La buena literatura no necesita etiquetas. Las etiquetas parcelan, restringen y, con frecuencia, engañan. Decir que Alicia en el país… es un libro para niños es sugerir que un adulto no lo disfrutará tanto como ellos (cuando, como todo el mundo sabe, sucede justo al revés). Calificar, por poner otro ejemplo, de literatura policiaca las novelas de Raymond Chandler es ponerse unas orejeras de caballo que solo nos permiten ver aquello que la etiqueta quiere que veamos. Por eso, al reseñar el primer volumen de En un rayo de sol, nos anduvimos con mucho cuidado al enmarcar esta obra en el género de la ciencia ficción, al que pertenece solo de manera muy tangencial.
Sigamos con el fuera etiquetas.
Al presentaros la segunda parte de esta impresionante obra de Tillie Walden, tiene que quedar muy claro que En un rayo de sol no es, de ninguna de las maneras, una novela sobre el lesbianismo, del mismo modo que Robinson Crusoe no es una novela sobre islas desiertas ni el Quijote una apología de los molinos. De hecho, no la considero ni siquiera una novela feminista, por la sencilla razón de que en sus páginas no hay reivindicación, sino naturalidad.
Hechas esas aclaraciones sobre lo que esta novela no es, podemos entrar en materia. Como recordaréis, en el volumen anterior conocíamos a este equipo de amigas y restauradoras del patrimonio arquitectónico interestelar, nos adentrábamos en su pasado, sus peleas y sus miserias, y nos quedábamos en los umbrales de una búsqueda. En esta segunda parte, esa búsqueda toma cuerpo y comienza la aventura. Y lo hace con la misma sensibilidad y, sobre todo, el mismo derroche de creatividad que imprime a todas sus viñetas un estilo inconfundible y una belleza que nos deja pasmados. No exagero si os digo que uno podría disfrutar de este libro simplemente pasando las páginas y perdiéndose en esos contraluces, esas nubes, esos juegos de sombras, esas combinaciones de colores y esas formas que adoptan los paisajes del universo Walden. Es más, si el formato del libro fuera un poco mayor, creo que sería capaz de destriparlo y enmarcar algunas de esas páginas. Un crimen literario, sí, pero con un móvil estético.
En un rayo de sol. Segunda parte sigue siendo, ante todo, un canto a la amistad, pero la descripción psicológica de la primera parte, con los traumas personales y los secretos de sus personajes, dan paso aquí a situaciones de peligro que en ocasiones pueden recordarnos a esos libros y películas de aventuras sobre grupos de amigos que marcaron nuestra infancia (podéis observar el contraste entre las dos estupendas portadas). Las palabras bonitas están muy bien, pero, como todos hemos tenido que aprender, la verdadera amistad solo se demuestra con hechos, y esa es la prueba a la que deben someterse las amigas.
En última instancia, sin embargo, este libro nos habla de nuestra vida y de nuestra conciencia, esa tía quejicona que es capaz de pasarse años reconcomiéndonos y sin dejarnos dormir en paz. Y siempre por aquello que no llegamos a hacer. Esa palabra que no dijimos o esa llamada a la que no respondimos pueden, ¡ay!, torturarnos hasta la tumba y, a veces, la única forma de aliviar el dolor es atravesando la galaxia.
Pues eso. Un universo flotante con peces voladores en tonos pastel, pero real, cercano y cálido como el bar de la esquina. Eso es lo que viene en un rayo de sol.
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