Reseña del libro “Gideon la Novena”, de Tamsyn Muir
“En el año miriádico de nuestro Señor, ¡el diezmilésimo año del Rey Imperecedero, del bondadoso Príncipe de la Muerte!, Gideon Nav guardó en el equipaje la espada, los zapatos y las revistas guarras y acto seguido se fugó de la Novena Casa.” Así empieza Gideon la Novena de la autora neozelandesa Tamsyn Muir. Una frase que consta de dos partes muy distinguibles. Por un lado tenemos esa primera parte, pomposa, rimbombante y críptica, que podría pertenecer a cualquiera de todas esas novelas de fantasía que existen o están por existir. Y luego está el primer atisbo que tenemos de la protagonista: lenguaje llano y directo, incluso socarrón. Esto, sumado a la maravillosa portada del libro editado por Nova en la que una guerrera, con un maquillaje que parece sacado de la festividad mejicana del Día de los Muertos, empuña una espada mientras a su alrededor un puñado de esqueletos se deshacen, consigue que quieras conocer a Gideon. Que lleve puestas unas gafas de sol modelo aviador consigue que quieras ser ella. La dualidad de esa primera frase es también un aperitivo de la relación que Gideon mantendrá con Harrowhark Nonagesimus.
Describir de qué va Gideon la Novena puede ser algo complejo debido a su elaborada mezcla de géneros. Es casi como explicar una receta de cocina fusión. Pero podríamos empezar por los ingredientes: un sistema solar que parece ubicado miles de millones de años en un futuro distante y con pasado apocalíptico, una Casa (llamémoslo reino) en cada planeta, dos elegidos en cada Casa y una prueba para alcanzar la lictoridad: un poder supremo de la hostia que además otorga la inmortalidad. Ya tenemos lo principal, pero, ¡ojo!, porque se irán añadiendo aderezos. Así que Gideon terminará embarcándose junto a Harrowhark, la nigromante de la Novena Casa, en las pruebas que tendrán lugar en la Primera Casa. La cuestión es que Gideon lo hace en contra de su voluntad y esto, en un principio, hará que en la relación con la nigromante haya ciertas tiranteces. Una relación repleta de altibajos, de momentos que te arrancarán una sonrisa, de situaciones tensas así como otras llenas de ternura que acaban convirtiendo a la pareja de caballera y nigromante en inolvidable. Y es que mientras Harrowhark es más taimada, cerebral y ambiciosa, Gideon es inmadura, todo corazón (aunque se esconda tras una pose de tipa dura e impávida) además de una vacilona de cuidado. Así que, mientras todos los personajes hablan con palabrejas grandilocuentes Gideon es más de soltar un joder en el momento menos oportuno, contar un chiste que rebajará la tensión o formular una frase que resultará ser un easter egg de la cultura pop de internet.
Tras unas pocas páginas en las que Tamsyn Muir nos ofrece un somero vistazo a borde de naves espaciales, y a ritmo de space opera, de ese sistema solar denominado Dominicus, la fantasía hace su acto de aparición. A través de la ignorante mirada de Gideon (recordemos que ella está en esto de rebote) los ignorantes lectores vamos descubriendo cómo funciona la nigromancia, las pruebas a las que deberán enfrentarse y otros entresijos. La magia descrita por Tamsyn Muir es original, con base en la nigromancia utilizada en cualquier libro de fantasía, pero con diferentes disciplinas que llevan a la alteración y dominio de la carne, los huesos o incluso el alma. A pesar de las explicaciones y del glosario, restarán algunos puntos ciegos en el desarrollo que en el futuro (sobre todo en la resolución de uno de los misterios) generarán ciertas inconsistencias y algún que otro deus ex machina disfrazado de burda argucia.
Así pues, ya tenemos un poco del género de capa y espada al cual se le añadirá exploración de mazmorras (un mashup entre un room escape y The Legend of Zelda) para conseguir ciertas llaves y así pasar de fase. Pero nuestras protagonistas no son las únicas en busca de tan deseada lictoridad. Ocho Casas más pugnarán por sacar adelante las pruebas. El primer encuentro entre todas las Casas es caótico, un baile de nombres, de apodos, de la función que ejerce cada personaje o de la Casa a la cual pertenece que te obliga a volver una y otra vez al dramatis personae. Personajes memorables en algunos casos (atentos a Isaac y Jeannemary) y simple carne de cañón en otros. Por suerte, en escenas posteriores de similar índole, la autora es más precisa y donde hubo caos termina habiendo cierta armonía. Con tanta gente en el meollo empezarán los roces, saltarán las chipas y se sucederán enfrentamientos que en algunos momentos desembocarán en combates con espadas roperas al más puro estilo de Los tres Mosqueteros.
En Gideon la Novena Tamsyn Muir consigue una transición entre géneros tan ágil como delicada. Con todo, una vez llega a uno, no lo abandona, simplemente se yuxtaponen como las capas de una cebolla. Por ese motivo, cuando estamos enfrascados en la lectura, cuando volamos sobre las páginas, casi sin darnos cuenta (o quizá tras el tercer asesinato) nos viene a la mente Agatha Christie, y en especial su novela Diez Negritos. Pero la morada en la que toman lugar los sucesos (y en especial que ocurran cosas paranormales) añade una pincelada más al retablo y unifica en un patchwork único, la ciencia ficción, la fantasía, el thriller paranormal, el slasher e incluso el más atractivo gore de serie B. Al final de todo, bañados en sangre, con el corazón encogido y con un nuevo planteamiento en forma de cliff hanger, no nos queda más remedio que esperar a la segunda novela de La trilogía de La Tumba Sellada: Harrow la Novena.