Javier Cercas es para mí uno de esos escritores de los que siempre he pensado (y dicho) que quiero leerme todo lo que hayan escrito pero que, por una razón u otra (supongo que parte de la culpa la tiene la avalancha de novedades que “sufrimos” los que estamos enganchados a la literatura; supongo que parte de la culpa la tengo yo), nunca he podido/sabido cumplir. Es por eso que me he visto en la obligación/necesidad de conseguir este libro nada más verlo en la mesa de novedades. Y es que además es la primera novela que escribió. Estoy hablando de El inquilino, que reedita (antes lo hizo Acantilado) Literatura Random House.
Con una más que llamativa cubierta y un nuevo prólogo del autor (con cosas MUY interesantes en él), este El inquilino es una puerta a descubrir el porqué de un estilo característico, el estilo de uno de los mejores escritores vivos con los que cuenta nuestro país. Como digo es su primera novela, escrita a los 26 años mientras vivía, por una beca que se le concedió, en Estados Unidos. Desde allí, alejado de todo y quizá un poco de sí mismo, escribió una novela en la que él mismo reconoce que se encontró, y todavía se encuentra. En ella conocemos a Mario Rota, filólogo italiano al que el gobierno de su país concede una beca para el apoyo a un departamento de filología italiana dentro de una universidad estadounidense. Cuando empezamos a leer él ya vive ahí, ha pasado las vacaciones en su país y ha vuelto para seguir trabajando. Tiene una vida normal (o lo normal que puede ser la vida de un profesor universitario): se despierta pronto, sale a correr por el barrio, desayuna fuerte y se va a la universidad; da clase, trabaja en su despacho, va a alguna fiesta que organiza su jefe y queda con la estudiante a la que le lleva el doctorado. Pero cierto día, cuando sale a correr, se tuerce el tobillo. El mismo día conoce, a la puerta de su casa, a Daniel Berkowickz. Ahí empieza todo.
Ese tal Daniel Berkowickz está ahí porque ha alquilado el piso de al lado del de Mario. Se saludan, Berkowickz le habla como si fueran a trabajar juntos, como si se conocieran, pero Mario no cae. A partir de ese momento todo será un proceso de comer la tostada a todo lo ganado por Mario por parte de Berkowickz. Todo serán trabas y, tras pasarlas, siempre se encontrará la cara sonriente, atractiva y amable de Berkowickz. Empezará a perder cosas, desde el trabajo hasta la chica, y todo se lo llevará el recién llegado. Mario buscará una explicación, ahondará en el problema e incluso en sí mismo; todo mientras su tobillo se recupera. Sigue yendo a la universidad pero ahora con muletas, sigue yendo a las fiestas pero ahora no tiene con quien hablar, sigue volviendo de noche a casa, pero ahora solo. Como una campana de Gauss invertida, la vida de Mario seguirá un proceso homogéneo de caída, hasta llegar al fondo. O no.
Y es que algo sucede y no seré yo quien lo cuente. Pero el tobillo se cura, un personaje español y con parche en un ojo le avisa de la suerte que ha tenido, vemos cómo un instante en nuestra vida puede erigirse en forma de eternidad y nos damos cuenta de lo reales que pueden ser las pesadillas. Sé que no estaréis entendiendo nada, pero es que vale mucho la pena llegar al final de este libro intacto. Es breve y se lee muy rápido. Anímate, que no quiero destriparte nada. No spoilers.