Lo confieso: me he dejado llevar por la frase promocional de la faja de un libro. Parezco nueva, pero «La novela que animó a Stephen King a convertirse en escritor» me resultó de lo más sugerente. No sé de dónde se han sacado tal afirmación, si lo menciona en Mientras escribo (obra autobiográfica en la que cuenta su evolución literaria), en alguna entrevista o simplemente es eso: un gancho publicitario. El caso es que ha sido esa frase la que ha picado mi curiosidad para leer El otro, de Thomas Tryon, aunque no da ninguna pista clara de lo que nos vamos a encontrar.
En una reseña de hace poco hablé de que los niños se han convertido en un recurso habitual dentro del género del terror. Y si hay otro elemento que se suele vincular con este es el de los gemelos, sobre todo el del gemelo bueno y el gemelo malo. El famoso doppelgänger de las leyendas nórdicas y germánicas. En El otro, unos gemelos son los protagonistas: dos niños de trece años que, a pesar de su semejanza física, no tienen nada que ver.
Por un lado, tenemos a Niles, el gemelo amable al que adora todo el mundo, y por otro, a Holland, hermético y distante. Crecen uno al lado del otro, pero no unidos: Hollland se retira una y otra vez y Niles lo persigue, en busca de estrechar ese lazo fraternal, deseoso de conseguir su amistad, su reconocimiento. Lo que sí comparten son unas habilidades psíquicas heredadas de Ada, su abuela rusa. Y lo que empieza como un juego desemboca en una sucesión de desgracias en su propia familia y en el pueblo entero.
El otro es una novela que se fragua a base de conversaciones entre los habitantes de un bucólico pueblo de Nueva Inglaterra en 1931. A pesar de que los diálogos suelen aligerar la narración, en el caso de El otro, a mí me resultaron lentos, lo que impidió que llegara a engancharme a la historia. No obstante, es un ritmo buscado, que pretende mantenernos en vilo hasta que todo cobra sentido. O no. Porque, además de los niños y el doppelgänger, Thomas Tryon maneja otro de los elementos recurrentes en el género, como es el de dejarnos con la duda de si los hechos que se relatan suceden en realidad o son solo la percepción de un demente. La confusión es constante, pero ese es el juego al que nos invita Thomas Tryon: sugiere entre líneas, deja pequeñas pistas aquí y allá, así como si nada. Hasta que, de golpe, el narrador nos interpela directamente para aclarar algunas cosas y, así, le da una vuelta de tuerca a la trama.
Quienes sean lectores habituales de terror psicológico, quizá no se sorprendan con ninguno de los giros de El otro, pero es importante que tengan en cuenta que esta novela se publicó por primera vez en 1971, por lo que, más que explotar los tópicos del terror, fue una de las primeras en combinarlos tal y como hoy estamos acostumbrados a verlos. Ese es su gran valor y, quizá por eso, fue referente de King y de tantos otros maestros del género.