Huéspedes inesperados, de Sadie Jones
Las asociaciones mentales que las buenas historias generan en las mentes lectoras, si bien generalmente son un placer añadido al propio texto, están en ocasiones envenenadas y son capaces de contaminar la historia que las inspira entrometiéndose en ella hasta el punto que uno llegue a plantearse si esa asociación vive sólo en su mente o si el autor, en este caso la autora, también la tuvo presente en la escritura del texto. Porque en este caso resulta extraordinariamente eficaz. Verán, uno de los personajes de Huéspedes inesperados se llama Clovis, y comienza su andadura en la novela presentándose ante el lector como un aristócrata clasista y arrogante que cree que su situación le da derecho a transmutar la urbanidad en impertinencia y Clovis es un nombre muy señalado de la narrativa anglosajona gracias a las Crónicas de Clovis, del gran Saki. Recuerdo muy especialmente uno de los cuentos de esas crónicas, uno terrorífico llamado Esmé, que leí hace tantos años que ni siquiera podría decir cuantos son, pero que nunca me he podido quitar de la cabeza (permítanme que no revele su argumento, sino que en su lugar les inste a leerlo: sentir el horror que inspira es la única forma de entender lo que trato de explicar). El hecho es que esta asociación que parece pertinente en el inicio de la novela abunda en esa cierta antipatía que la familia anfitriona que tan brillantemente retrata Sadie Jones en esta novela, pese a que tiene sus virtudes y es un ejemplo de esa elegante vida campestre de la Inglaterra victoriana tan atractiva para literatura, cine y televisión (uno de los motivos por los que me atrajo esta novela fue el perfume a Downton Abbey que desprendía su sinopsis). Antipáticos y no obstante entrañables.
El caso es que Sadie Jones describe con maestría y con una elegancia muy inglesa a esta familia que acoge a unos huéspedes esperados, los invitados a una fiesta de cumpleaños, y más tarde a unos Huéspedes inesperados, provenientes de un accidente de tren, y con el humor sutil que le es propio al género nos deja entrever con guiños discretos pero elocuentes que no todo es lo que parece, empezando por la familia protagonista, que tiene sus problemas y a la que pese a su aparente frialdad y displicencia Sadie Jones nos retrata como una familia capaz de amar.
Y la novela va transcurriendo con una sucesión de situaciones divertidas, deliciosas algunas, de entrañable excentricidad otras (las protagonizadas por el gran personaje que es la niña pequeña, Smudge) interesantes de leer todas, y parece que estamos entregados a la lectura de ese confortable lugar que es una buena novela inglesa. Uno nota que algo se va cociendo, que la intriga va tomando posesión de un territorio que no le es necesariamente propio pero en el que de natural se encuentra muy a gusto. Y entonces todo cambia, ni siquiera se puede decir que haya un giro argumental, sino del espíritu del libro (lo cual es absurdo porque Sadie Jones tendría clara desde el principio la naturaleza del desenlace) y es la sorpresa de tal calado que a uno no le habría extrañado que las páginas fuesen de otro color o la fuente cambiase. Pero no, en realidad esta segunda parte no traiciona en absoluto a la primera, funciona muy bien y probablemente sólo a lectores maniáticos como yo les pueda resultar no por efectivo menos discutible y hay que reconocer que ninguna de las múltiples virtudes que alumbran al planteamiento de esta elegante novela desaparecen del desenlace y no es menos justo reconocer que es suspense y el ritmo aumentan notablemente.
Esta última parte no es sólo de desenlace, lo es también de redención. Todo queda explicado y las prevenciones que el lector pudiera tener en contra de los personajes desaparecen con su, si me lo permiten, humanización ejemplificada en su dedicación a los Huéspedes inesperados, de forma que algo tiene de reconciliación no con ellos, sino con la humanidad en su conjunto.
No quisiera que nadie se llamara a engaño, el hecho de que esta novela haya logrado descolocarme en cierta manera no puede ser considerado otra cosa que una virtud, que Sadie Jones haya logrado ir más allá de ese elegante costumbrismo victoriano que tanto me gusta partiendo de él, es sin duda mérito suyo (tampoco es algo rompedor, también de esto hay una gran tradición en la literatura inglesa, no me malinterpreten), si incido especialmente en ello es porque entiendo que uno debe agradecer aquello bueno que recibe y tras una vida lectora especialmente intensa en estos últimos años ser sorprendido es cada vez más infrecuente, y es una pena porque la capacidad de sorpresa es uno de los placeres de la literatura. Uno más de los Huéspedes inesperados que aspiran a alojarse en toda buena novela.
Andrés Barrero
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