Las novelas juveniles han cambiado mucho en lo que llevo en esto de las reseñas. Durante una época nos invadieron aquellas que tenían en su interior una historia de amor entre un ser fantástico y un ser humano. Y digo invadieron porque no había más que echar un vistazo a las librerías, a la sección juvenil concretamente, para ver que se había abierto la veda para todas aquellas historias que no hacía tanto pasaban desapercibidas. Más tarde, cuando ya parecía que todo estaba dicho, llegaron las historias que nos contaban una nueva realidad, en una época futura, donde las catástrofes y la extinción de la raza humana era una evidencia. Es ahora, en la actualidad, cuando los argumentos empiezan a dar una vuelta de tuerca y, aunque arrimadas a la ciencia ficción, son las historias para adolescentes más reales las que hacen acto de presencia. El piso mil ha sido comparada – en su solapa al menos – con las historias de Gossip Girl y, aunque algo de ese halo elitista haga acto de presencia, personalmente me parece diferente por una cuestión: será que no estoy muy metido en el mundo de la literatura juvenil pero pocas veces he leído historias tan reales y a la par tan duras para un público del que siempre se dice que leen historias vacías, llenas de poco interés, devaluándolas sin razón o, me temo, por simple desconocimiento. ¿Será que los tiempos en la literatura juvenil están cambiando o que, al menos en mi círculo, nos hemos vuelto menos quisquillosos?
Año 2118. En el skyline de Nueva York se alza una torre donde las plantas superiores están habitadas por los ricos y las inferiores por los pobres. Los secretos de lo que encierran sus habitantes están a punto de estallar cuando una chica caiga desde el último piso, haciendo que lo que parecía perfecto salte por los aires.
Lo primero que hay que decir de El piso mil es que hay que leerlo sin prejuicio alguno. Parece una obviedad y que eso es lo que debiera hacerse en cualquier lectura que nos llevemos a las manos, pero todos sabemos que no es cierto. Lo que nos propone Katharine McGee puede parecer simple: sacar a la luz los trapos sucios de sus personajes. Lo que no suele decirse es que hacerlo, en este tipo de libros, es casi un laberinto donde es muy fácil perderse y donde caer en errores de base. En esta novela no es así. Sorprendido por el inicio, concretamente por un dato que se da en los primeros pasos que damos a la hora de conocer a la protagonista principal, seguí leyendo y entendiendo que lo que estaba descubriendo no era una simple historia sino todo un mundo creado para que los lectores disfruten. En eso se resume todo al fin y al cabo: en poner la carne en el asador, en saber cómo cocinarla, y que después seamos nosotros los que pongamos la nota decisiva a una obra. ¿Es la mejor novela para adolescentes que se publicará este año? Esas palabras, que he leído por las redes, quizás me parezcan excesivas. No soy quien dice que una novela es lo mejor que se ha leído hasta que un año ha tocado a su fin, pero lo que sí puedo decir es que ha sido de las más entretenidas que he tenido la suerte – y en ocasiones la desdicha – de leer.
Katharine McGee teje muchos hilos, los zarandea, los revuelve, y a medida que vamos leyendo El piso mil observaremos una especie de caleidoscopio donde todo se relaciona y donde las palabras, los silencios, los secretos, la familia, los amigos, no es lo que parece. Al fin y al cabo, siempre se ha dicho que valemos más por lo que callamos que por lo que decimos. Y además, la inclusión de todo esto en un mundo de ciencia ficción se realiza con la naturalidad suficiente como para que no nos parezca absurdo lo que estamos leyendo. Y es que para mí ese es uno de los puntos flacos que suelen tener este tipo de historias: la parte del género que acaba convirtiéndose en el lastre que no hace que entremos en la lectura y nos haga abandonarla. Una lectura, por tanto, más tendente a la tranquilidad que a la acción pura y dura donde lo importante no es una explosión o la carrera por salvar una vida, sino lo que guardamos en nuestro interior que pugna por salir, por estallar y por hacer que todo lo que creíamos cierto salte por los aires. Aquí nadie se salva y es muy posible que nosotros, como lectores, tampoco.