Que nadie piense que el título aquí propuesto es algún tipo de metáfora o imagen alejada de lo que la historia cuenta. Nada más lejos, el título expresa a la perfección sobre lo que trata esta novela. ¿Sobre qué? Pues fácil, ¿no? Sobre un cuidador de elefantes. Esto es El cuidador de elefantes, de Christopher Nicholson, una de las últimas novedades de Gatopardo Ediciones.
Sería bueno, antes de empezar la lectura de la novela, intentar hacer una limpieza en nuestra mente de documentales, enciclopedias, zoos, o, para quien haya tenido más suerte, experiencias físicas con elefantes. Porque en este libro nos encontramos en la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XVIII con un Tom Page, nuestro protagonista, que, siendo muy joven y mozo de cuadra de un gran señor inglés, ve por primera vez la llegada de un elefante. Y no solo es la primera vez para él, sino para la gran mayoría de los presentes. Y no solo de un elefante, sino de dos.
Tom Page presencia la llegada de un barco procedente de las Indias cargado de ejemplares de animales exóticos, entre ellos los dos elefantes, macho y hembra: hermanos. En muy malas condiciones todos, algunos incluso llegan a tierra muertos. Tom Page queda fascinado con todo lo que se le expone delante y que, al estilo de una rifa, se sortea entre aquellos interesados, comerciantes y nobles con grandes tierras que buscan ofrecerlo todo a sus visitantes. Al cabo de un rato, el joven Page, de solo doce años, se encuentra yendo hacia su pueblo con la compra por parte de su señor de los dos elefantes. Es ahí donde empieza todo. Él, que hasta ese momento solo había cuidado caballos, se encuentra frente a dos elefantes únicamente para él. Y quizás os preguntéis, ¿cómo nos llega a nosotros la historia? Pues Nicholson se inventa una razón evidente a la vez que efectiva: encargan a Page, años después, que escriba su historia con los elefantes. El problema que radica aquí es cómo alguien sin estudios, aunque lector, es capaz de escribir algo tan potente y cuidado. Eso ya es cosa de Nicholson. Que alguien se lo pregunte, por favor.
A partir de ese momento, el propio Page nos contará cómo John Harrington, quien compra los elefantes, le encomienda la misión de hacerse cargo desde el primer día de su cuidado. Poco a poco se creará un vínculo tan estrecho entre esos dos imponentes animales y él que llegará hasta el punto de convertir las miradas entre humano y animal en diálogos de palabras. Aunque no podáis creerlo es así, Tom habla con sus elefantes. Y ellos le responden. Todo ello se desarrollará en la primera parte del libro, donde Page conseguirá que los elefantes hagan todo lo que él les pida (incluso, por ejemplo, barrer la entrada de su cuadra usando una escoba con su trompa), donde crearán una unión en la que él se convertirá más en un tercer hermano de ellos que en su amo y donde, tristemente, también nos contará la separación entre Jenny y Timothy, los dos hermanos. Tras mucho pensar, Tom acaba decidiendo quedarse con Jenny, la que para él más lo necesita, y deja marchar, con mucho pesar, a Timothy, quien es vendido a otro noble. Así pasarán los años hasta que también Jenny es vendida, y Tom decide marcharse con ella, dejando todo atrás, incluso a su pareja, Lizzy.
Ya en la segunda parte, en mi opinión más floja que la primera, Tom nos cuenta a modo de diario que creía tener acabado el libro sobre su historia con los elefantes, pero no. Había llegado a su nueva casa, las tierras de lord Bildborough, le habían construido para él y Jenny la llamada Casa del Elefante, todo iba sobre ruedas, todo parecía feliz y terminado, pero faltaba la caída de la fortuna de su señor, la llegada de su malvado hijo, el abandono de esas tierras.
La tercer parte, que vuelve a subir, nos cuenta cómo Tom y Jenny acaban en una Casa de las Fieras, una especie de exposición permanente en Londres con ejemplares exóticos tras los cuales se ha creado una historia heroica con la que abrumar a los espectadores. Cuando Tom nos lo cuenta, la Casa de las Fieras está de capa caída, ya nadie se interesa por aquellos animales, abatidos y escuálidos, imposibles de creer. En esos momentos, con su vida varada, a Tom se le encienden los recuerdos y viaja mentalmente hacia esos paseos matinales con Jenny y Timothy, hacia esos años felices junto a Lizzy, su pareja (¿Qué será de Lizzy?), hacia esas conversaciones con sus elefantes, esas noches durmiendo junto a ellos, esas caricias, esas risas, esos días. Que ya no. Tom, cada vez más inmerso en sí mismo, empieza a mezclar recuerdos con vida, empieza a sentir el nudo de la desesperanza, empieza a olvidar el amor animal, hasta que urde la huida.
Lo cuento todo porque aquí no hay trama (en realidad la hay pero no es lo importante). Lo cuento todo porque lo que no se puede contar es lo que Christopher Nicholson cuenta sin escribir, lo que hay entre líneas, lo que, a pesar de ser un libro con una escritura simple, lógico si quien escribe es Tom Page, ¿o no es él? (guiño a quien lea el libro), hace que sigas leyendo (yo lo he leído en solo tres días: 307 páginas), lo que hace que cada vez que apartas la mirada de la historia pienses en ese animal que te acompaña en tu día a día, que te acompañó en la infancia, que nunca has tenido y que quizá sea hoy el día en el que por fin adoptes (y no compres). Porque este cuidador de elefantes, aunque se vanaglorie (o quizá se arrepienta, quién sabe) de haber centrado única y exclusivamente su vida a los elefantes, en realidad ha sido cuidador de más, por ejemplo de ti. Y casi prefiero que esta historia no se base en una historia real, porque eso indica que hay un autor detrás que puede llegar a convertir una historia sobre unos elefantes y un cuidador en una historia de amor animal universal. El cuidador de elefantes es una oda a todo amor animal. Y ahora piensa, ¿quién ha sido, es o será para ti tu elefente?
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