Reseña del libro “El dios de los finales”, de Jacqueline Holland
La figura del vampiro siempre me ha inspirado cierta lástima. Si se le despoja de toda esa parafernalia terrorífica que implica poseer colmillos afilados, una pulsión animal por la sangre y descansar en ataúdes a la que el sol hace su aparición, lo que queda es un ser humano maltrecho intentando aclimatarse una y otra vez a los tiempos cambiantes. Una vida inmortal en la que todo en derredor parece estar siempre languideciendo. Si en ocasiones, desde la perspectiva temporal de un humano medio, la vida ya se hace cuesta arriba, desde la perspectiva de un no muerto debe ser como estar escalando una montaña sin cumbre. Pura agonía. Buscando el sentido de la vida, esas luces en las sombras, por toda la eternidad. Y si el vampiro en cuestión goza de cierta ética y decide seguir viviendo conforme las normas de los humanos, si decide abrazar su humanidad a pesar de su maldición, necesitará estar siempre alerta en los detalles para no levantar ciertas suspicacias. Todo lo anteriormente expuesto serviría para describir el personaje de Collete LeSange, la protagonista y narradora de El dios de los finales, un libro escrito por Jacqueline Holland que instrumentaliza la figura del vampiro, así como parte del folclore eslavo, para indagar en las complejidades de la condición humana.
El dios de los finales no es un libro de terror. Puede desatar algún tipo de desasosiego en el lector, pero no es de terror. Letras de Plata, el nuevo sello editorial de Ediciones Urano, busca ofrecernos obras en las que se traten todas esas contrariedades que nos moldean como humanos y El dios de los finales es una de ellas. Y la herramienta, al menos en este caso, es una mujer inmortal. Collete LeSange es el nombre que ostenta en la década de los ochenta del siglo pasado. Su vida resulta casi la de un ermitaño si no fuera por la escuela de arte que regenta. Allí todavía consigue sentirse humana gracias a los niños a los que da clases. Aunque uno de ellos se convertirá en el detonante que la arrastrará a un drama familiar de mentiras y relaciones tóxicas que pondrá en peligro su secreto así como todas sus convicciones. Pero no es por aquí por donde se inicia la novela y tampoco es el tipo de narración que os estáis imaginando, pues El dios de los finales resulta mucho más compleja y rica en matices de lo que cabría esperar en una novela debut. El inicio nos lleva casi doscientos años al pasado, en unos Estado Unidos donde las supersticiones tenían más peso que la lógica y la ciencia. En aquella época Collete es Anna y vive junto a su hermano y su padre en Stratton. La muerte inaugura la novela y será un tema recurrente. Pero a pesar del cinismo que va cobrando la protagonista con el paso de los años y las vivencias a las que se enfrenta, la novela va mostrando todos los claroscuros que nos ofrece una vida, ya sea larga o corta.
La prosa de Jacqueline Holland es intensa, bella y delicada a la hora de retratar estados de ánimo. Y mediante esa prosa evocadora, que oscila entre la crónica histórica y las memorias, la autora nos lleva por un viaje a lo largo de diferentes continentes en diferentes épocas de la historia. De la mística y la brujería de la Europa del este a las guerras que asolaron el viejo continente y de aquí a las callejuelas de Alejandría. Cada uno de esos momentos se convierte en pequeñas historias donde vida y muerte van de la mano, donde la protagonista se debate en no pocos dilemas morales y donde la autora crea una insólita y rebuscada metáfora sobre la maternidad. Algunas de estas narraciones causan más interés que otras, convirtiéndose cada una de ellas en un slice of life de una vida inmortal. Igualmente podríamos decir con todos los personajes que transitan por la narración. En el caso de los misteriosos Agoston o el abuelo de Collette dan para crear un libro, otros pasan sin pena ni gloria debido a esos flecos sueltos o inconsistencias que la autora barre bajo la alfombra para que no se note.
En resumidas cuentas, El dios de los finales resulta una novela que atrapa con su narración intensa y su prosa sugerente, que consigue crear expectación hasta en lo mundano, que hace reflexionar al lector sobre lo que nos hace humanos, y en ocasiones monstruos, además de ser uno de esos libros que disfrutas más del recorrido que de la meta.