Llevaba tiempo sin leer libros con temática de terror. Siempre han sido de mis favoritos, sobre todo los que exploran y juegan con las emociones humanas ante lo inexplicable, ante lo que, probablemente, ya existiera antes que el propio ser humano. Pero también las que se centran en el comportamiento en grupo ante la adversidad. En esta novela coexisten las dos problemáticas y lo hacen en una localización evocadora, los desiertos de Estados Unidos, y bajo la amenaza de una antigua leyenda india. A partir de una trágica vivencia real, se construye un inquietante relato que va de menos a más y que proporciona unas muy buenas dosis de miedo y angustia contra los que intentará sobreponerse el instinto de supervivencia. Historia coral que reúne varios elementos muy atractivos con los que puedo sentirme más que satisfecho en mi regreso a las lecturas de género de terror.
El hambre, de Alma Katsu nos transporta al año 1846, cuando una caravana de familias en busca de un futuro mejor partieron de Missouri a California con el sueño de la Tierra Prometida. Los libros de historia de Estados Unidos la denominan “la expedición Donner”, que toma el nombre de la familia más acaudalada de cuantas viajaban y aquella que guiaba la ruta. Atravesando el desierto cargados con sus enseres, bueyes y toda la comida que pudieron llevar, decidieron cambiar la ruta para ganar tiempo y atravesar el Gran Lago Salado. Sin embargo, cuando llegó el helador invierno, las malas condiciones del terreno, los problemas internos entre los viajeros y otros contratiempos les hicieron quedar atrapados en Sierra Nevada. Cuando les pudieron rescatar después de varios meses, los integrantes que sobrevivieron lo hicieron gracias al canibalismo. A partir de aquí, la escritora ha creado un relato donde se funden los datos históricos con añadidos que hacen de esta ya de por sí legendaria historia en un cuento de auténtico pavor. Las inclemencias climatológicas, la falta de comida, la locura y discusiones que surgen entre los integrantes de la caravana se verán también afectados por algo que les acecha entre los bosques.
El desarrollo de la obra se produce a través de las perspectivas de las distintas familias y lo que le sucede a cada una de ellas. Así, poco a poco conocemos las motivaciones que les llevaron a emprender semejante viaje casi suicida a través del desierto. También los lazos que unen a unos y a otros y, sobre todo, los distintos roles de liderazgo que cada uno quiere imponer, lo que llevará a diversos conflictos. Las descripciones del paisaje y del clima hacen que aumente la sensación de penuria y hambre que se va instaurando en toda la caravana a medida que pasan los meses. Aunque los mejores momentos van siempre unidos a la leyenda india de unos seres que, como lobos famélicos, les acechan escondidos esperando a que el grupo se disuelva, se debilite, para atacar. Poderoso capítulo aquel en el que la familia Donner se queda atrás y se descuelga del resto de la caravana.
Si bien es cierto que, narrativamente, el comienzo es flojo, con diálogos pobres y acotaciones de quien cuenta la historia un tanto prescindibles que interrumpen o ralentizan el ritmo, posee un muy buen arranque novelesco:
«En opinión de Charles Stanton, no había nada mejor que un buen y minucioso afeitado».
Me parece muy bueno, porque sitúa de inmediato al lector ante un acto costumbrista que denota la calidez del hogar, la tranquilidad de quien se siente resguardado, y que, sin embargo, contrastará con todo lo que se les avecina. La historia, como digo, mejora con el paso de los capítulos, a medida que vamos conociendo mejor a las distintas familias y, a la par, la narración de la autora, Alma Katsu, también se va reforzando y haciendo más embaucadora.
El hambre es una de esas historias del árido Oeste americano que deja su huella ruda, cruel y salvaje, pero a la vez de una enigmática belleza. De esas narraciones que se pueden acompañar con las melancólicas composiciones de Nick Cave y Warren Ellis. De esas lecturas que embrujan cuando se leen en un momento concreto de la noche, la que los Navajo llaman “la hora mágica”. El desierto se tiñe de azul en la hora mágica, el inquieto coyote corre libre para fundir el caos y la armonía. La hora azul hechiza a las almas viajeras y el desierto embriaga con su desmesurada belleza.
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