Siempre he creído que los libros ilustrados eran para los coleccionistas, para los adictos a las ediciones muy elaboradas y cuidadas hasta el último detalle. Ahora me doy cuenta de que quizás no sea así. Es un privilegio poder leer un libro de un profesional que es artista y escritor al mismo tiempo y que cuida maravillosamente su obra para dedicársela a todos sus lectores. Es una forma de mostrar que en la literatura también pueden caber otras formas artísticas, como es la pintura, en este caso.
No sé qué fue lo primero que me llamó la atención de este cuento, aunque quizás fue su cubierta, tan cuidada y colorida. O quizás su sinopsis. Un príncipe que se encuentra junto a su sirviente frente a un pueblo cuyos habitantes llevan dormidos durante más de cien años. ¿A qué os suena esta historia?
Sí, la principal inspiración de Rébecca Dautremer para este cuento está en La Bella Durmiente (aunque también puede evocar, en ocasiones, al famoso El flautista de Hamelín). Sin embargo, al pasar cada una de las hojas de este libro, me di cuenta de que, entre estas obras, se encuentran más diferencias que similitudes entre ambas. Aunque en esta nos topamos igualmente con un encantamiento, un beso de amor verdadero y un príncipe, también descubrimos muchas otras referencias a la cultura popular. Esto me lleva a otro de los prejuicios que muchos tienen (y que yo misma tenía) con los libros ilustrados: que son solo para niños. Todos aquellos que piensen eso, se deberían dar cuenta de que están totalmente equivocados.
Además de que este tipo de cuentos e ilustraciones nos traslada a nuestra infancia, para soñar como cuando éramos pequeños, también nos hace darnos cuenta de que esconden muchas más cosas que un niño no es capaz de ver. En el caso de El pueblo durmiente, nos encontramos con varias referencias a la cultura popular francesa, pues las ilustraciones de este libro recuerdan a los tiempos de Toulouse-Lautrec y al barrio de Montmartre. El barrio, más conocido por alojar el Moulin Rouge y la Basílica del Sacré Coeur, era a finales del siglo XIX y a principios del siglo XX, el rincón de los mejores artistas de la ciudad, así como de la vida bohemia y alegre de los parisinos. Esas preciosas y típicas cafeterías que contaban y siguen contando, a pesar del paso de los años, historias por sí mismas. De esta forma, en este libro nos encontramos con algunos de esos hombres y algunas de esas mujeres que vivían ese estilo bohemio, con las ropas y los sombreros típicos, rodeados de la belleza de la música.
Todo esto, relatado y plasmado en una edición brillante, en tapa dura y de dimensiones enormes, es una gozada de leer. Además, es posible leerlo en menos de media hora, por su brevedad y la belleza de cada una de sus páginas. Da pena tener que “destrozar” el libro y arrancar algunas de sus páginas para enmarcarlas en casa, pero me ha dado tantas ganas… Sobre todo de la sensación que me produce mirarlas y recordar todo lo que significa París para mí, así como las historias mágicas como la que se encuentra en este cuento.
Tras la lectura de El pueblo durmiente, me encuentro más soñadora que nunca. Este libro no solo me ha transportado a las calles de París, concretamente al barrio de Montmartre, uno de mis rincones favoritos de lo que he visitado de Europa, sino que también me ha hecho soñar con las historias con finales felices. Esas historias increíbles en las que el príncipe (aunque también estaría bien introducir alguna princesa que salve al príncipe, para variar) conseguía arreglarlo todo solo con beso de amor verdadero. Qué inocente era en aquella época y qué feliz al mismo tiempo. Siempre es agradable recordar aquellos tiempos en los que pensábamos que no había problema imposible de solucionar y que no había finales infelices en la vida.
Los libros ilustrados me encantan, soy muy fan de esas ediciones y es que una buena ilustración mejora una gran historia.
Este ya es mío!!
Un beso.
Estoy de acuerdo, Yolanda. En este caso, la mejora con creces. ¡¡Que lo disfrutes mucho!!