: porque la mala leche es palpable en cada una de las viñetas, porque no queda títere sin cabeza que no salga escaldado, porque lo más sensato que se le puede pedir a un autor como Ralf König es que se sepa reír hasta de sí mismo, que se ría de todos nosotros, qué narices, y nos lo muestre así, sin tapujos, llegando incluso a crearnos una deuda de por vida por habernos aumentado los años vividos, por la cantidad de carcajada y sonrisa pícara que se nos dibuja en los labios. Sus historietas reflejan, con un humor rallando lo negro, que la sociedad de hoy en día es una mogijata que se queja por vicio, por vicio del bueno ya me entendéis, pero que en la intimidad profesa otro ripo de rituales. La tecnología, historias bíblicas, el boom del vegetarianismo, el porno, las relaciones familiares, la homosexualidad, son algunos de esos temas que aparecen en forma de historias cortas, en las que la afilada pluma (¿he dicho pluma? ¿será eso motivo de suspicacias?) del autor nos enseña que por mucho que lo neguemos, por mucho que creamos que somos seres civilizados enchufados a un Ipad, a una red social donde tenemos miles de amigos que no conocemos, no hemos cambiado tanto desde que nuestros antepasados conocieran el fuego, y ya que estamos, la postura del misionero. El amor, que lo llaman.
Los tiempos se mueven de una manera vertiginosa, pero qué queréis que os diga, si miráis a vuestro alrededor os daréis cuenta de varias cosas: que si nos tuvieran que dar una moneda cada vez que nos dijeron aquello de es que, chico, eso ya se ha quedado anticuado para ver que al final se repiten los mismos estereotipos, yo sería rico y viviría plácidamente tirado en una hamaca, en una playa de estas caribeñas, viviendo la vida padre. Y es que más allá de todo esto, hay una cosa que nunca podemos perder, y cuando digo nunca es N-U-N-C-A, el sentido del humor. Así que amarrad bien a Ralf König y reíd. Nunca un antibiótico fue tan barato (y con lo caros que están ahora los medicamentos, me parece una buena terapia alternativa).
Nosotros no hemos cambiado mucho, pero eso sí, si a mí me dicen ahora mismo que lo tuviera que hacer, me resultaría complicado: con lo bien que se está aquí, recogidito, escribiendo para vosotros. Así que sí, podemos decir en alto, venga, que todos lo oigamos: ¡Nosotros también estamos “Divinos de la muerte”!