Hijo de Jesús, de Denis Johnson
A veces tengo la sensación de que la vida, mi vida, está siempre en otra parte. Como si las cosas estuvieran sucediendo del otro lado de la ventana, o de la tinta, y yo no les prestara suficiente atención. Suelo ser muy despistada. Me ocurrió también cuando comencé a leer Hijo de Jesús. Yo viajaba en un autobús y afuera, en la carretera, todo parecía una película en blanco y negro. Íbamos todo lo rápido que se podía ir, pero no era lo necesario.
Subí a un avión y más tarde a un tren. Fue una especie de fusión entre letras, tiempo y espacio. Como si ninguna de aquellas cosas existiera. O ninguno de nosotros, al menos, tuviera realmente un sitio al que llegar. Ni las palabras de Denis Johnson ni yo. Como si estuviéramos en medio de la nada. Perdidos. Con todos aquellos lugares y personas extrañas, ficticias y reales, alrededor. En realidad, ahora que lo pienso, dudo que siguiéramos siendo nosotros mismos cuando llegamos. El libro había terminado pero de alguna manera continuaba ahí, en aquel rincón de mi cabeza donde ocurren las cosas que todavía no han pasado.
Tardé un tiempo en entenderlo. No era que sus relatos no fueran a ninguna parte. Era yo, incapaz de alcanzar el lugar a dónde me llevaban. Más rápido o más despacio, pero a otra velocidad. Once historias que contaban las vidas o muertes de los que estuvieron allí, adictos y miserables, de aquel otro lado del mundo donde el suelo es una débil capa de hielo, que se rompe y que resbala, y de la que algunos, los menos, son capaces de volver. Relatos sobre seres defectuosos, alcohólicos, drogadictos y fracasados, que se relacionan entre ellos y nos hablan de la suerte, o del contacto, mientras tratan de encajar y encontrar un hueco o un pozo del que salir.
Publicado en 1992, y reeditado recientemente, Hijo de Jesús tiene la cualidad de dejarte un poco hecho polvo, en el buen sentido de la palabra si es que lo tiene. Bajo una única y envolvente voz narrativa, que nos susurra como si lo hiciera desde la barra de un bar, la prosa viene y va, rompiendo con el tiempo y el espacio, y con toda estructura y todo equilibrio. Denis Johnson que durante una parte de su vida fue también adicto al alcohol y a las drogas, conoce bien los vacíos que algunos excesos provocan en el tiempo y la memoria, y lo resuelve con perfecta solvencia.
El resultado es ese ambiente hipnótico, demencial e ilusorio, por el que se pasean a trompicones sus personajes. Así, teñido por esa tibia tristeza que contiene un poso de amargura, como un pequeño sorbo de tequila antes de pegar el subidón, o más bien, después de haberlo pegado, Hijo de Jesús es ese instante breve, como su propia extensión, en que todo es confuso y oscuro, a veces hasta hilarante y absurdo, y que, sin embargo, posee un alto grado de lucidez difícilmente alcanzable.
Y es que con Denis Johnson uno tiene la sensación de estar perdiéndose cosas. Todo el rato. Sus imágenes, su poesía, su franqueza demoledora o, si me apuráis, a uno mismo incluso. Por suerte, hay tiempo. Para detenerse y volver atrás. Y otra vez, avanzar. Entre sus palabras, de las que uno fácilmente se podría volver adicto. Y acabar justo a tiempo de comprenderlo. Que a veces la vida ocurre exactamente aquí. De este lado de las cosas y hacia dentro. En una lectura o en algo que un tipo escribió. Mientras afuera todo es de un gris mate insoportable.