“Entre la diversidad de tipos que conforman la especie humana, uno de los más peculiares es el de quienes renuncian a vivir el mundo para leerlo”. Con esta frase da comienzo una primera página que revuelca el corazón de cualquier bibliófilo o amante de los libros, y todo lo que les rodea. Además esta afirmación resume la vida de Aldo, el protagonista de esta historia, al menos la que tenía antes de viajar a Venecia para convertirse en impresor y verla trastocada. Aldo Manunzio fue un humanista y erudito italiano que pasó a la historia, entre otras cosas, por ser el creador de los libros de literatura “de bolsillo” (de octavo o portátiles) y por la creación de la tipografía itálica.
El impresor de Venecia es una novela histórica cuya acción transcurre en la Venecia de finales del siglo XV y principios del siglo XVI. En un momento que dicha ciudad vivía una bonanza económica tal que llego a ser considerada como el centro del mundo conocido, pues todo el comercio pasaba por sus manos. Una gran urbe bulliciosa, sucia y húmeda, pero también un escenario histórico lleno de luz y belleza, en esa edad de los pioneros de la edición libresca, cuando apenas hacía medio siglo que se había inventado la imprenta y lo había revolucionado todo. Una novela donde la realidad y la ficción se unen de tal forma que el lector se sumerge en la Historia, sin darse cuenta de que esta paseando con una gran cantidad de personajes históricos que van apareciendo, como Pico della Mirandola, Savonarola, Francesco Griffo, Erasmo, Epicureo, Lucrecio, etc.
En pleno esplendor, por tanto, del Renacimiento y con la imprenta produciendo libros a mansalva, Aldo se propone montar una imprenta para enseñar al mundo los libros importantes: las obras maestras de la literatura griega, que por aquel entonces solo cuatro casas de toda Italia se habían atrevido ocasionalmente a imprimir alguna obra suelta. El protagonista pone rumbo a la gran urbe con la idea loca de editar según un plan literario y no solo comercial. Con la intención de dejar de mirar la máquina para preocuparse por lo que la máquina hace, demostrando con ello que lo que importa es el texto y su lectura y no los procesos de fabricación.
Javier Azpeitia inicia el texto, sin embargo, con la visita de Paolo, el hijo menor de Aldo, a su madre viuda, Maria, en su residencia de Novi, con la intención de mostrarle el libro que ha escrito sobre su padre. A lo que María le responde que ese libro dista mucho de lo que realmente fue la vida de su esposo. Es entonces que asistimos a la vida del impresor, con sus sombras y sus luces. El retrato de su vida y de cómo se fue convirtiendo poco a poco en el gran impresor que fue, en el hombre soñador y luchador por la libertad de pensamiento y la difusión de la cultura, batallando contra una censura cada vez más asfixiante. De este modo, este libro es un pequeño homenaje al hombre que encontró el formato ideal de lectura, sacando los libros de los oscuros gabinetes de estudio a la calle, a los jardines, a las manos de los paseantes, convirtiendo así la lectura en un acto cotidiano.
Narrada en tres partes, la obra refleja una gran erudición por parte del autor, pues está salpicada de constantes alusiones a clásicos grecolatinos y a sus autores, así como a corrientes filosóficas antiguas. Una primera parte se centra en el Aldo más inocente y soñador, donde descubrimos a la misma vez que él los fascinantes secretos de un taller de imprenta y el negocio editorial. Conforme avanza la novela, en una segunda parte, el protagonista va descubriendo que más allá de los libros hay vida, aunque todavía se resista a aceptarla, y que el dinero es tremendamente poderoso. Arrastrado a esas aguas codiciosas por su, primero, patrón y luego socio, Andrea Torresani, uno de los mayores comerciantes-editores de su tiempo. En la última parte de la novela, vemos al Aldo más seguro de sus ideas, ya viviendo la vida plenamente, convertido en leyenda de la edición, y defendiendo con apasionamiento la transmisión del conocimiento y luchando por la protección de obras clásicas cuyo contenido el mundo aún no está preparado para aceptarlas y se empeñaba en destruirlas.
Para desarrollar la novela, Azpeitia no utiliza una narración continua, ya que combina distintos tiempos de una vida. Igualmente, ésta tampoco está contada enteramente por un único narrador omnipresente, sino que se va narrando la vida del humanista desde distintos puntos de vista y recursos, lo que le da un carácter más dinámico: a través de diarios personales (como el de Torresani), monólogos de otros personajes, escritos del propio protagonista, o partes en tercera persona.
El autor, como editor que ha sido de varias editoriales, refleja su conocimiento de este área a lo largo de toda la obra. Un libro, en definitiva, para amantes de libros, los cuales rápidamente se verán identificados con el protagonista, sobre todo con frases como la siguiente: “Aldo hundió la cara en el libro y aspiró”, resumiendo perfectamente el espíritu de este libro.