Debo reconocer que si pedí este libro fue porque el título me intrigó desde el primer momento, ¿cómo puede nacer de algo como el sistema métrico decimal algún motivo que se transforme en móvil de un crimen? Diría que justificar esa premisa es todo un reto para un narrador, pero lo cierto es que Miguel Izu lo consigue y con gran solvencia. El truco, diría que más bien solución universal, consiste en poner las cosas en su contexto, que en este caso no es otro que el debate de aprobación de la Ley de pesas y medidas allá por 1849. Al final lo que resulta apasionante es precisamente el contexto, el sistema métrico decimal es un hilo conductor brillantemente utilizado para describir la sociedad de la época, su ambiente a pie de calle y las intrigas políticas.
El crimen del sistema métrico decimal nos regala, por empezar por el principio, un mundo perdido. Uno en el que se usaban medidas como libras, onzas, celemines, toneles, quintales, arreldes, libras, marcos, adarmes, estadales, pies, yardas, galones o fanegas. Son términos evocadores y para mí ha sido un verdadero disfrute leerlos, profundizar en ellos y saber que 15 varas castellanas equivalían a 16 varas navarras, que 100 libras aragonesas eran 75 libras castellanas o que 100 pies aragoneses suponían 92 pies castellanos y un tercio. Si querían una prueba del algodón de lo complejo y diverso que era el mundo que la ley de pesas y medidas quería ordenar sin duda la tienen en ese tercio que riza el rizo de la complejidad y seguramente también del atractivo romántico de las medidas perdidas. ¿Quieren más? Verán, un cántaro navarro se dividía en 16 pintas, cada una de las cuales se componía de cuatro cuartillos, mientras que una cántara castellana se dividía en 4 cuartillas, 8 azumbres, 16 medias azumbres y, por supuesto, 32 cuartillos. De lo que concluimos que una cántara castellana equivale a 20 pintas navarras (lo concluye el autor, entiéndanme). Aunque si lo prefieren quédense con las libras: 100 libras aragonesa eran 75 libras castellanas.
Mi devoción por las medidas probablemente nazca de un cuento de Antonio Pereira que me permito citar aquí para tratar de contagiarles de esta atracción romántica mía:
Si les preguntas a los más jóvenes, no tienen ni idea de lo que es un cuartillo. Es la cuarta parte de la azumbre, otra medida de las que se empleaban para el vino y los áridos, pero ellos tampoco saben lo que son los áridos o la azumbre. Nosotros, y también la señora María de Sanabria, sabíamos que el cuartillo es la ración exacta para que dos hombres empiecen a vivir la tarde mano a mano, se den la paz como en la misa y se abran la chaqueta y a veces un poco la camisa, por la parte del corazón.
Sin embargo no conviene abusar, no quiero que piensen que las virtudes que veo en esta novela de deben a un desorden psicológico de esos que tanto abundan entre los lectores y que nos hacen amar determinadas palabras mucho más allá de los conceptos que representan. El crimen del sistema métrico decimal no sólo es una eficaz novela policíaca en el sentido de que existen un crimen, una investigación y numerosos obstáculos que el protagonista, el comisario de distrito Pedro Arróniz, debe sortear. Es un brillante retrato de aquella sociedad en la que se encuentra el germen de la nuestra. Y un paseo por una ciudad, Madrid, de la mano de personajes que con el tiempo se han convertido en calles o barrios de la misma, como Bravo Murillo o José de Salamanca.
Con igual detalle que las medidas se describe la organización de los barrios de Madrid, de sus fuerzas del orden (con serenos, celadores, salvaguardias o “guindillas”, ronda de capa, etc), o la vida de sus ciudadanos, a los que acompañamos a hospedajes, paseos o comidas en mesones. Diría que Miguel Izu ha puesto mucho cuidado en dar vida al escenario, en algunos pasajes podría parecer que incluso más que en la propia trama que es el eje de El crimen del sistema métrico decimal, de la que si algo debo decir es que fluye de forma natural, sin trampas ni giros argumentales artificiales, lo que a mi modo de ver beneficia al conjunto de la obra porque integra ambas facetas, la histórica y la policíaca, en un mismo nivel de honestidad y lealtad tanto con la historia como con el lector.
En un libro tan bien documentado y tan sincero, el uso de personajes reales es un reto, y si además son personajes históricos y forman parte de una trama compleja. Todo cuanto debe ser comentado a este respecto lo hace el autor en una nota al final de El crimen del sistema métrico decimal, así que poco queda que añadir más que felicitarle por su solvencia narrativa.
No esperen fuegos artificiales, no es este un libro de estridencias, pero si desean conocer un escenario real de la mano de personajes reales (todos ellos, los históricos y los de ficción) y disfrutar de un buen rato tratando de resolver un caso y resucitar temporalmente un buen puñado de palabras moribundas, acérquense a este libro. No les voy a decir que después de él no será lo mismo utilizar la cinta métrica, pero el buen rato se lo garantizo.
Andrés Barrero
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