“Me gustaría creer que estoy contando un cuento. Necesito creerlo. Debo creerlo. Si esto es un cuento, puedo decidir el final. Porque habrá un final, y tras él vendrá la vida real. Pero no estoy contando un cuento.”
Tenía muchas, pero muchas ganas de leer este cómic. Confieso que de la serie solo vi el primer episodio y creo que parte del segundo, pero se me hacía demasiado lento el ritmo. Sí, ya sé que ahora nos hemos acostumbrado a que todo sea rápido e inmediato, que hay gente que incluso escucha podcasts y ve series a una velocidad de 1,5 o más, que lo queremos todo y lo queremos ya, y que a la mínima que algo pierde un ápice de interés en la pantalla ya tenemos la vista en otra pantalla, en la del móvil… Y también sé que cada cosa lleva su ritmo (aunque eso no signifique que sea el correcto) y eso no es malo, pero tal vez no era el momento en el que tenía que descubrir esa historia. Y puede que tampoco fuera el formato.
El cuento de la criada es un cuento de miedo. De terror del bueno. Y si eres mujer, te aterrorizará aún más. Y lo digo en serio. Miedo de cagarse más que con las pelis de Freddy Krueger (por poner un ejemplo comprensible, si es que Freddy dio miedo alguna vez) o con lo que sea que te acojonara de pequeño. Esta historia te pone los pelos de punta porque entra dentro del campo de lo real, de lo posible, de las cosas tipo “joder, por favor, que esto no llegue a suceder nunca”. Porque, aunque no deja de ser una fantasía futurista distópica, no es nada descabellado pensar que algo como lo que se nos cuenta pueda llegar a pasar. Porque en el fondo, somos ovejas que llevan al matadero. Si no nos rebelamos ante las injusticias, poco a poco irán quitándonos nuestros derechos hasta que quedemos marginados y divididos por raza, sexo, educación, nivel económico o el espectro por el que quieran sesgar a la población.
En esta historia de Margaret Atwood, publicada en 1985, Estados Unidos se ha convertido en la República de Gilead. Una teocracia patriarcal que excusándose en un atentado islámico ha ordenado la vida según ciertos pasajes de la Biblia, y en donde las mujeres solo existen para servir al hombre y, sobre todo, para procrear. Adiós libertades, adiós derechos sociales, adiós prensa, adiós a todo lo que recuerde al pernicioso y pecador estilo de vida pre-Gilead y, por supuesto, adiós a los derechos de las mujeres. Incluso se ahorca a los médicos abortistas que ejercían como tales cuando era práctica legal. Vamos, el paraíso de los Abogados Cristianos.
Además, porque esto aún era demasiado poco chungo, es una época en la que nacen pocos niños, hay pocas mujeres fértiles y las que lo son van a ser reclutadas, esclavizadas mejor dicho, para que tengan los hijos que las parejas estériles Y poderosas no pueden tener. Esas van a ser las denominadas “criadas”. No pueden leer, no pueden salir de la casa salvo para comprar suministros, no pueden hablar salvo con sus “propietarios”, todas van uniformadas de la misma manera y una vez al mes deben dejarse violar por el dueño, el Comandante, para quedar preñadas, mientras la mujer de este la sujeta… Y la posibilidad del suicidio está jodida por ser casi imposible… Un puto infierno, vaya…
“Qué poco tiempo hemos tardado en cambiar de mentalidad con respecto a cosas como esta.”
La historia nos la cuenta Defred (que no es su nombre verdadero; de hecho, todas las criadas llevan el “De” delante del nombre de su comandante para dejar bien claro que son una propiedad) que va narrándonos el presente junto con los años previos, cuando ella era una mujer con su empleo, su autonomía económica, su familia e hija, sus ilusiones y su nombre propio. Y para colmo, feminista…
Las criadas son entrenadas y educadas para aceptar esa transición. Ahora ellas son las que más van a sufrir, pero la generación siguiente no conocerá otra cosa y verá como normal ese estilo de ¿vida?
Es muy curioso el contraste que se ve en las primeras páginas cuando ante la aparición de un grupo de turistas japoneses la protagonista expresa interiormente su confusión: le fascina y a la vez le repugna. Ve cómo visten, con pantalones, faldas, y le parece que van desnudas… Hasta que recuerda que ella antes vestía así, que eso era la libertad.
Renée Nault dibuja y adapta la novela de Atwood con un inteligente uso de los colores mayoritariamente sombríos y desesperanzadores, salvo cuando son interrumpidos por los de las castas de las mujeres (rojo, verde, azul) y por las analepsis, identificada con un feliz y ya pasado amarillo. Acuarelas con trazos sencillos pero que dotan al argumento de una fuerza visual potentísima que no hacen sino realzar la dureza de lo que se nos cuenta.
El cuento de la criada es una historia dura de fascismo que gustaría que se volviera realidad a mucho fanático religioso. Un cuento de autoritarismo extremo y puro terror, repito. Un aviso a todo el mundo para evitar que nos quedemos parados ante cualquier injusticia, por pequeña que sea. Porque si al principio es pequeña, poco a poco puede ir creciendo, y entonces será muy difícil revertir todo. Una historia dura, pero hipnótica y magnética que te impide soltar el cómic. Una historia increíble, entretenida y muy recomendable que habla de la situación de la mujer, pero que puede extrapolarse a cualquier grupo oprimido.
Una lectura obligatoria. Uno de los cómics de este pandémico año.
He leído el cuento y he visto la serie. Y he sentido, tal como dices, miedo, soy miedosa por naturaleza. Las mujeres tenemos motivos para que se nos revuelva el estómago con esta historia, y quizá por ello, me ha gustado leer tu reseña, porque también piensas como muchos hombres que están a mi alrededor, esto sería insoportable y repugnante… Y transportable a otros grupos oprimidos. Me ha gustado lerte y quiero ser valiente y escribir reseñas en las que qué, como tú, me atreva a decir abiertamente que estas cosas me “acojonan” así con tranquilidad 😉 Un abrazo, amigo!
Me alegro de que pensemos igual.
Otro abrazo!! 😉