Desde siempre, el ser humano ha temido a los locos, a los que ha demonizado y recluido para no contagiarse de su delirios. Pero ¿qué es la locura?, ¿cómo detectar a los que la sufren? Si recurrimos a un diccionario, la primera acepción que aparece es la que la define como un trastorno patológico de las facultades mentales. Bien, según ese criterio, la mayoría podemos considerarnos cuerdos. Sin embargo, si continuamos leyendo, la segunda acepción dice que es toda acción imprudente, insensata o poco razonable que realiza una persona de forma irreflexiva o temeraria. ¡Oh, no! Entonces, ¿queda alguien que no haya caído alguna vez en las redes de la locura?
Dilucidar quién está loco y quién cuerdo es, para mí, el tema central de Elvira, la segunda novela de Rubén Angulo Alba. El protagonista de la historia, un anodino funcionario de un centro psiquiátrico, despierta sepultado bajo unos palés en el sótano del edificio. Incapaz de liberarse de la carga —en sentido literal y figurado—, inicia un monólogo interior para averiguar quién le ha tendido esa trampa y qué acontecimientos le han llevado a esa situación. A través de ese soliloquio y de los recuerdos evocados, el protagonista, de nombre desconocido, se plantea quiénes están más locos en ese psiquiátrico: ¿los enfermos o los trabajadores? No descarta ser él el mayor loco o, quizá, el único cuerdo.
¿Y quién es Elvira? Esa es otra de las incógnitas de la novela. El protagonista nos habla de ella, describiéndola de una forma para, a continuación, desdecirse palabra por palabra. Es tarea del lector escoger y unir las pistas que se va encontrando, aunque, por mucho que se empeñe, el final abierto y sugerente desmontará sus teorías.
El acoso laboral, el amor obsesivo, la cólera, el miedo, la culpa, la angustia… son algunos de los temas recurrentes en la introspección del protagonista y, en el fondo, todo acaba siendo lo mismo, porque ¿no son estos sentimientos extremos, y los actos que derivan de ellos, distintas caras de la locura? Me ha sido inevitable empatizar con él, sentir su dolor, sus dudas, el ambiente asfixiante en el que está atrapado, tanto en ese momento, bajo los palés, como en su rutinaria existencia, donde es ninguneado.
No es aconsejable desvelar demasiado sobre la trama de Elvira, ya que son solo 108 páginas y es mejor dejarse llevar por las idas y venidas del discurso del protagonista. Su autor nos advierte desde el principio que hay parte de realidad y de fantasía en esta historia, y eso lo vuelve todo más desconcertante. ¿O es una más de las confusiones en las que quiere que caigamos para que en ningún momento tengamos certezas sobre lo que nos cuenta?
Es innegable la riqueza léxica de Rubén Angulo Alba, pero los vaivenes entre cultismos y vulgarismos del monólogo de su protagonista me han chirriado en algunas ocasiones, aunque evidentemente es un cambio de registro premeditado, que incide en el tono sarcástico que destila toda la novela. Elvira es una historia de contradicciones, como su narración, sus personajes y nosotros mismos, aunque no siempre estemos dispuestos a reconocerlo, no vaya a ser que nos tomen por irracionales, por pobres locos. Sus 108 páginas dan para varias lecturas, en las que es posible montar el puzle de distintas formas, aunque siempre nos quedarán huecos vacíos que, quizá, solo nuestra locura podrá rellenar.
@EstherMagar