El 8 de septiembre de 1936, menos de dos meses después de que el ejército comandado por Francisco Franco se sublevase contra el Gobierno republicano, Dolores Ibárruri, dirigente comunista conocida popularmente como Pasionaria, dio un discurso en el Velódromo de Invierno de París ante una gran multitud. Además de la frase que cogió prestada a Emiliano Zapata, esa que tantas veces se ha asociado al Che Guevara y que habla de la preferencia por una muerte defendiendo tus ideales antes que por una vida sometido, la histórica líder lanzó una premonitoria advertencia a los pueblos a los que pedía ayuda para combatir al fascismo: «Hoy somos nosotros; pero si se deja que el pueblo español sea aplastado, seréis vosotros, será toda Europa la que se verá obligada a hacer frente a la agresión y a la guerra». Ojalá las grandes democracias, como la estadounidense, hubiesen tenido la misma vista que algunos de sus ciudadanos. Porque, como cuenta España en el corazón, hubo hombres y mujeres que hicieron lo posible por impedir el triunfo del horror fuera de sus fronteras. Y aunque es de sobra conocido que no lo consiguieron, es de recibo que su solidaridad no caiga en el olvido.
La obra de Adam Hochschild, publicada por primera vez en España por Malpaso, se centra en los voluntarios estadounidenses que se unieron a las Brigadas Internacionales durante la guerra civil española, en concreto a la XV, conocida popularmente como la Brigada Lincoln. Como explica el autor, la mayor parte de estos hombres estaban vinculados al comunismo, eran muy jóvenes y de clase media; un grupo conformado en su mayor parte por soldados tan apasionados como inexpertos, que difícilmente podían competir contra un ejército tan curtido y apoyado internacionalmente como el del bando nacional.
La narración es profundamente absorbente y la clave de ello se encuentra en que, a pesar de que Hochschild da mucho espacio al relato cronológico de los acontecimientos, el foco siempre está sobre las personas. Personas como Bob Merriman, un joven profesor universitario que, tiempo después de abandonar California junto a su esposa Marion para abrazar la Rusia comunista, decidió acudir a España para combatir el golpe de Estado, llegando a ser nombrado comandante del Batallón Lincoln. También se da espacio a los corresponsales, cuyo papel fue fundamental para acercar la barbarie a sus pueblos y para tratar de influir en sus dirigentes. Algunos de ellos son sobradamente conocidos, como George Orwell, que llegó a combatir por la República hasta que cayó gravemente herido por un disparo en la garganta, o Ernest Hemingway, al que los testimonios y las anécdotas que recoge el libro no dejan demasiado bien parado.
Y es que el trabajo de investigación y de documentación que hizo Hoschild para elaborar este trabajo es impresionante. A través de artículos y publicaciones anteriores, pero también de numerosos testimonios, páginas de diarios, crónicas periodísticas, registros militares y otros documentos se construye una visión del conflicto desde un prisma muy concreto: el de un numeroso grupo de estadounidenses que estuvieron dispuestos a arriesgar, y en muchos casos, a entregar sus vidas, para frenar el avance del fascismo.
El mismo día en que acabé de leer España en el corazón vi a Eduardo Inda por televisión, en horario de máxima audiencia, refiriéndose reiteradamente a la Guerra Civil como un conflicto «entre malos y malos». Unos días más tarde, en una entrevista en Intereconomía a Juan Carlos Monedero, una de las periodistas le recriminó su defensa de la Ley de Memoria Histórica «porque muertos hubo en los dos bandos». Cuando el politólogo le rebatió que no podía hablarse de dos bandos iguales, porque uno había protagonizado un golpe de Estado contra un gobierno legítimo y el otro había tratado de sofocar el ataque, la entrevistadora lo contrarrestó indicando que «en el Madrid de antes del golpe se perseguía a la gente y se le sacaba de sus casas por algo tan sencillo como su religión». De estas dos intervenciones saqué un par de cosas en claro: la primera, que en España, a diferencia de en otros países de nuestro entorno, sigue saliendo muy barato justificar la dictadura. La segunda, que libros como el de Adam Hochschild tienen que seguir reeditándose año tras año, aunque parezca que ya no se puede contar nada más de esta guerra. No solo porque, como demuestra el periodista e historiador neoyorquino, se puede con creces, sino también para impedir que la impunidad de la que gozan algunos “periodistas” para reescribir la historia a sus anchas semana tras semana les permita desdibujar lo que realmente ocurrió en nuestro país hace poco más de ochenta años.