Dicen que solemos escapar al campo o a la montaña para compensar el exceso de ruido cotidiano, esa ansiedad que nos generan las calles. Sin embargo, también es cierto que tres o cuatro días después de irnos, o incluso menos, muchos de nosotros estamos deseando volver a nuestro caos cotidiano, a escuchar las sirenas de policía pasando bajo nuestra ventana, el claxon nervioso de cientos de coches en la avenida. Porque a muchos de nosotros, como nos pasa con la ciudad, el vacío nos asfixia y el silencio también nos da dolor de cabeza.
Como puede usted ver, empiezo esta reseña con una reflexión a la altura de las tertulias de las mañanas de la tele, y aunque todo es fruto del sopor que me provoca este horrible confinamiento, le diré que la chorrada me va a servir para darle a usted una primera idea sobre este libro: porque si Faulkner fuera Times Square, con su caos, su ruido, sus luces y su explosión de civilización y todo eso, Kjell Askildsen y los cuentos que Nórdica nos trae cada cierto tiempo sobre este autor, son el puto desierto del Serengeti. ¡Ah! Y ambos son deportes extremos. Y ninguno es apto para seres de corazón frágil y maleable voluntad. Uno, excesivo. El otro, lacónico. Aquel, profundo. Este, sencillo (pero no minimalista, ¿estamos?). Los dos, en definitiva, únicos. Y difíciles. Y ocultos. Y sombríos. Y desconcertantes. Debe quedar claro, no obstante, que no estoy aquí para comparar a William Faulkner con Kjell Askildsen, ya que ni se parecen en nada, ni este es el objetivo de esta reseña. Kjell Askildsen solo se parece a sí mismo y su única afinidad con Faulkner quizá sea esa. Askildsen tampoco es Carver ni tampoco es Hemingway ni tampoco es la madre que lo parió. Askildsen es Askildsen y no tiene comparación.
Aclarado esto, debo decir que El precio de la amistad es un recopilatorio muy breve que contiene doce nuevos cuentos (en total no son más de 90 páginas) de este fantástico escritor noruego, uno de los más grandes cuentistas de la actualidad. Parece ser que son relatos escritos entre 1998 y 2004 y que dan cierta continuidad a los que la editorial Nórdica ya había publicado unos años antes bajo el título No soy así, correspondientes a un período creativo más largo e inmediatamente anterior, los años que iban de 1953 a 1996.
En estas nuevas y brevísimas historias, el gran cuentista vuelve a desplegar lo mejor de su estilo (que importante es esta palabra cuando de Literatura en mayúsculas se trata) para atraparnos y desconcertarnos como si de una bebida extraña se tratara. Porque en el “desierto de Askildsen” nadie tiene claro absolutamente nada. Aquí todo es vacío y aparente quietud, todo es soledad. Askildsen es silencio. Y vejez, y muerte. Y desamor. Y mucho, mucho tedio. Los cuentos de Askildsen nos presentan a un personaje principal (o quizá dos) esquematizado al máximo y que se encuentra sentado frente a una taza de café. Suele ser alguien que está comiendo con un amigo al que llevaba tiempo sin ver o con su propia esposa, y ambos suelen charlar. O al menos disimulan, porque en realidad se están matando mientras apuran la cerveza. También hay tipos que miran por la ventana de su cuarto y otros que acuden a citas, a ver a su padre enfermo, a entierros o que salen a comprar tabaco o a pasear… Todos ellos están siempre a punto de estallar en pedazos, de revelarnos algo terrible. El rencor del pasado o la imposibilidad de la comunicación. La infelicidad o el desencanto de la vida. El horror de lo que está por venir. El aburrimiento, la falta de experiencias vitales extraordinarias. Pero en Askildsen, los porqués, los cómo o los cuándos son una mera ilusión, una especie de destello de luz que enseguida se apaga y nos deja cegados, atolondrados, ya que siempre están inferidos. Los cuentos de Askildsen son hijos de una Gran Elipsis Misteriosa y Suprema que todo lo explica y que suele ser la propia vida, tan indescifrable ella. Los cuentos de Askildsen son droga sin cortar. 100% pura y sin aditivos.
Con estos alimentos, la sensación que uno tiene al terminar cualquiera de los relatos del genio noruego es que no ha entendido absolutamente nada, aunque algo horrible se perciba siempre. Después de leer El precio de la amistad, ya no sabe uno si es mejor cortarse las venas, o dejárselas largas. Estamos hablando de esa clase de desconcierto. De ese tedio. Este es el tipo de horror que asoma y esta es la mejor forma de escribir cuentos. Por tanto, cuando lea relatos breves, yo le diría que memorice y recuerde usted esta lista de Reyes Godos:
Elipsis.
Concisión.
Tensión.
Desconcierto.
ASKILDSEN.
Porque todo lo demás, es puro cuento. Y porque en este asunto, Askildsen sigue siendo El Rey.