Yo no soy una de esas niñas a las que La historia interminable les marcó la infancia, pues no leí este clásico hasta pasados los veinte años. Aun así, sucumbí a Fantasia, ese mundo extraordinario que Michael Ende nos legó, y es uno de los libros que guardo con más cariño en mi biblioteca personal.
Ahora, Michael Ende tendría ya noventa años, pero 2020 es el veinticinco aniversario de su muerte. Esto se une a que se cumplen cuarenta y uno de la publicación de La historia interminable, y diecisiete autores han decidido reunirse para homenajear al autor y a su obra más emblemática con este libro: Ende interminable.
Yo esperaba una antología de relatos inspirados en Fantasia, pero lo que primero me sorprendió de Ende interminable fue el prólogo. Lejos de ser una explicación directa de lo que iba a encontrarme en las siguientes páginas, disfruté de un maravilloso cuento de Sofía Rhei, que comienza exactamente igual que La historia interminable, pero en vez de ser Bastián quien entra en la librería, es Michael Ende. Este es el primer guiño a la obra original de este libro, que está plagado de ellos.
A través de la conversación entre los dos hombres, Rhei sí nos desvela el propósito de Ende interminable:
—En realidad la historia de la literatura ya contiene narraciones que se van generando unas a otras como si fueran los miembros de una familia extendida… Los ecos, los homenajes, las referencias.
—Y las secuelas. Qué hermoso acto de amor el de darle más aventuras a un personaje querido. Puede ser un alivio para superar la pérdida, esa tristeza insondable que a veces se produce al cerrar un libro.
La segunda sorpresa me la llevé con «Escribir hoy la utopía del mañana», una biografía de Michael Ende de cincuenta y siete páginas escrita por Héctor Martínez Sanz, que ha acabado siendo mi parte favorita de Ende interminable. En ella, nos desvela anécdotas tan curiosas como que la escena de Bastián entrando en la librería recrea, en cierta forma, cómo se conocieron los padres de Ende. Este no es el único hecho real que se refleja en su literatura y en sus personajes: el propio Bastián está inspirado en un amigo suyo que falleció siendo niño y el librero, en un amigo de sus padres. También dedica varias páginas a hablar de Momo (que protagoniza uno de los relatos de la antología), cuyo título original era Momo, o la extraña historia de los ladrones de tiempo y de la niña que devolvió el tiempo a los hombres, o a contar por qué a Ende le horrorizó la adaptación cinematográfica de La historia interminable.
La famosa fórmula «pero eso es otra historia que debe ser contada en otra ocasión» fue un recurso que utilizó Ende para desechar muchos de los pasajes que había escrito en La historia interminable, porque su extensión llegó a ser desmesurada. Muchos lectores le preguntaron cuándo contaría esas historias, y su respuesta siempre fue la misma: cada lector debía crear su propia secuela. Solo entonces La historia interminable se convertiría en una historia interminable realmente. Y justo eso es lo que han hecho los autores que se han reunido en Ende interminable: cada uno ha tomado uno de esos fragmentos inconclusos y ha relatado lo que, a su parecer, sucedió con esos habitantes de Fantasia.
«Las dos ciudades», de Bruno Puelles; «El Puente Eterno», de Javi Fernández Mata; «La canción de Enguivuck», de Covadonga González-Pola y Daniel Arriero; «Habe Keine Angst», de Gloria T. Dauden; «El Zoo de la Muerte», de Josué Ramos; «La Dama de Voz de Agua», de Marina Tena Tena; «El hada de agua», de Alba Quintas; «El gran sueño de Hýnreck el Héroe», de Gemma Solsona Asensio; «Los dibujos en la hierba», de Juan Manuel Pérez Nieto; «Sabiduría triangular», de Alister Mairon; «La balada de Ayane, la piel verde», de Aranzazu Serrano; «Aunque no tuviera ojos», de Sonia Montiel; «Canción secreta», de Álvaro G. Escudero; «La historia de los tres caballeros», de Elisabeth Zorita y «Las Aguas de la Vida», de Cristina del Toro, son los dieciséis relatos que componen Ende interminable, y seguro que quien haya leído recientemente La historia interminable, o releído varias veces a lo largo de su vida, reconocerá los personajes, lugares y hechos a los que hacen referencia.
No puedo olvidarme de Diego Bartolomé, el ilustrador, que hace ganar enteros a la edición de Ende interminable, si bien ciertos aspectos de la corrección y la maquetación (puntos abandonados a principio de una frase, por ejemplo) la desmejoran, una lástima, porque en conjunto es una preciosidad.
En mi opinión, Ende interminable se disfruta mucho más si se tiene un recuerdo vívido de la obra original, y es una lectura indispensable para los fans de Ende. En el veinticinco aniversario de su muerte, es un homenaje más que merecido, pues no me cabe duda de que ha sido uno de los autores que más lectores y escritores ha creado en la historia de la literatura. Pero eso es otra historia que debe ser contada en otra ocasión.
Me lo llevo sin dudar.
Que lo disfrutes. 🙂