Es un decir, de Jenn Díaz
Lo dijo Miguel Delibes, que un pueblo sin literatura era un pueblo mudo, y aquí nadie pierde la voz sino es para emocionarse, y lo hacemos, con creces, con la sabiduría que dan los años, las arrugas que teje el tiempo en nuestros cuerpos. Y es que creamos espacios, pequeñas cárceles, donde las letras campan a sus anchas, como un paisaje de los que tan bien describía el escritor vallisoletano, dibujando para nosotros las escarpadas rutas que el alma vence, que el corazón señala, que nuestros dedos intentan acariciar. Jenn Díaz nos advierte que ya estamos de camino, que vamos caminando por esta tierra, por los campos que se convierten en la nada, que las piedras del sendero ruedan a pesar nuestro, no con nosotros, que los días pasan, que la vida sigue, y que no mira atrás para colmarnos de la gratitud que nosotros podemos poner en nuestros actos. Porque la vida es ese silencio que se cuela entre las conversaciones, es ese decir sin haber dicho nada, es ese rumor que llega bajito, en otro volumen, y que tenemos que descifrar a través de las pistas, como si fuéramos detectives que investigan el caso más grande jamás contado. Así es como se vive esa literatura, este libro, como si fuéramos espías de una vida que se guarda en una caja, que se intenta escapar entre los pliegues del escenario, entre las bambalinas de la función principal. Porque esto no es un libro, esto es la vida misma, y junto con la muerte, sólo nos queda cerrar los ojos, suspirar, y meternos de lleno en él, en ella, en todo lo que nos es contado.
Mariela es huérfana, mejor medio huérfana. En su decimoprimer cumpleaños, su padre es asesinado. Comenzará entonces un diálogo consigo misma sobre lo inexorable del tiempo, sobre la familia, sobre ella misma, convirtiendo a esta pequeña niña en una señorita de las de antes, de las que se espera todo, sin haberlo pretendido.
Que sí, que yo lo entiendo, que vivir es un regalo, que el simple hecho de existir convierte los minutos en pequeños tesoros que se guardan en un cajón, atesorados como las canicas que siempre se pierden. Es un decir no es una historia, es esa clase de lecturas que nos transportan a una ciudad, a una vida, a una época, que será diferente, que no será la que nos ha tocado vivir, pero que a pesar de ello, cuando cerramos los ojos, podemos imaginarnos a la perfección recorriendo las habitaciones que guardan en su interior los secretos que jamás se cuentan, las imaginaciones de una niña que crece deprisa, que crece sin frenos, que tiene la obligación de sobrevivir cuando en un mundo nadie sobrevivía, porque en el fondo todos somos supervivientes, personas que intentan alargar la vida entre caricias y susurros, entre estaciones de paso y hogares que guardan infiernos, pequeños infiernos que se convierten en el día a día. Jenn Díaz es una de esas artistas que, con un pequeño matiz, revelan la penetrante razón por la que el alma es capaz de esconderse, es capaz de huir rápido, como si el diablo le siguiera, en un juego de ser el más fuerte aunque en nuestro interior estemos rotos, desechos, partidos en trozos pequeños, para después no poder recomponernos. Y así conocemos a Mariela, que es una luchadora, pero también está perdida en un mundo donde los adultos, esos extraños que juegan a ser siempre los mismos, no son los mejores compañeros de viaje.
La vida aplasta, la vida extenúa, la vida pesa como las losas que se consumen allá en los cementerios, en la lejanía, en las miradas de reojo al pasar por una calle que nos recuerda lo que no quisimos vivir. Es un decir, en esos huecos que se dejan entre líneas, vive para que lo respiremos, para que los lectores nos emocionemos, nos abracemos a nosotros mismos, impidiendo al frío que entre por cualquier resquicio. Y Jenn Díaz, como esas lágrimas que se escapan furtivas, que recorren la mejilla y llegan con sabor salado a nuestros labios, se cuela en un hueco pequeño, lo agranda, y se instala en el cuerpo para no abandonarnos, para pegarnos su historia entre los pulmones, en el hueco que al respirar se acaricia y nos permite vivir, en esa sensación de que hay algo distinto que acabamos de conocer, que acabamos de comprender, y es que la literatura nos da una voz que nadie puede quitarnos, y eso, ella, esta chica que sonríe siempre a la cámara, lo conoce tan bien, tan adentro, y nos lo hace sentir, que sería irreprochable perdernos esta oportunidad. Porque en vivir se nos va la vida y, en ocasiones, son las lecturas como esta la que le da un sentido.