En Grand Central Station me senté y lloré

En Grand Central Station me senté y lloré, de Elizabeth Smart

En Grand Central Station me senté y lloré

Un libro, situado a medio camino entre la novela y la poesía, que narra a través de imágenes de gran intensidad y belleza una historia de amor poco convencional.

Con sólo leerlo sobre la portada, el título de En Grand Central Station me senté y lloré comenzó a sugerirme una historia.  Quizá fuera por el poder evocador de las estaciones de tren, el caso es que imaginé a una persona que, sentada en un banco tras despedir a alguien, o tras esperar largamente a quien nunca llegó, deja correr sus lágrimas incapaz de contener la emoción. Más que imaginar esa historia, la vi.  Y eso es lo que contiene este libro, situado a medio camino entre la poesía y la novela; imágenes de una intensidad y una belleza fuera de lo común.

Se suele decir que una imagen vale más que mil palabras, y quizá la única manera de expresar sentimientos tan profundos y apasionados como los que vivió y reflejó en este libro Elizabeth Smart sea emplear imágenes, aunque sean imágenes formadas por palabras.

Cada una de las diez partes en que se divide En Grand Central Station me senté y lloré es como una imagen aislada; diez instantáneas tomadas en distintos momentos de la relación de Elizabeth Smart con el poeta George Barker.  Y aunque estas imágenes, casi abstractas en ocasiones, transmiten con viveza los sentimientos de su autora, el relato de su relación con Barker apenas se puede seguir en el texto.  Así que, si no les importa, convertiré por un tiempo esta reseña en una revista del corazón y se la contaré.

Elizabeth Smart, escritora y poetisa precoz, nació en 1913 en el seno de una de las familias más destacadas e influyentes de Ottawa.  En 1937, con tan sólo veinticuatro años, leyó un libro del poeta inglés George Barker e inmediatamente se enamoró de sus versos y de paso, sin siquiera conocerle, de él.  Hizo todo lo posible por encontrarse con él, a pesar de que sabía que estaba casado, y finalmente se las ingenió para conseguir, a principios de los años cuarenta, que Barker visitara junto con su esposa la colonia de escritores en la que Elizabeth vivía en California.

Allí mismo comenzó un apasionado y tormentoso romance plagado de encuentros y separaciones; la primera de ellas cuando cuando Elizabeth se quedó embarazada en 1941 y tuvo que volver a su casa en Canadá.  Sus padres no comprendieron sus sentimientos y emplearon sus influencias para impedir que Barker pudiera entrar en el país, acusándole de “conducta inmoral”.  Pero Elizabeth no estaba dispuesta a darse por vencida y, en plena guerra, siguió a su amado hasta Inglaterra, donde continuaron su particular relación durante años, sin que Barker terminara nunca de decidirse entre su mujer y Elizabeth, una indecisión que no le impidió tener otros tres hijos con ella.  De hecho, el pobre George tuvo hasta quince hijos con diferentes mujeres.

Fue durante aquellos primeros años en Inglaterra cuando Elizabeth Smart escribió En Grand Central Station me senté y lloré.  Fueron tiempos duros –la guerra, los altibajos en la relación con George, el rechazo de la sociedad por su vida escandalosa– que dejaron su huella en el texto.

A pesar de los esfuerzos de la familia de la autora para que el libro no viese la luz, en los círculos literarios de Nueva York y Londres terminó por convertirse en una obra de culto.  Se volvió a publicar en 1966 y, en esta ocasión, su inmediato éxito permitió a Elizabeth Smart dedicarse por fin una carrera literaria que había comenzado a los diez años y que sus pasiones habían truncado.

Esta es la historia que hay detrás de En Grand Central Station me senté y lloré –diferente de la que había imaginado al leer el título, pero igualmente conmovedora–, pero los sentimientos cobran tal intensidad en este libro que los hechos apenas tienen importancia.  Puede incluso que la autora los dejara en un segundo plano a propósito para centrarse en aquéllos y describir un amor llevado hasta las últimas consecuencias con completa franqueza, permitiendo al lector penetrar hasta una intimidad que otros guardarían celosamente.  Y es que, cuando se ama de verdad, ¿para qué guardar secretos, de qué avergonzarse?

Todo está condensado en esas diez fotografías sacadas del álbum de Elizabeth y George: los nervios del primer encuentro; la exaltación de la felicidad, de la belleza y la juventud que no pueden desperdiciarse sin amor; la feminidad desbordada; el orgullo de sentirse amada; el dolor y la desesperación en los momentos de separación; la espera interminable; el rechazo de los demás.

Y en cada una de esas etapas, esta tormenta de emociones queda enmarcada dentro de un triángulo amoroso omnipresente, en el que la relación entre ambas mujeres –la rivalidad, la admiración, la culpa– es tan importante como las otras dos.

Elizabeth Smart tuvo el valor, en el remilgado Canadá de los años cuarenta, de elegir libremente – “Sé lo que quiero, a quién quiero.  Le escogí a él, de entre todas las cosas.  Fría y deliberadamente le elegí.  Pero la pasión no fue fría.  Me prendió fuego.  Incendió el mundo.” – y, lo que es más grave, no avergonzarse de ello, no esconderse.  El “aura del deseo satisfecho” siempre provoca la envidia de los mediocres, de los puritanos, pero ella nunca se doblegó ni hizo concesiones.

