El declive

El declive, de I. A. Goncharov

El declive

Visto con ojos del siglo XXI podría parecer que esta novela no ha envejecido muy bien, pero eso es achacable a los ojos, no a la propia obra, que es una gran novela en la que, como es norma en el autor, se contraponen modernidad y tradición y en la que el sentido del honor, muy especialmente ese tan opresivo que se refería en la época al comportamiento de la mujer, tiene un papel fundamental. La historia que se cuenta es, por decirlo de una manera clara y sencilla, un dramón, una trama que si no estuviese contada de forma tan magistral no pasaría de culebrón, pero que al estar tan bien desarrollada se convierte en gran literatura.

Tiene la obra dos partes bien diferenciadas, una primera en la que Raisky, el protagonista, vive en San Petersburgo la existencia que mal que bien se le supone a un pequeño terrateniente ruso protagonista de novela del XIX que vive en la capital y una segunda parte en la que a grandes rasgos vive la existencia que mal que bien se le supone a un pequeño terrateniente ruso que vive en el campo (proveniente de la gran ciudad). El héroe, que no es ni de lejos el personaje más atractivo de la novela, es un romántico incapaz de llevar ningún proyecto a buen término que consagra su vida a su temperamento artístico y a sus nobles ideales, pero muy especialmente a la búsqueda de la pasión, que trata de explorar en él, aunque se considere incapaz de sentirla hasta que cae en sus garras, pero también en otros. Hay otros personajes no menos arquetípicos: el revolucionario, el maestro idealista, los mujiks, las damas inocentes, etc, pero hay dos personajes que se agigantan página a página y que convierten la novela en grande. La abuelita, verdadera alma de la novela aunque el autor trate de mantenerlo oculto hasta el final (desafortunado, por cierto, a esta obra le sobra exactamente una frase, la última) y Vera, el personaje más atractivo y misterioso que sufre en sus propias carnes los efectos del enfrentamiento entre la tradición y la modernidad, tan acusada en aquella época y en aquella tierra. Podría decirse que la herida que a Verochka le inflige la tensión narrativa de la novela es en cierta medida la misma que la historia le infligió a la propia Rusia, esa incapacidad para decidir entre sus dos almas, entre sus dos vocaciones que tanto daño les hizo a ambas. Tiene por cierto la novela dosis de intriga inhabitualmente altas, y uno en realidad adivina el supuesto misterio, pero no por ello se intriga ni disfruta menos porque Goncharov puede que sea el más fluido de entre los autores rusos de su generación.

La visión de lo que el autor seguramente pretendía fuese una defensa de la mujer, tiene hoy día una apariencia notablemente machista, pero sin embargo no lo es, o al menos no lo es si nos situamos en parámetros propios de la época. En cualquier caso sirve para poner en evidencia la terrible hipocresía con que eso que se daba en llamar “las buenas costumbres” atenazaba a las mujeres hasta el punto de convertir sus aparentemente plácidas existencias en verdaderas condenas. Por eso el personaje de la abuelita es tan grande, porque siendo quien encarna en la novela los valores de la tradición, es también quien se enfrenta a las conveniencias y antepone a estas el amor a sus sobrinas.

Se puede acusar de tendenciosa a la novela, y puede que incluso sea cierto porque el autor no es en absoluto neutral en el tratamiento de los diferentes y diferenciados personajes que aparecen, pero aun así es honesta, no miente y se nota. A fin de cuentas las conclusiones le corresponden al lector y Goncharov, salvo en ese acceso final de exaltación nacionalista de la última frase, aun sin neutralidad permite al lector sacar las suyas propias.

No he encontrado ediciones modernas de este clásico que en ocasiones se ha traducido también como “el precipicio”, pero no es especialmente difícil de encontrar. Quien desee por un rato ponerse unas gafas del siglo XIX y olvidar ese gusto tan actual por la corrección política para disfrutar de una gran obra, no se sentirá defraudado si decide pasearse por este declive (o precipicio, casi un personaje más) de Goncharov.

Andrés Barrero
andresbarrero@vodafone.es
recordatorio

 

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