Menuda jodida desgracia ha tenido DC dejando pasar esta asombrosa a la par que actual historia murcielaguera. Normalmente, cuando acabo la lectura de un libro o cómic suelo dejar algo de tiempo para reposar y aclarar las ideas que quiero trasladar a la reseña, pero esta vez no va a ser así porque me he despollado con este cómic. Y no es fácil que yo me despolle con algo y menos si es corrompiendo la sacrosanta e icónica figura de Batman (que no es que tooodo lo de Batman sea bueno ni que lea todo lo que pille del Caballero Oscuro; hay auténticas putas mierdas enormes rulando por ahí. Pero mierdas bien gordas, eh, y por eso selecciono muy mucho lo que me echo al coleto). Así que me alegro de que mi instinto funcione y haya decido leer esta joya paródica que cautivará a todo fan del murciélago de Gotham que esté dispuesto a echarse unas risas con y de él y de la tropa que suele rodearle.
Para empezar me ha molado la fonetización. No es Bruce Wayne, es Brus Wein. No es Robin, es Rubén. No es Alfred, sino Alfredo. No es el Joker, es el Risas… y así todo. (No sabía que el comisario Gordon venía a traducirse por Pérez). Y no puedo olvidar –aunque el nombre sea solo por evitar líos de derechos y no una mera españolización– ojito, que va, eh,… a la Alianza de la Jurisprudencia que se menciona en alguna parte.
Pero bueno, ¿y ante que sofisticada trama criminal va a enfrentarse esta vez nuestro héroe? Pues Brus Wein que es un “millonario que lo flipas y vive en una ciudad la hostia de peligrosa” se ha quedado sin cerveza en plena pandemia y como hay veces que “tienes que ser dueño de tu destino” decide no poner en peligro a Alfredo, que por edad es persona de riesgo e ir él mismo a por cervezas.
Y la tarea no va a ser nada fácil porque está to cerrao. La tienda de los chinos, el Mercadona… También de madrugada, ¿qué esperaba…?
Para colmo el comisario bigotudo no le dejará en paz y encenderá la puta lucecita en el cielo para que atrape a un despiadado brutencio que mata mucha gente, de manera muy salvaje y dejando unos zancochos de flipar.
Por el camino se topará con Catwoman, la Hierbas, Killer Lagartijo, visitará el Asilo Arkada, follará medio bien, le veremos el pajarito, se peleará con el Supermotivao (menudo homenaje se casca Ortiz) y pasarán muchas cosas de hacer risión, –que sí, joder, que es un puto parto–, mientras sigue la pista para atrapar al malo en tanto que, a tomar por culo de ahí, la Wonder Woman se pasa tol día en su isla con las amazonas rechupeteándose el coño entre ellas.
Álvaro Ortiz no se olvida nada de lo que ha ocurrido durante el confinamiento y mete bien metidas (que es como hay que meter) cosas como el precio de las mascarillas, la “policía del balcón”, la cosa esa de Netflix que aún no he visto (Tiger King), la obsesión por hacer el pan, el test de Bedchel (sí, esto no es muy de la cuarentena, pero tiene su gracia la forma en la que está encajada)…
Y todo esto sazonado con un habla muy de la calle, muchos “mecagoentodo”, “joderhostiacoñoya” y ricas expresiones populares que hacen que la lectura sea desenfadada, rápida, ocurrente y que se haga siempre con una sonrisa que no desaparece con el paso de las páginas y perdura al acabar esta pequeña gran obra que alguien de la categoría del murciélago se merecía. ¡Coño ya!
En cuanto al dibujo, bueno… Muy elaborado no es, pero también tiene su aquel e incluso su gracia. Está impreso en dos tintas (azul y gris o azul oscuro y azul claro, no lo sé ya…) y con páginas compuestas de viñetas 4×4 en su mayoría.
El murciélago sale a por birras entretiene de la hostia (qué sí, joder, soy cansino pero con fundamento), es un digno complemento a las historias de Frank Miller y además, en el caso de que no te guste, está tirado de precio.
¿Te vas a quedar sin saber si Batman consigue churrar? Vamos, no me jodas…