Para ella era inconcebible pensar en esconder su pasión, en amar a distancia, o en llegar a un compromiso que satisficiera a los bienpensantes.  “Negar el amor, y engañarlo mezquinamente asegurando que lo no consumado será eterno, o que el amor sublimado se eleva hasta lo celestial, es repulsivo (…) ¿acaso puedo ver la luz de una cerilla mientras estoy ardiendo en los brazos del sol?”.  La resignación es un pecado para el que no existe redención.

De hecho, a pesar de todos los reveses recibidos, el amor que sentía la hizo sentir invencible, poderosa, fecunda.  “¿Necesitáis alegría, necesitáis amor?  ¿Sois hojas empapadas en algún patio olvidado?  ¿Sufrís frío, hambre, soledad, parálisis, ceguera?  Tengo lo que queráis, a puñados, a brazadas, para todos.”  Una fecundidad capaz de alumbrar una obra tan bella y conmovedora como En Grand Central Station me senté y lloré; una joya literaria que sorprende por su plasticidad y por su pasión, pero también por el uso que Elizabeth Smart hace del lenguaje, tan rico y libre como su forma de amar.

El resultado es un texto emocionante, poético, de una sensualidad abrumadora, en la que los sentimientos se expresan a veces como un grito desgarrador y otras a través de referencias a la mitología y a la Biblia, a los clásicos, al Cantar de los cantares, a Rilke, a algunos de los poetas ingleses más relevantes de los últimos siglos, como Milton, Blake o Auden y, por supuesto, a Shakespeare –ahí está el famoso monólogo de Macbeth, del que también han bebido Javier Marías o Faulkner–.  Estas referencias no son un intento de lucimiento intelectual, ni un ejercicio de estilo; sencillamente la autora necesitó echar mano de todas las herramientas que tenía a su alcance, desde la cultura clásica hasta los anuncios de la radio, para esculpir un monumento al amor, a la valentía y a la libertad tan extraordinario e inolvidable.

Hubiera quedado bien escribir, para terminar este comentario, que leí este libro, me senté y lloré.  Pero no fue así; llorar hubiera significado no entender nada de lo que cuenta Elizabeth Smart: cuando se elige amar plenamente o se gana todo o se pierde todo, pero no hay drama.  El único drama, para ella, hubiera sido vivir a medias.

 

Javier BR
javierbr@librosyliteratura.es

 

10 comentarios en «En Grand Central Station me senté y lloré»

  1. No conocía ni el libro ni a la autora, absolutamente curiosa la vida de esta mujer en tiempos en que las mujeres, en general, no hacían locuras de este tipo.

    “…el pobre George tuvo hasta quince hijos con diferentes mujeres.” Querido Javier… siempre te recordaré por esta frase jajajaja.

    Un abrazo !

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  2. Otro libro para la lista. A este paso la que va a llorar soy yo, que no me da tiempo de leerme todas tus maravillosas recomendaciones. Pero este libro lo apunto en grandecito en mi lista, que tiene pinta de ser fantástico.
    Besotes!!!

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  3. La verdad es que fue una mujer muy valiente, como sólo saben serlo las mujeres. Y por supuesto, le hicieron pagar un alto precio por ello. Lo que no sé es si hoy hemos mejorado mucho en este aspecto.

    Siento haber puesto esa frase, un poco fuera de tono, pero necesitaba “vengarme” un poco de George Barker… no pude evitarlo.

    Gracias por tu comentario, Susana. Un abrazo.

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  4. Este es un libro muy especial, que quizá no guste a todo el mundo. Estoy convencido de que a ti te gustaría, porque eres aficionada a la poesía y “En Grand Central Station…” tiene una gran carga poética. Además de la recomendación general, te lo recomiendo expresamente (si no te gusta, podrás reclamarme responsabilidades). Además, se lee en una tarde.

    Muchas gracias por tu comentario, Margarita.

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  5. Se suele decir que una imagen vale más que mil palabras, y quizá la única manera de expresar sentimientos tan profundos y apasionados como los que vivió y reflejó en este libro Elizabeth Smart sea emplear imágenes, aunque sean imágenes formadas por palabras.

    Este fragmento tuyo es genial, qué lindo escribes! Felicitaciones por la reseña, interesantes las vidas de los personajes, dan ganas de leer el libro.

    Saludos!

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  6. Menos mal que conozco la “ligera” propensión de los argentinos a la exageración, Roberto, si no correría el riesgo de terminar creyéndome tus amables comentarios, jaja.

    La verdad es que este es uno de esos casos en los que conocer la vida del escritor añade algo a la lectura del libro.

    Gracias por tu comentario y un saludo.

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  7. Es un libro magnífico , de una intensidad poética desbordante . Lo he leído en inglés varias veces y me he sentido conmovido y admirado . Su contenido alcanza altas cotas de poesía . Los humanos pagamos un precio por vivir a la altura de los dioses y Elizabeth lo pagó . El amor tiene estas cosas .

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  8. He leido tu comentario sobre esta obra buscando reseñas sobre ella ahora que se ha traducido al catalán. Creo que es la mejor de las reseñas que he leido. Enhorabuena.

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