A veces basta una corta secuencia cinematográfica para embaucar al espectador y crear con ella un ambiente lúgubre, misterioso con un marcado cariz romántico. Una perfecta muestra compositiva que combina iluminación de velas formando un claroscuro a través de los pasillos de un viejo caserón y que, al abrir una puerta, sobre un fondo negro, surja el retrato iluminado de un viejo capitán de barco. En escena, una bellísima y mejor intérprete Gene Tierney, candelina en mano, inspeccionando los rincones de su recién adquirida casa; en el retrato pintado en el cuadro, la imponente y romántica figura de Rex Harrison interpretando al difunto capitán Daniel Gregg. Hablo de la inmensa y elegante película del cineasta Joseph L. Mankiewicz basada en la novela El fantasma y la señora Muir. Imposible obviar la película para hablar de la novela, como imposible me ha sido mientras leía el libro no escuchar en mi imaginación la música que Bernard Herrmann compuso para la adaptación cinematográfica. La novela y la película se combinan en perfecta armonía para, con los elementos que distinguen a ambos lenguajes, embellecer y enriquecer aún más la bonita historia de amor que se narra en el libro.
El fantasma y la señora Muir se publicó en 1945 y fue escrita por la escritora Josephine Campbell Leslie, oculta tras el pseudónimo R. A. Dick. Bajo el impacto de las consecuencias de la II Guerra Mundial, esta historia que, en palabras de José Luis Garci, “es una de las joyas más difíciles de encontrar, una historia, no de fantasmas, sino con fantasmas”, supuso un bálsamo para muchas familias que perdieron seres queridos en la guerra. La historia narra la vida de Lucy Muir justo en el punto del fallecimiento de su marido. Hasta ese momento, ella siempre ha pasado sus días al son de los gustos de los demás, ya sea su marido o la familia de este, sin que nadie tenga en cuenta en lo más mínimo su punto de vista o intereses. Una vez viuda, decide tomar las riendas de su vida e independizarse de toda atadura. Alquila un viejo caserón abandonado del que se dice estar embrujado. La obstinada señora Muir se instala pese a ello en la soledad y aislamiento que le otorga esa pintoresca zona costera. A partir de ahí, recibirá cada noche las visitas del fantasma del capitán de barco Daniel Gregg, antiguo propietario del caserón. Lejos de asustarse, entre ambos surge una bonita y tierna relación que perdurará durante años. Sus charlas, discusiones, a veces los largos silencios de ausencia, el frío del hogar, el paso del tiempo dentro de esos muros serán para ellos un refugio donde encontrarse, y el precioso vínculo que han creado traspasará ambos mundos, el de la vida y la muerte.
El optimismo que se refleja en la novela viene dado por su carácter de comedia romántica. El amor, o la amistad si se prefiere, no resulta cargante. Tiene los toques justos de histrionismo en sus locuaces diálogos, donde el sentido del humor se mezcla con pinceladas que llevan a la reflexión sobre el puritanismo de la sociedad. También sobre el rol de la mujer independiente, siempre puesta en duda por la familia de la señora Muir. Esa elegancia en las formas, en las conversaciones del capitán con Lucy Muir, el amor que habita en ese territorio confuso ente el amor y la muerte, no le pasan desapercibido a Mankiewicz para adaptarlo en su película, una de las obras del Hollywood de los años 40 más bellas que se puede ver. Además, resulta significativo, y esto dentro del cine, que esta película se llevó a la cartelera un año después de Qué bello es vivir, acentuando el ambiente balsámico que mencionaba antes sobre este tipo de historias con fantasmas que alienten más que perturben al lector/espectador. Si en la cinta de Mankiewicz se pone de relieve una atmósfera más tenebrosa, con unos planos espectaculares de las olas rompiendo contra los acantilados y un clima tormentoso, en la novela de R. A. Dick (Josephine) ese aspecto pasa más desapercibido, mostrando un paisaje costero pintoresco, pero más luminoso. Algo que sí mantienen ambas obras, novela y película, es la sensación de aislamiento, frío y soledad del viejo caserón. Empleando recursos como el taparse con mantas cada dos por tres o los remedios de Lucy Muir para calentarse los pies cerca de la hoguera, ofrecen al lector/espectador ese ambiente gélido que se respira en la casa.
El fantasma y la señora Muir nos viene traducida por primera vez por Alicia Frieyro para la edición de Impedimenta, de cuyas publicaciones no se puede más que halagar por la belleza y cuidado con el que están tratadas. Han apostado por una novela muy bonita que enamora por su sencillez y delicadeza, por la elegancia de su narrativa y que se engrandece gracias a la adaptación cinematográfica. Ahora que llega el frío y apetece mucho sentarse a leer cerca de una fuente de calor que ofrece el interior de las casas, se me ocurre que esta sea una de las mejores opciones para dejarse seducir por su encanto fantasmagórico y lleno de amor incorruptible, desarrollado en un territorio extraordinario.