Me gusta la novela bélica pero me asquea la guerra. Creo entender que la mayoría de los conflictos estallan como resultado de una negociación política infructuosa. El fin de la diplomacia. Poder, control de territorios, riqueza, odio… Y digo que creo entender porque me faltan piezas del puzzle, pinceladas del cuadro y razones para el entendimiento. No, no creo entender ni la mitad. Es por eso que leo literatura bélica. Buscando respuestas a todas esas acciones terribles perpetradas por el humano en esos momentos de sociedad civilizada en suspenso. En contraposición a esas acciones despiadadas, y supongo que en un intento de equilibrio entre tanta corrupción humana, es también en parajes en guerra, donde se crean situaciones que pondrán la bondad, la compasión o la supervivencia a prueba.
Altos el fuego en lugares gélidos provocados por la melodía de un violín tocado de forma magistral. Treguas temporales para jugar un partido de fútbol navideño con las tropas enemigas. Confraternización con prisioneros. Hechos ocurridos en los momentos que más se necesitaba que ocurrieran. Porque las situaciones complicadas sobraban. Momentos y lugares de heroísmo y terror, mezclados con amasijos de cuerpos, fuego y barro. Lugares como Normandía, Dunkerque, Auschwitz o las Ardenas. Éstos, de una u otra forma, pasaron a ser parte importante de La Segunda Guerra Mundial. Pero si hay algo más que tienen en común todos estos emplazamientos es que se hallan en la vieja Europa. De hecho, la mayoría de libros, series o películas nos acercan una y otra vez a todos estos sitios. Probablemente porque fue donde se originó el conflicto. Hoy en cambio vamos a volar hasta China, en concreto hasta Shanghái, para ser testigos de primera mano de cómo fue La Segunda Guerra Mundial en aquel lugar tan alejado de Europa; todo ello gracias a James Graham Ballard y a su libro El imperio del sol.
En El imperio del sol vamos a ver la guerra a través de los ojos de un muchacho llamado Jim. Vive en Shanghái junto a sus padres: británicos adinerados que residen en la ciudad desde antes de que él naciera. El inicio de la novela es complicado y algo farragoso ya que el protagonista debe explicar todas las tensiones políticas que había en aquel momento. “En la guerra de verdad nadie sabía de qué lado estaba, y no había banderas, comentaristas ni vencedores”. Las relaciones entre China y Japón estaban muy enmarañadas y ya de por sí resulta complicado entenderlo aunque te lo expliquen. La versión resumida y sencilla sería algo como: chinos y japoneses libraban una guerra no declarada desde que los segundos los invadieran en 1937. Así pues en la ciudad se vivía una inestable calma tensa. Para los europeos que vivían en asentamientos en los que se llevaba una vida occidental, a pesar de que ocurrían atrocidades por las calles, todo aquello parecía no afectarles. De hecho, al inicio, la desconexión, la desidia, de Jim con ese mundo resulta incluso violenta para el lector. Pero todo esto cambia cuando los japoneses atacan Pearl Harbor y entran en La Segunda Guerra Mundial, dejando además clara su posición en la contienda. Es entonces cuando éstos entran en acción en Shanghái. Es entonces también cuando la novela El imperio del sol da su pistoletazo de salida.
Supervivencia a toda costa mediante la adaptación y la esperanza como tabla de salvación. Esta frase podría resumir la novela de J.G. Ballard, ya que en su totalidad va de esto. Pues nuestro joven protagonista quedará separado de sus padres y tendrá que buscarse la vida, primero por las calles de una convulsa y violenta Shanghái y luego en Lunghua , un campo de prisioneros en el que será recluido. El muchacho se convertirá en un ser metódico, con un talento especial para la manipulación y la negociación. Capaz incluso de aliarse con la peor calaña con tal no solo de socorrerse a sí mismo, sino también a los amigos que hará por el camino. Algo que le resultará de vital ayuda en el campo de prisioneros para comerciar y poder alimentarse mejor que la mayoría. Por otro lado está su fe; fe en encontrar a sus padres, en reunirse con ellos a toda costa, una fe que choca con el miedo de que todo aquello acabe. Pues Jim se acostumbra a aquella vida, un hábito o una suerte de síndrome de Estocolmo que teme que acabe, pues prefiere un rutinario mundo en guerra que las incertidumbres que pueda portar un mundo en paz. Y de todo ello hace partícipe al lector con sus más profundos e íntimos pensamientos a la vez que comparte su respetuoso ensimismamiento, casi poético, por los aviones que sobrevuelan el cielo de Shanghai. Y es evidente que desde la perspectiva del lector la forma de pensar y actuar de Jim en un principio parece críptica e inexplicable, sobre todo en esas escenas en las que Jim profesa una veneración casi absurda hacía los soldados japoneses que lo tienen preso. “Jim se sentía más próximo a los japoneses, que se habían apoderado de Shanghái y que habían hundido la flota americana de Pearl Harbor”. Con el avance de la novela se pone de manifiesto que en tiempos de guerra las reglas cambian, la forma de razonar también y que Jim lo que intenta por todos los medios es salir indemne de todo aquello.
El imperio del sol de J.G. Ballard, basada en las experiencias del propio autor, es una novela bélica imprescindible que nos habla de la supervivencia, la superación y la esperanza en ese momento decisivo en el que un niño alcanza la adolescencia. En ella nos enfrentaremos a escenas que nos pondrán la piel de gallina, que nos dejarán con un nudo en la garganta o que nos plantearán ciertos debates morales, todas narradas con una prosa, que recuerda a la crónica periodística, y que llega a ser descriptiva al milímetro pero sin caer en sensacionalismos.
Gracias. Excelente para animarse a buscar el libro.
Hola Ana R Pirela.
Y tras leer la novela te recomiendo disfrutar de la adaptación cinematográfica que realizó Steven Spielberg. Bastante fiel al libro, con unos actores que bordaron el papel que les tocó desempeñar y con escenas que te pondrán la piel de gallina. Pero eso sí, antes lee el libro.
¡Saludos!